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PESCA | 30-11-2017 08:23

Entre ríos y cañadones

Potrerillos de Larreta, un típico paisaje cordobés, nos brindó una excelente calidad de truchas de buen porte en sus ríos serranos. Galería de imágenes.
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El día amaneció diáfano y pleno de sol, con vientos entre leves y moderados que agitaban las ramas. Surcando el faldeo serrano, trepamos por un empinado camino de tierra, e ingresamos al predio de Potrerillos de Larreta. Era mi debut en helicóptero, con la adrenalina que ello implicaba.

Pasado el club house, junto al guía y amigo Lucas Faoro, fuimos hasta la pista de despegue. Allí conocí a Javier Zuberbuhler, administrador de este empredimiento familiar, y fanático de volar en estos odonatos de metal y fibra de carbono. También mosquero de toda la vida, de niño pasaba semanas de gitaneo en las sierras, y ahora es el encargado de llevarnos por los aires en esta aventura.

Bautismo en el aire

Lo primero que me llamó la atención fue la facilidad con que él solo sacó el helicóptero del hangar, y lo puso en posición de despegue. Una belleza mecánica que es puro motor, y donde cada detalle del habitáculo es absolutamente minimalista para aligerar su peso. Algo que se agradece mucho cuando se vuela a casi 2.000 metros del altura, con menos sustentación en un aire de menor densidad.

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La sensación de levitación del despegue fue algo que no esperaba, y en un instante los nervios dieron paso al éxtasis total. Volando bajo, y dribleando entre serranías, el paisaje se advertía seco, con preeminencia de rocas grisáceas cubierto por mucho pajonal. Solo había una mayor presencia de vegetación achaparrada, de un verde más oscuro, en los cañadones y desfiladeros que concentran más cantidad de agua. Un paisaje que he transitado muchas veces, pero que desde el aire se veía completamente distinto, como una pequeña maqueta.

Con el lago San Roque a nuestra derecha, fuimos ascendiendo hasta llegar a una zona de pampas y planaltos a 1.800 m de altura, divisoria de cuencas con una capa de rico suelo orgánico, por la que corren infinidad de diminutos chorrillos, que al unirse forman los principales arroyos y ríos de la zona. Puntualmente el área a explorar era la zona de Los Gigantes y Cuchilla Nevada, sobre las cabeceras de los ríos que van a parar a los embalses de San Roque (cuenca del río Primero) y Cruz del Eje (cuenca del río Quilpo). Los Gigantes es un sistema montañoso que se encuentra dentro de las denominadas Sierras Grandes. Es el límite norte de la Pampa de Achala, a la cual pertenece, y junto a ella conforman las conocidas Altas Cumbres.

A cada valle correspondía un arroyo o río, diminutas venas serranas de agua color té que lucían aún más pequeñas por encontrarnos en pleno déficit hídrico. Y en minutos cubríamos lo que a pie o caballo nos llevaría horas. Justamente octubre corresponde al final de la estación seca, y de diciembre a marzo son los meses de más copiosa pluviometría. Se recuerda que la zona pasó por una prolongada sequía, que generó grandes mortalidades en muchas cuenca trucheras. Y las exigidas truchas supervivientes y empozadas sufrieron el asedio de los biguás de plumaje negro y los “biguás de dos patas”. Estos últimos, cada vez más atrevidos y numerosos, y causantes de grandes matanzas en los tramos más accesibles de los ríos. Justamente, esta variante con helicóptero, además de la experiencia de vuelo en sí misma, permite acceder a aguas muy alejadas y con mínima presión de pesca.

Yendo tan arriba en las cabeceras, es posible que nos encontremos en sitios no colonizados por truchas, ya que insalvables saltos y desfiladeros evitan una colonización aguas arriba. Fue así que en una bajada aterrizamos en una especie de enorme laguna, surcada por un arroyo con una pinta bárbara, pero sin salmónido o pez alguno.

Grandes y combativas

Otra característica es que estos sectores no poseen una alta densidad de truchas, aunque sí de gran tamaño para los parámetros de las sierras pampeanas. Abundan los peces de kilo, verdaderos trofeos para la zona, con la posibilidad de dar con ejemplares del doble de peso, e incluso más.

