Saturday 20 de April de 2024
TURISMO | 20-09-2019 18:45

Experiencias en el Planeta Japón

En territorio nipón, nueve inmersiones en lo más singular de una cultura dislocante para los ojos occidentales.
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Aterrizo en Tokio y por la ventanilla veo despegar un Boeing 777 con una Hello Kitty pintada en el fuselaje. Voy a la máquina expendedora de tickets de tren y no la entiendo. Desde atrás aparece un empleado que me lo emite y se va sin darme tiempo a decirle “gracias”; antes me las da él. En el metro me cruzo al primer robot: no es un Transformer, sino la réplica de Leonardo Da Vinci con un realismo prodigioso. Está sentado y me habla; en las manos tiene un pollito y un elefante verde con sombrero. Salgo en el barrio Shinjuku –inspirador de la película “Blade Runner”– y veo un Godzilla rugiente tamaño real asomando sobre un edificio mientras echa luces por los ojos y humo por la boca. En esta distopía tecno-feudal con castillos de madera y hologramas, la sensación es la de haber alunizado.

Entro al Asahi Plaza Capsule Hotel de Osaka, pago y guardo mis cosas en un locker: a la cápsula no puedo llevar nada. El ascensor se abre a un entramado de pasillos y avanzo entre paredes de cubículos alineados en hilera doble como nichos de cementerio. Trepo una escalera hasta mi cápsula e imagino una imagen menos mortuoria: esto será como dormir en un tomógrafo. Pero el nicho mide 2,34 metros de largo por 1,20 m de ancho y 1,10 de alto, y no siento claustrofobia: la entrada es una cortina enrollable de bambú. Me recuesto y golpeteo techo y paredes con los nudillos: son de fibra de vidrio. Tengo un colchoncito con sábanas y almohada, radio-despertador, estante y espejo. No hay terraza ni ventanas pero en el subsuelo está el onsen con piletas y sauna. En el restaurante las máquinas expendedoras ofrecen un menú de 50 platos. Uno coloca las monedas, sale el ticket y se lo da al cocinero, quien calienta la comida. La máquina de helados tiene 30 variedades y la de cigarrillos, 45. Hay 25 gustos de jugo y potes con fideos instantáneos (ramen). Aquí uno podría pasarse la vida entera a moneditas.

Experiencias en el planeta Japón

Hacer coincidir un viaje a Japón con un concierto de Hatsune Miku sería una de las experiencias más niponas posible. Esta diva es una de las cantantes de J-Pop más exitosas de la última década. Sería una estrella más, salvo por un detalle: no existe. Es un holograma, una lolita digital que llegó al mundo a través de un posteo el 31 de agosto de 2007: nació ya de 16 años con 1,58 cybermetros de altura, 42 cyberkilos de peso y dos colas azul marino que le ondean hasta los tobillos. Es una niña angelical con delicadeza de sílfide y ojos cinco veces más grandes que su boca. Su vocecita dulce y cibernética parece cantar desde otra galaxia y ha llenado estadios en México, Singapur, España, China y Estados Unidos: es uno de los booms más arrasadores de la historia de internet. Su popularidad nació de un programa vocaloide que permite a los fans ponerle música, letra y coreo a su gusto, y subir todo a las redes sociales.

Experiencias en el planeta Japón

En toda gran ciudad japonesa hay varias fiestas cosplay por año, en las que miles de jóvenes se disfrazan de personaje de manga y animé. Asisto a la mayor de todas, la World Cosplay Summit en Nagoya, que se hace entre fines de julio y principios de agosto con decenas de miles de participantes. La fiesta es al aire libre en un gran parque donde veo a los disfrazados fotografiarse sin parar. Los cosplayers eligen un personaje y estudian sus diálogos, tono de voz, gestualidad y vestuario. Después ensayan la interacción con el elenco, se pintan tatuajes, usan pelucas y lentes de contacto coloridos, se agregan rellenos curvilíneos, rasuran sus cejas y se agregan pestañas. No es un mero disfrazarse: hay estudio, ensayo, diseño, confección e inversión de tiempo y dinero. El lugar se llena de robots, ninjas, samuráis, heroínas sexy, aliens, Hatsunes Miku y lolitas aniñadas.

Experiencias en el planeta Japón

Planeé viajar en marzo para asistir a la floración del sakura, el árbol de los cerezos. En Tokio, un día incierto entre fines de marzo y comienzos de abril, miles de árboles florecen y la gente sale en masa a hacer un mega pic-nic. Hago mi fiesta de la primavera en el parque Ueno, que explota de gente en un ambiente festivo de controlada camaradería. El licor de arroz fluye, en el lago las parejas pedalean en botes con forma de cisne y hay quienes colocan un caballete y pintan. En un túnel de sakuras, ancianos dan de comer a pajaritos que aterrizan en sus manos. Hay centenares de grupos comiendo sentados en lonas azules y cuando el sake termina de desacartonarlos, los oficinistas con seriedad de samurái comienzan a cantar.

