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PESCA | 18-02-2019 12:30

Río Paraná: variada con buenos colmillos

A remo enfrentamos las dentelladas de tarariras, chafalotes y doradillos. Gran jornada de lances sobre el kayak.
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En la búsqueda constante de buenos pesqueros accesibles desde el kayak, me puse en contacto con Andrés Bottini, del grupo Unidos por el Kayak (UPEK). Había visto en su Facebook fotos de chafalotes que cautivaron mi atención. Me contó que frecuentan un lugar donde es cotidiana su captura y además suelen pescar bogas, carpas, dorados, tarariras, palometas y, con menos frecuencia, cachorros de surubí. Coordinamos para conocerlo y nos encontramos en el pesquero.

Estacionamos los vehículos en la costanera de Campana, sobre Paseo Escola, frente a los baños públicos. Cargamos los kayaks con las heladeras llenas de bebidas, comida y hielo, equipos de pesca, bancos plegables, parrilla, carbón y todo lo necesario para un campamento diurno. Tuvimos la precaución de distribuir las cosas pesadas en varios kayaks para no perder estabilidad.

Remar cerca de la orilla

Nos esperaba una intensa remada de 25 minutos para remontar el Paraná por 1,5 km hasta el primer point de pesca. Es indispensable remar bien cerca de la orilla para esquivar las fuertes corrientes del río, de otra manera sería imposible remontarlo. El cauce principal supera ampliamente la velocidad que podemos desarrollar sobre nuestros kayaks de pesca. En los primeros tramos hay que estar atentos y esquivar a los pescadores de costa, pero enseguida se vuelve a la orilla para seguir remando.

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A nuestra izquierda encontramos un pequeño retorno de agua caliente proveniente de la usina de la empresa Siderca. Debajo de la sombra de un sauce, escuchamos el primer cachetazo en la superficie y luego otro sobre la corriente de agua caliente. Teníamos que averiguar quién estaba cazando. Desesperados, bajamos sobre las piedras y, al advertir la presencia de hierros, extremamos el cuidado para evitar pisar donde el agua no nos permitía ver. Andrés nos aconsejó subir los kayaks a la parte más alta porque, al pasar los grandes buques que transitan el Paraná, generan una ola muy poderosa que puede impulsarlos y hacerlos chocar contra alguna roca en punta o hierro. Bajo la sombra de un árbol de mora blanca, dejamos las heladeras y armamos el campamento. A este point sólo se puede acceder por agua, pero hay varios metros de costa para distribuirse y poder pescar con comodidad.

Un cardumen de piques

Cerca de la usina hay grandes cardúmenes de mojarritas que son acechadas por los depredadores. A 30 m de la orilla se forman correderas que mueren en este remanso. Justamente ahí es donde sucedía la mayoría de los ataques. Los chafalotes se valen de su velocidad para atacar a sus presas desde la profundidad. Clavan sus colmillos apuntando a la cabeza para así matarlas. Para hacer aún más letal su combate, se voltean en la superficie mostrando la panza. Los primeros piques fueron inmediatos, prefiriendo señuelos de tipo minnow alargados y finos. Algunos sucedían sólo recogiendo, en otros casos alternando pequeños tirones cortos y largos con la punta de la caña, o bien produciendo pausas mientras se recoge.

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Con los colmillos en la caña

El pique es una impresionante parada en seco del señuelo, casi que se sienten los colmillos en la empuñadura de la caña. No conviene clavar tan enérgicamente como si fuese un dorado, más bien nunca perder tensión en la línea mientras disfrutamos de infinidad de saltos y acrobacias fuera del agua. No hay que desaprovechar oportunidades porque, de repente y sin dejar rastros, el cardumen del enigmático fantasma de río desaparece.

Momento oportuno para encender el fuego y probar pescar con un poco de carnada. Usamos cubos de sábalo, salamín y granos de maíz. Los piques de boga estaban muy activos y entretenidos. Aunque la zona de piedras dificultaba la pesca de fondo. Cuando el almuerzo estuvo a punto, nos juntamos bajo la sombra y descansamos un rato. Andrés nos propuso cargar nuevamente los kayaks, cruzar el Paraná y visitar una laguna que se encuentra a 1.100 m para buscar unas tarariras. Sin dudarlo, volvimos a juntar los implementos para ir por ellas.

En la laguna

Todo cruce de ríos caudalosos es peligroso. En primer lugar se debe considerar hacerlo sólo si no hay olas que puedan tumbarnos. Luego se debe cruzar lo más rápido posible, por lo que se descarta el cruce en diagonal, corriente en contra. En este caso, primero remamos de manera perpendicular a la costa de enfrente, inclusive dejándonos abatir unos metros río abajo para no luchar contra la corriente y ganar velocidad. Una vez que todos terminamos el cruce, remontamos 600 m hasta la laguna, remando bien pegados a la orilla. Detrás de un angosto pasillo de juncos, ingresamos al pequeño espejo escondido.

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En la entrada hay un banco de arena importante. La pesca en esta laguna es mejor cuando el río esta bajo. Es posible que toquemos el fondo con los remos o que inclusive debamos bajarnos y caminar unos metros. Ahí mismo hay que comenzar a castear señuelos. Entre la vegetación y las ramas obtuvimos las primeras capturas, aunque fueron las de menor tamaño.

Luego de recorrer todas las orillas con señuelos de superficie, comenzamos a explorar las partes más profundas. A 10 y 15 metros de la costa, buscando con señuelos de profundidad y cucharitas giratorias bien lastradas, fue cuando conseguimos dar con las de mejor porte. Es un lugar excelente para probar todos los señuelos de nuestra caja, ya que no hay enganches y las tarariras pelean enérgicamente buscando clavarse en el fondo de la laguna.

Ya era hora de volver y no quisimos desaprovechar la oportunidad de bajar río a favor sin remar, señueleando en los palos con la expectativa de pinchar el último doradillo. Sin dudas volveremos a este pesquero por más aventura.

 

Nota completa en Revista Weekend del mes de febrero, 2019 (edición 557).

Nota completa en Revista Weekend del mes de febrero, 2019 (edición 557).

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Rodrigo Garcia Cobas

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