Don Soto abrió la tranquera. Atrás quedaban 30 km de huella angosta y solitaria

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bordeada por espinillos y jarillas, esas plantas de espinas tan prominentes que pueden atravesar neumáticos como si fueran clavos calientes. Fin de la tierra, principio de las Dunas del Nihuil: ¡30 mil hectáreas de arena volcánica! para espíritus aventureros, con montañas que trepan hasta los 200 m de altura, y donde la temperatura en verano puede superar los 50°C, sin sombra evidente.
Tras avanzar los primeros 500 metros, escuchamos la charla técnica del guía José Mujica: bajar la presión de los neumáticos a 14 libras, por lo menos; colocar 4x4 de baja en la selectora de cambios y mantenerla hasta salir de las dunas –lo que ocurriría 10 horas más tarde–, subir siempre en línea recta, no efectuar maniobras bruscas ni doblar en ángulos cerrados, y seguir sus huellas. La falta de puntos de referencia notables, el paisaje siempre parecido y la alteración del relieve por el soplido del viento conspiran para

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que la memoria visual resulte imposible. El GPS tampoco ayuda: no marca ningún camino después del puesto de Soto, único contacto con la civilización en 40 km a la redonda, y a quien en caso de necesidad puede solicitársele algo de agua, sombra, un sencillo baño y, ocasionalmente, un plato de comida.

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En acción
Con la certeza de la genuina aventura que teníamos por delante, las 14 camionetas (28
adultos –varias mujeres– y 12 chicos) encaramos la primera gran duna. Una aspiración de deseo que dejó a la mayoría tirando arena con las cuatro ruedas enterradas a fondo. La maniobra: descender marcha atrás derecho (¡siempre derecho!) hasta abajo, tomar nuevamente distancia, velocidad y ¡a treparrr! Nunca girar 180 grados para bajar de trompa, porque la inclinación del terreno puede complicar la posición del vehículo.
A medida que avanzábamos nuevos desafíos sorprendían a cada familia a bordo de sus pick-ups. Una de las de mayor adrenalina, llegar a la cresta de una duna a buena velocidad y sentir que la camioneta se asomaba al vacío. A un vacío que en esa fracción de segundo no tenía fondo: todo era cielo. Reacción instintiva: frenar. ¡Un error! Consecuencia: quedar colgado con las 4 ruedas en el aire. Solución: ser eslingado desde abajo o empujado desde atrás para que los neumáticos volvieran a traccionar. Lo correcto: haber pasado a una velocidad óptima como para no volar ni quedarse colgado. Lo aprendimos con el correr de la jornada, duna tras duna, salto tras salto, ensayo tras error.
Amigos desde siempre
Transcurrido el mediodía ya habíamos disfrutado una buena picada y un pollo al disco improvisado por la organización en medio del desierto. Los chicos jugaban mientras los adultos compartíamos una linda sobremesa rememorando otras travesías, anécdotas, algo de mecánica y equipamiento. Hasta hacía un rato casi no nos conocíamos,
pero luego de ese momento era como si fuéramos amigos de toda la vida, amigos que compartíamos las mismas pasiones.
Nota publicada en la edición 513 de Weekend, junio de 2015. Si querés adquirir el ejemplar, pedíselo a tu canillita o llamá al Tel.: (011) 5985-4224. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
01 de junio de 2015
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