Ya casi no anda con machete, pero el misionero aún lleva la selva en el alma. Es su paisaje, su identidad, su tesoro. Toda la gente la reconoce como un ambiente único, frágil e irrecuperable, y la conciencia ecológica se encuentra presente en las conversaciones con cada lugareño. Pueblo de frontera, El Soberbio es buen ejemplo de ello, y la base para distintos destinos de aventura donde la jungla verde y densa es la principal protagonista.
El pueblo se anuncia como la última posta antes de los Saltos del Moconá en el río Uruguay, pero también es el primer peldaño de un campo fértil que conduce a la Reserva de Biosfera Yabotí y su bosque húmedo.
Pasamos el primer día en El Soberbio, esa suerte de tercer país enriquecido por la frontera política que divide y a la vez une esta parte de la Argentina con el Brasil del suroeste, donde los vecinos del otro lado toman a diario la balsa de personas y autos con el fin de cargar combustible barato (la diferencia es 4 a 1) y llevarse buenas compras del supermercado Ceferino, “el campeón de los precios bajos”.
Esa visita diaria y las muchas historias de amores, trabajo y educación a uno y otro lado del río, permiten mixturar el chamamé criollo con los corridos brasileños que llegan de la cercana Santa Catarina; o alternar la feijoada con la chipa y el tereré sin problemas.
Tras 70 km de reciente pavimento, con empinadas subidas y bajadas colosales por la sierra, se llega a la Reserva de Biósfera Yabotí, creada para la protección del hábitat natural, su flora y fauna. Con 254 mil hectáreas ubicadas entre los departamentos de San Pedro y Guaraní, el centenar de lotes que la componen son privados, aunque se encuentren dentro el Parque Provincial Moconá y la Reserva Esmeralda, ambos bajo dominio provincial.
No es extraño ver sobre el camino y en su interior algunas comunidades guaraníes que se observan incluso antes de llegar a El Soberbio (la Yeyi y la Pindó Poty, por ejemplo) afincadas sobre a la vera de la ruta y vendiendo plantas y su arte en cestería. Los paisajes se complementan con fértiles campos de yerba como en Aristóbulo del Valle, Santo Pipó o San Vicente, o en pequeñas chacras individuales.
Yerba, tabaco y té
Un labrador explica allí que son dos o a lo sumo tres las cosechas anuales de la planta de yerba, y que el proceso subsiguiente de secado es clave para el producto final. En frente hay otro campo repleto de té, otro de los fuertes del pago. A diferencia de la yerba mate, que es cosechada a mano y con tijera, el té se recorta cada 15 días con una máquina que rebana las hojas tiernas desde arriba, dejando cada parcela como un coqueto campo inglés. El otro producto sobresaliente es el tabaco. “Plantamos y cosechamos aquí. Es una producción familiar, que después debe secarse unos 90 días a la sombra para que esté disponible a la venta”, cuenta una de las puesteras.
“Nuestro principal objetivo es alcanzar un desarrollo sustentable y armónico entre el hombre y la naturaleza, y consideramos que el turismo es la actividad para lograrlo. La idea es instalarnos como una propuesta alternativa y a la vez complementaria a los Saltos del Moconá, ofreciendo todo lo que la selva y el río tienen para dar, como el tubbing, el kayak, el rappel y los paseos náuticos que incluyen los saltos. También hay caminatas y avistaje de aves, y tenemos una tirolesa de 250 metros que cruza una cascada”, asegura Fernando Gutiérrez, responsable del Refugio Moconá.
Nota publicada en la edición 497 de Weekend, febrero de 2014. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
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