Así nos decidimos por equipos livianos entre Nº 2 y 4; yo usé uno Nº 3 de 7,9 pies de acción suave, y líneas flotantes. Los líderes de 9 o más pies, pero sin jugarla de lírico, con tippets demasiado finos. Un 3X de muy buena calidad (0,20 mm), era lo mínimo aceptable para aguantar lo embates de una captura de las buenas. Incluso un 2X o 0,22 mm resultaba una opción aún más recomendable.

Por la época del año no había abundancia de insectos terrestres, como tucuras sumamente abundantes en verano, o eclosiones de insectos acuáticos. La pesca con seca fue archivada, y todo quedó en manos de ninfas, húmedas y strymphs. Estas últimas, una zona de nadie muy efectiva, entre ninfas grandes y streamers pequeños.

En lo particular, hubo dos truchas muy buenas. Un macho bien picudo a cargo de quien escribe, y una hembra aún más grande que sacó Lucas. En mi caso, viendo la preeminencia de pozos de agua lenta con presencia de vegetación, me decidí por unas imitaciones de damsel invertidas llamadas Lili Flu-Flu. Un patrón diseñado para carpas, pero de notables resultados en ambientes geológicamente muy similares del Valle de Pancanta, en San Luis. Así fuimos recorriendo los pozos, hasta que con Lucas como vigía desde una roca, encontramos uno con tres truchas de gran tamaño, que realizaban sendos rondines por el perímetro de un pozo lento, amplio y muy rico en guaridas y estructura, apareciendo y desapareciendo como fantasmas.

Un punto fundamental, en ríos tan alcahuetes y de baja densidad, es no pescar a ciegas. Lo ideal: mirar el pozo por largo tiempo, descubrir los peces con los ojos y una vez estudiados, pergeñar el abordaje y la presentación adecuados.

Así, guiado por Lucas quedé agazapado tras una mata de coirón, hasta que me cantó el sitio justo por el que pasarían las truchas, y 5 segundos después ¡pasaron! Dos submarinos violáceos de casi 60 cm cada uno, que a pesar de que las presentaciones fueron buenas, siguieron y rechazaron en el último centímetro. En las próximas dos presentaciones, me denigraron de igual manera.

La clave es la paciencia

Dejando que se tranquilizaran y jugando a las “estatuas vivientes” por interminables minutos, una se puso a tiro y tomó una imitación de efímera (una Massarta atada por el mismísimo Benito Pérez) en anzuelo 14. Tras una batalla al límite, hicimos la foto y dejamos partir el pez, felices.

La trucha más imponente la sacó Lucas, una enorme hembra aún flaca por el déficit invernal, cebándose con quironómidos en un bajo arenoso de menos de 50 cm de profundidad. Lucas es un fanático de los equipos vintage: leaders de hasta 6 metros de diseño europeo, y tippets mínimos. A pesar de todos sus intentos en superficie, no hubo forma de convencer a la trucha para que subiera.

Tras unos 15 minutos de insistir, la primera presentación buena con ninfa la tomó y pudimos cobrarla luego de una furibunda lucha con la cañita doblada hasta el mango de corcho. Después nos topamos con dos o tres peces similares, pero completamente intratables que no dieron chance de pique.

La vuelta al atardecer, en la hora de las sombras largas y las luces naranjas, fue aún más bella. Una vez en el club house, mientras disfrutábamos de unas cervezas bien heladas, Javier me contó de su gesta familiar, mientras un aquerenciado zorro gris comía casi de nuestras manos.

Una tierra que su familia, iniciada por Enrique Larreta (1875/ 1961), adquirió en 1918 como parte de una extensión de la estancia jesuítica Alta Gracia, que hoy es Patrimonio de la UNESCO. Recientemente la casona vieja fue convertida en un hotel de campo, y la rodea un fantástico campo de golf de 18 hoyos, con muchos fanáticos incondicionales y considerado de los mejores en su tipo en Sudamérica. Un lugar mágico, donde fui tratado de maravillas y que de seguro visitaré de nuevo en futuras aventuras.

Nota completa publicada en revista Weekend 542, noviembre 2017.

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