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LUGARES | 10-05-2013 11:39

Una aldea con aire europeo en Argentina

La Cumbrecita es uno de esos rincones del país donde los inmigrantes de diversas zonas de Europa hicieron su hogar. Galería de imágenes.
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Guten tag!, nos dicen, a modo de saludo y con una sonrisa. Y sí, lo que primero seduce de La Cumbrecita es su aire de aldea europea: sus calles son empedradas, de uso casi exclusivamente peatonal y un río (el Río del Medio) la atraviesa, con lo cual el paseo comienza cruzando un puente de madera y, como hay muchas subidas y bajadas, el calzado ideal son zapatillas o borcegos con buen agarre. La cartelería del pueblo también está hecha en madera (tallada) donde abundan las palabras en alemán, las ofertas de salchichas ahumadas acompañadas de chuckrut y la repostería suiza elaborada a partir de las recetas de abuelos inmigrantes.

La variedad es muchísima, la tentación es grande y uno corre el riesgo de atolondrarse y de lanzarse a probar un poco de todo. “Mejor empezar con calma”, nos sugiere Janina Quinteros, subdirectora de Turismo y nuestra guía. Así, dejamos la gastronomía para más tarde y recorremos unos caminitos poblados de árboles y de silencio. Ha llovido la noche anterior, así que la mañana se presenta fresca y con aromas a tierra, yuyos y algo parecido a la menta. Una ardilla trepa por un tronco y se escurre entre unas ramas, los pájaros se llaman o buscan comida, y el tiempo simplemente transcurre.

Pasamos por la que fue la iglesia originaria de La Cumbrecita, una capilla de austera belleza, y luego nos dirigimos a la cascada (wasserfall, la llaman). El ascenso es escarpado y lleva una media hora de andar entre las rocas mientras el sonido del agua se torna cada vez más envolvente. Unos pasos más y llegamos a la base del salto de agua que funciona como pileta cuando hace calor. Allí permanecemos, con el sonido del agua como una canción de cuna que nos aletarga.

Gastronomía suiza

Sin darnos cuenta ha avanzado la tarde y nuestro itinerario continúa con un té en el Bar Suizo. Además del apfelstrudel, la deliciosa novedad la proporciona una torta de color violeta, cuyo interior está compuesto por peras y arándanos con una cobertura mantecosa y crocante. Si bien el maridaje ideal es té negro, también puede acompañarse con un batido de zarzamora, un té de rosa mosqueta y hasta una cerveza de elaboración local llamada Bergbräu, que significa “infusión de la montaña”. Todo matizado por una ambientación cálida, con mucha madera y las banderas pertenecientes a cada uno de los cantones suizos.

El paseo típico por el pequeño centro comercial consiste en recorrer la callecita principal tomando helado artesanal, eligiendo chocolates y mirando qué hay de nuevo en los puestos de los artesanos y en los negocios. Varios de ellos están dedicados a los duendes, seres muy característicos de la zona por la presencia del bosque, a las gemas y a la ropa de abrigo.

Nuestra jornada termina temprano porque mañana hay trekking por la montaña, así que en el restó La Colina nos esperan con una cena gourmet: solomillo con hongos, salsa de frambuesa y crocante de batatas.

Mucho para ver

Todo el pueblo de La Cumbrecita es una reserva natural, por lo que hay una cuestión de respeto por la naturaleza esencial y una de las cosas que tanto atrae a los visitantes. La mañana nos encuentra haciendo una caminata por las sierras, pero no es una caminata convencional, porque además de disfrutar del paisaje nuestro guía nos da datos geológicos del terreno, nos enseña a diferenciar huellas y jugamos a ponerle nombre a las piedras de formas caprichosas: el lobo de mar, la mujer, el narigón. “Esto es lo que llamamos el ojo del comechingón”, nos explican. Y vemos una roca con un hueco que parece un rostro, a la cual uno puede subirse y mirar desde allí la inmensidad de la montaña.

Trepando y caminando llegamos hasta otro de los lugares por donde pasa el Río del Medio. Lo mejor de todo es el agua transparente, poco profunda y la playa que se genera a su alrededor, ideal para asomarse y mojarse los pies después de tanto andar. Es maravilloso poder meterse en el río, lejos de los miedos de la contaminación o de no saber que hay en el fondo porque no se ve nada. Aquí es todo tan fácil: simplemente hay que sacarse un poco de ropa, animarse y tenderse a disfrutar. La otra opción es llevarse el equipo y pescar (solo se permite con mosca y con devolución).

La tarde de aventura la terminamos en El Peñón del Águila, un lugar pensado para que grandes y chicos hagan tirolesa, rappel, arborismo y se diviertan con una serie de juegos y ejercicios al aire libre, con distintos niveles de esfuerzo. A esto se le suma un simpático trencito que lleva desde la entrada del predio hasta las actividades y espacios para comer algo rico.

Noche y día

“Además de la naturaleza y la gastronomía, La Cumbrecita ofrece actividades de aventura para toda la familia”, explica Janina, y agrega: “El hecho de ser un ‘pueblo peatonal’ hace que la gente se desligue del auto por unos días y aproveche a disfrutar cosas tan simples como una caminata temprano”. Esta diversidad se complementa con servicios de spa y espectáculos nocturnos. También se organizan fiestas y bailes al aire libre, en general relacionados a las colectividades del lugar, que son una oportunidad para algunos de recordar la patria propia y de sus abuelos y, para el turista, de conocer un poco más de la cultura suiza y alemana.

En esta ocasión nos toca un show en el restaurante La Roc-K por dos motivos: recién el sábado hay fiesta general en el pueblo y, además, quieren que probemos “un plato muy especial”, tan especial que –nos dicen– muchas personas hacen un alto específicamente en La Cumbrecita para degustarlo.

Cuando llegamos nos enteramos de qué se trata: cazuela de ciervo pero servida dentro de un gran pan de campo. Sí, llega a nuestra mesa una suerte de hogaza –cuenco crujiente y humeante–, que se nota que es el orgullo de su creador. Mientras comemos suben al escenario Walter y Daniel, que todas las noches ofrecen sus canciones y su buen humor a los visitantes.

El repertorio va variando según el ánimo del momento (de ellos y de los espectadores) y de lo que vaya surgiendo. Alguien pide una chacarera y una zamba (se ve que tienen ganas de bailar) y después de risas y de agitar pañuelos todo vuelve a la tranquilidad de las baladas y de las canciones que acompañan cómodamente a una cena: un bolero, una canción de amor o algo del inevitable Joaquín Sabina.

Caminata de despedida

Son pasadas las doce cuando nos vamos; el aire está frío y hay una luna enorme que baña las sierras. Se sienten los aromas frescos de la naturaleza que el olfato de ciudad no puede describir con exactitud, pero que se disfruta. Se ofrecen a llevarnos, sin embargo preferimos ir a pie hasta el hotel: la luna y las estrellas invitan a disfrutar la noche.

Nota publicada en la edición 488 de Weekend, mayo de 2013. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

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Lorena López

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