La Argentina fue uno de los tantos países del mundo que, a partir del siglo XX, sufrió el impacto de las grandes organizaciones mafiosas y criminales, que llegaron al país y se ramificaron rápidamente por las ciudades del interior con sus inevitables secuelas de crimines y horror. Dos fueron las más tenebrosas de esas organizaciones que, con sus conductas mafiosas de intimidación, especulación y extorsión, golpearon a todos los estamentos sociales. Así lograron corromper a funcionaros, jueces, policías y ministros, e incluso sustentaron muchas de las campañas electorales de la época.
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50 años hablando de armas
Una de ellas, fue la organización Zwi Migdal, integrada por judíos de origen polaco, que comenzó a actuar en 1906 y se dedicó a promover la prostitución de mujeres que traían engañadas desde de distintos pueblos de Rusia e incluso Polonia, con la falsa promesa de conseguir trabajo en la tierra de las oportunidades. Esta organización, que comenzó a funcionar en el barrio porteño de La Boca, rápidamente se extendió a otras ciudades del interior de la Argentina, como Rosario, donde llegaron a crear 1.200 prostíbulos.
La Zwi, a pesar de que con el tiempo fue expulsada de la sociedad, inauguró sus propias sinagogas e incluso sus característicos cementerios que eran considerados imperios. Aún en la actualidad, en un sector del cementerio de Avellaneda, se pueden ver sus lujosas tumbas de costosos mármoles.
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Pistola trabada: causas y soluciones
El otro azote estuvo en manos de los mafiosos sicilianos que llegaron y desembarcaron en la Chicago Argentina en el año 1928. Esa organización estuvo presidida por Juan Galilli (foto arriba izquierda), conocido como Chicho el Grande o el Al Capone Rosario. Chicho el Grande y su banda mafiosa lograron crear su imperio criminal a través del juego clandestino, la prostitución y las extorsiones, que hasta el día de hoy se recuerdan en las páginas negras del país.
Los secuestros extorsivos a familias adineradas, los atracos a bancos y campos, y los crímenes innecesarios forjaron en Chicho, un mafioso sin escrúpulos, cualidades de asesino y calculador que lo hicieron poseedor de una fortuna incalculable y lo convirtieron en el enemigo público número uno.
La banda estaba en pleno auge y crecimiento, pero un día arribó a Buenos Aires un prófugo oriundo de la península itálica, Don Francisco Marrone, quien rápidamente comenzó a hacerle sombra a Galiffi perpetrando crímenes en sociedad con integrantes de la banda de Grande, ganándose así el nombre de Chicho Chico (foto de la derecha). Comenzó a planificar una serie de secuestros extorsivos a millonarios, entre los que se encontraban Néstor Martín y José Anzueza, que dispararon los titulares de la primera plana a nivel nacional. De esta manera se ganó a un gran enemigo que pronto prepararía su vendetta.
El enfrentamiento final
El tiempo pasaba y Marrone seguía insertándose en la sociedad rosarina y con ello quitándole cada día más jugadores a Chicho el Grande, por lo que en abril de 1932 llegó la venganza final. Chico el Grande invitó a dialogar a su rival en su casa de Buenos Aires, con el fin de llegar a un entendimiento en el mundo de los negocios. Chicho Chico accedió inocentemente sin saber que sus horas estaban contadas y que en ese viejo caserón ubicado en el barrio de Belgrano lo estarían esperando sicarios para ponerle fin a la mafia chica.
La pulseada fue ganada por Galiffi, pero con eso comenzó su ocaso. En la jornada de octubre de 1932, Chicho el Grande y su banda llevaron a cabo el secuestro del Dr. Jaime Favelukes y, luego de varios días de negociaciones con sus familiares, lograron cobrar una fortuna por su rescate y liberación. Como el secuestro había ocurrido en Buenos Aires, la Policía Federal comenzó su investigación a cargo del comisario Bazán. Primero dieron con uno de los secuestradores que integraba la banda de Chicho el Grande, el señor Salvador Vitello. Al atraparlo fueron encontrando a los otros miembros del grupo y fue el principio del fin de la mafia rosarina.
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