Experiencias en el Planeta Japón

Llego al hotel atendido por robots en la ciudad de Sasebo. En el mostrador hay dos velocirráptores a escala humana y una bella androide con un realismo pasmoso. Me paro frente a ella y se inquieta tanto como yo: mueve la cabeza, parpadea y sonríe. Yumeko me coquetea. Opto por uno de los dinos: “Welcome to Henn na Hotel, if you want to ckeck in, press one”, dice con voz cavernosa. Pago con tarjeta de crédito en una máquina y coloco las valijas en un fantasmal carrito que me conduce a la pieza, donde me espera una asistente robot con algo de Hello Kitty sentada en la mesa de luz. Nos comunicamos en inglés: me canta una canción, dice la temperatura y enciende la luz. Como un panqueque hecho por un robot y al volver le pido a la gatita que apague las luces. Pero se ha desconfigurado. No hay switch en la pared y termino pasando la noche con la luz prendida.

Experiencias en el planeta Japón

En el barrio Akihabara de Tokio una chica en minienagua con encajes y delantal me da un volante del maid-café Maidream, atendido por mucamas estilo inglesa victoriana. Subo y cinco maids me aplauden: “Welcome home Master”. Me siento y una chica con cartera de panda me coloca orejas de conejo. Otra llega correteando a los saltitos con el menú y me toma el pedido de rodillas. “¡Moe moe moe!”, me canturrea al dejarme la hamburguesa con osito de kétchup y papitas como orejas. Me mira a los ojos y forma un corazón con los dedos. Comienza el show: un coreografiado cantito infantiloide. Y llega mi helado con cara de ranita y orejas. Pido un café y al traerlo ella me pregunta por mi animal favorito: dibuja en la espuma un gatito adorable. Aquí uno paga caro por ser tratado con afecto y cariño. Parto y todas me gritan “bye bye” agitando las dos manos como frenéticos limpiaparabrisas.

Experiencias en el planeta Japón

Antes de volar a Japón compro un pase libre de tren por una semana (no es posible hacerlo ya en el país y los tickets individuales son muy caros). Esto me permite ir de una punta a otra del mapa en horas. No hago reservas ni chequeo horarios: voy a la estación y pregunto a qué hora sale el próximo. Nunca espero más de media hora. He planeado tomar el tren-bala a Kioto a las 20:04 y lo veo llegar con puntualidad japonesa a las 19:59. Subo, enchufo mi notebook y salgo disparado a 320 km/h. Al rato un guarda me pide el ticket y se alarma: he tomado el tren equivocado. En Japón los parámetros de precisión inducen al error: si un tren sale a las 20:04 llegará al andén 20:03 y permanecerá con la puerta abierta un minuto. El mío estaba programado para 4 minutos más tarde del que tomé y perdí el correcto por precavido. El promedio anual de atraso en la red de trenes-bala Shinkansen es 36 segundos.

Experincias en el planeta Japón

La fachada del onsen Oedo Monogatari en Tokio parece un templo. Pago la entrada –U$S 17–, me pongo un kimono y paso a un patio de comidas que reproduce una aldea del siglo XVII. Avanzo hasta una encrucijada con dos puertas: la de la derecha conduce al sector de hombres y viceversa. A partir de aquí la desnudez es obligatoria. Hay saunas y siete piscinas que voy testeando con el pulgar de un pie. En la primera, doce japoneses se cocinan a baño María: un cartel luminoso indica 41,3°. Pruebo en la siguiente y retiro el dedo. En la tercera al aire libre me atrevo a sus 38,5°. Sumerjo tobillos, rodillas y cintura: un escozor me brota de las entrañas y se bifurca ramificado por mis vasos capilares, en medio de un jardín con piedras y bonsáis.

Experiencias en el planeta Japón

Al entrar al Museo Internacional del Manga en Kioto la sensación es la de estar en una biblioteca: medio centenar de niños sentados en bancos y en el suelo leen muy concentrados, en un asombroso silencio de catedral. Están a los pies de una pared de 200 metros de largo con libros de historietas japonesas apiladas en estantes hasta el techo: son 50.000 volúmenes al alcance de la mano del visitante –hay traducciones al inglés y castellano–, abarcando decenas de subgéneros, algunos con contenido erótico. Pero la colección completa del museo alcanza las 300.000 ediciones abarcando toda la evolución del manga a partir de la primera edición de este género en 1874, una revista llamada Eshinbun Nipponchi. Además hay exposiciones de cuadros de ese género artístico consumido por millones de personas de todas las edades en Japón y el mundo; y suele haber artistas ofreciendo talleres de dibujo. Un detalle para los no cultores: se lee de atrás hacia adelante.

 

 

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Julián Varsavsky

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