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PESCA | 24-07-2018 08:34

Río Piña: parada obligatoria para pescar pirararas

Viajamos hasta Manaos para abordar un barco que nos permitió recorrer el corazón del Amazonas y capturar una de sus especies más icónicas y combativas.
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No se puede vencer a quien no se rinde. El Pirarara –Phractocephalus hemioliopterus– ocupa un sitial de privilegio en el podio de los peces más potentes de la cuenca amazónica. Un batallador enérgico. Todo músculo y bravura. Incansable. Quien ha tenido la fortuna de prender alguno en su anzuelo sabe de qué hablamos. Desde el primero hasta el último momento no deja de cinchar. No claudica. Pelea y pelea en un derroche de energía inigualable.

Descubrir un río amazónico como el Piña, donde la población de pirararas es tan notable, hace que se merezca una nota especifica de la especie. En nuestro caso, en una semana de pesca, en el grupo que conformó esta expedición, capturamos entre 90 y 100 de estos siluros y fueron muchos los que se nos escaparon. Lo que tal vez totalice unos 150, 160 o más piques entre 8 lanchas. Teniendo en cuenta que, además de pesca de peces de cuero, destinamos tiempo a otras especies y estrategias, la cantidad de piques fue realmente notable. Lo que habla a las claras de que el río Piña es un ámbito privilegiado para enfrentarse cara a cara con estos aguerridos pesos pesados que pueden alcanzar el metro sesenta y los 70 u 80 kilos.

Los amigos Eduardo Macedo, de Ecofishing Brasil, y Piccino Gemma, su representante en la Argentina, nos habían hablado de las bondades del Piña y su profusión de vida. De la cantidad y calidad de sus grandes peces de cuero y lo bueno de recorrerlo por muchos kilómetros, remontándolo más allá de las aldeas de la etnia maraguás. Viajando y viviendo en un barco con un excelente nivel de confort a lo largo de una semana, explorando sus más remotos confines y sus ambientes más virginales y la verdad es que se quedaron cortos. El Piña o Abacaxis es un magnífico lugar para disfrutar de la naturaleza en estado puro y para concretar anhelos y sueños de pescador.

Pez papagallo

¿Por qué llaman pirarara a este pez de cuerpo compacto y gruesa contextura? Porque en lengua originaria se lo nombra referenciando a sus llamativas aletas rojas. Pirá, en voz tupí, significa pez y, en igual vocablo, arara se denomina al colorido papagayo que abunda en las selvas sudamericanas. Pez papagayo sería la traducción literal.

La estrategia más efectiva para la especie es la de pesca a la espera, con cebos naturales, en los lugares más profundos del río, que es dónde suele morar y moverse en busca de alimento. Puntos claves son la hondura de los pozones –que por la geografía de este curso tan meandroso siempre están al pie de las barrancas más altas–, allí precisamente hay que fondear la lancha o amarrarla a algún palo y comenzar con los intentos.

Los equipos deben estar compuestos por varas de 6 a 7 pies, y de 40 a 80 y hasta 100 libras de resistencia, carretes rotativos grandes cargados con nailon del 0,60 o 0,70 o multifilamento de unas 50 a 60 libras. En esta oportunidad, y para evitar los cortes por rozamiento, usamos reeles cargados con multifilamento y al final le agregamos unos 20 o 30 metros de nailon monofilamento del 0,70, que es la parte que más roza con fondos y palos. El aparejo de un solo anzuelo Nº 8/0 a 10/0, vinculado al nailon con un líder de acero multifilamento de 30 a 40 cm y 50 a 60 libras, con un plomo pasante tipo aceituna de 30 a 80 gramos –dependiendo de la fuerza de la correntada–, enhebrado en el sedal para que el encarne, que puede ser una piraña entera, media piraña, postas de peces menores o una cabeza de tararira, profundice bien y llegue al fondo.

Es un pez muy decidido para comer, aborda el cebo y enseguida lleva y traga su bocado en forma franca y enérgica. Por lo que hay que estar con el reel siempre abierto y darle una corta corrida de no más de 4 o 5 metros antes de tensar y clavar. Los encarnes de cabezas de peces (tararira, piraña, bagre, etc.), son muy efectivos por que duran más en el anzuelo, son latitudes de mucha piraña y los huesos del cráneo de una cabeza hacen que sea un cebo más aguantador. Se siente el repiqueteo de dientes de estos feroces descarnadores en forma permanente y sostenida luego de lanzar pero no hay que desesperar, ese mismo frenesí muchas veces atrae y orienta al pirarara que embiste al cardumen de pirañas y con ellas al cebo con anzuelo. En otras pescas, cuando uno siente el ataque de pequeños predadores, lo aconsejable es levantar y cambiar de lugar, con el pirarara no. Hay que aguantar el embate, volver a encarnar e insistir en un buen lugar. Eso hace que haya que ir bien provisto de carnadas naturales.  

Batallas épicas

Lo que viene después de una clavada bien firme es una batalla fortísima con un peso pesado que arremete, en la mayoría de los casos, hacia los sectores más intrincados del río y hay que intentar frenarlo a toda costa. Son varios los que logran zafar o cortar por eso, cuando el pez supera en mucho a la resistencia del equipo, es válido soltar el fondeo y mover la lancha alejándola de las orillas más sucias.

Lo que no hay que hacer jamás es poner el dedo en el carrete para intentar frenar la salida del sedal, si la estrella está bien regulada y sale hilo, es porque del otro lado hay potencia de sobra e intentar aumentar la resistencia sólo nos llevará a un indeseado corte. Otra recomendación es nunca soltar la caña, ni dejarla con el reel cerrado mientras el cebo permanece en el agua. Es doloroso ver salir volando violentamente de la lancha y perderse en las profundidades un equipo completo ante un descuido.  

Si otros peces usan recursos defensivos predecibles, comunes y habituales, como el boxeador que combate dentro de ciertas reglas más o menos conocidas y establecidas, el pirarara es un improvisador feroz y descontrolado, una especie de luchador de UFC fuera de sí. Pareciera que su fortaleza primitiva no se agota jamás. Usa cuanto recurso tenga a mano para complicarle la faena al pescador. Dispara como una locomotora, embiste como un toro de lidia, cambia direcciones, busca los pozones más hondos para fondearse y las orillas con troncos, ramas y raigones donde enroscar y cortar el sedal. Una pelea de mucha fuerza y adrenalina sin margen para el error.

Como dijimos al principio, no se puede vencer a quien no se rinde, por eso cuando se logra doblegarlo al menos por un momento, para la foto y posterior liberación, la recompensa y la satisfacción es doble. Porque de esta manera no hay vencedores ni vencidos. Todos ganamos.

Nota completa en Revista Weekend del mes julio 2018 (edicion 550)

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Alejandro Inzaurraga

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