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TURISMO | 24-05-2019 13:24

San Juan, atractivos perdidos entre cerros y fincas históricas

Por las orillas del río Los Patos, desde Barreal a Calingasta, exploramos esta hermosa región para descubrir sus encantos naturales y culturales.
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Tierras de jesuitas y de huarpes, de ríos y viñedos, de cerros majestuosos y fincas históricas, de placeres y aventuras, de pueblos precordilleranos que encierran un ramillete de atractivos donde todo es pasado y presente, constituyendo un interesante circuito que se extiende sobre ambas orillas del río Los Patos, bien apto para disfrutar y descubrir recorriendo muy pocos kilómetros a lo largo de esta pintoresca región sanjuanina comprendida entre las localidades de Barreal y Calingasta.

Partimos desde el apacible pueblo de Barreal, donde asoma uno de los valles más sugestivos de la provincia. Entre hileras de álamos y el rumor del agua cristalina que corre por las acequias, este poblado brinda el ritmo ideal para olvidarse del mundo por unos días. A lo lejos, el cerro Mercedario –con sus 6.770 metros– asoma como un perfecto vigía. Desde Roca, la calle principal, vamos dando con la céntrica plaza San Martín y la capilla Jesús de la Buena Esperanza que alberga un Cristo de madera tallada, curiosamente sentado en un rincón del templo. Sobre esta arteria discurre todo: supermercados, restaurantes, bancos y locales comerciales; y a pocas cuadras, sorprende la calle de los enamorados con sus cautivantes leyendas.

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Barreal es epicentro para excursiones por el valle calingastino y, más lejos aún, para alguna travesía en 4x4 hasta el puente de Las Hornillas, sitio preciado por los pescadores de truchas en el cauce de Los Patos. Culmina lo urbano y la avenida Roca desemboca en la ruta 149 que atraviesa interminables chacras repletas de nogales, membrillos y manzanos, ofreciendo un agradable entorno de sensaciones. También se alinean los complejos de cabañas para disfrutar de buenas estadías y descansos entre abundante paz y tupida naturaleza.

Imperdibles

Dejando atrás el pueblo, rumbo norte y a escasa distancia, llegamos a dos sitios que no deben perderse, uno casi frente a otro y a la vera del camino. A mano izquierda, las ruinas de Hilario estampan sus huellas de antaño. Forman parte del primer yacimiento minero del país y, por su importancia, fueron declaradas monumento histórico nacional. Quedan pocos vestigios de este complejo construido a mediados del siglo XIX. Aún pueden verse algunos cimientos y paredes de viviendas y de la fundición de metales. Lo instaló Sarmiento cuando fue gobernador de San Juan, entre 1862 y 1864, pero duró unos pocos años por falta de capitales y tecnología, cayendo luego en un eterno abandono.

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Frente a las ruinas, algunos metros más allá, está el acceso al cerro El Alcázar. Ingresamos con el vehículo y en sólo un par de curvas nos encontramos con una sorprendente formación rocosa. Increíble, naturalmente espectacular. Un lugar que por su belleza y por lo imponente de su fisonomía impacta de inmediato. Su gigantesco formato de herradura, sus colores blanquecinos (que van cambiando con el correr de las horas) y sus colosales siluetas de piedra erosionadas por el viento y las lluvias, atraen a primera vista.

Este sistema rocoso pertenece a la precordillera y está compuesto por bloques sedimentarios de la época triásica, cuya edad oscila entre 230 y 190 millones de años. “Su nombre se debe a la similitud que tiene con el castillo de Alcázar en Sevilla, España –comenta Lucas, guía del lugar– y para preservarlo aún más fue declarado monumento natural provincial en 1993. Por su fantástica acústica, anualmente se realiza el Concierto de las Américas, un espectáculo nocturno en el que se presentan concertistas y grupos de primer nivel”.

Recorrimos cada rincón yendo por las suaves laderas que permiten realizar caminatas de escasa dificultad. El Alcázar resalta por su atractivo porte, fácil acceso y formidables formaciones. Es para recorrerlo sin prisa y disfrutar a pleno.

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De nuevo en marcha, el circuito continúa hasta el paraje La Isla, que se encuentra a corta distancia. Mucha vegetación sobre las riberas del río, donde además discurren filas de árboles que invitan bajo la sombra a hacer un alto junto al relajante murmullo del agua. En este apacible sitio, además, vive doña María Herminia Contreras, que con sus radiantes 74 años nos recibe en su casa para contarnos sobre su gran logro: el dulce de membrillo rubio más rico de la provincia. “Mi madre me enseñó este manjar, que el año pasado me permitió ganar el primer premio sanjuanino –acota María, orgullosa de su mérito–. El secreto está en el fruto (sano y maduro) y en el cocimiento (agua hirviendo) que debe prolongarse hasta que se formen grietitas en el dulce, momento que hay que retirar del fuego y detener la cocción poniendo un poco de agua fría, luego prensarlo, agregar azúcar y dejar macerar toda la noche”. De más está decir que probamos una porción con otra de queso de cabra: una verdadera delicia.

Allí nomás está el amplio puente que cruza sobre el cauce de Los Patos. Lindas vistas del valle de Calingasta, las sierras del Tontal y el poblado homónimo que se asienta a 1.375 msnm. Ahora la ruta pasa a ser el ancho boulevard Argentina que nos muestra el pintoresco camping municipal y el polideportivo con pileta, asadores y generosa sombra. Aparece la capilla Nuestra Señora del Carmen con sus murales pintados en las paredes exteriores y la vistosa plaza Patricias Sanjuaninas. Enfrente, el comedor La Morocha, muy recomendable, no sólo por los riquísimos y variados platos preparados por doña Petrona (bien llevado el nombre en alusión a la recordada cocinera televisiva), sino además por las charlas de su madre, Cora Esquivel: historia viva de la región.

Si de pasado se trata, conviene agendar una visita al museo arqueológico donde se conserva una momia de 500 años y numerosos objetos indígenas. Algunos locales ofrecen caminatas y cabalgatas para recorrer el valle hacia los cordones serranos y las cordilleras de La Totora y de Ansilta; o bien salidas de pesca a los cauces cercanos en busca de codiciadas especies como la trucha arco iris y criolla, el bagre amarillo y el otuno.

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Camino al sur

El viaje continúa ahora pegando la vuelta rumbo a Barreal, poblado que habíamos tomado como punto de partida. No obstante faltaba aún la visita a Tamberías, pequeño pueblo que remonta a otroras épocas coloniales sanjuaninas. Aquí la mayoría de las fachadas se ambientaron a las viejas construcciones de unos 150 años atrás, con la idea de armonizar el paisaje ante la vista de los turistas. Junto a esta estética edilicia, se reconstruyeron añejas casonas históricas, tales como la de las Minas del Carmen que datan del siglo XIX (pionero reducto minero) y la escuela Paso de los Andes fundada por Sarmiento, primer recinto escolar de la región. Notamos que la vida del pueblo gira alrededor del río Los Patos, por la cantidad de parcelas ribereñas cultivadas, canales de riego y viñedos. Las aromáticas, alamedas y árboles frutales, imprimen un sugestivo colorido al lugar.

Entrando al último tramo, pasamos por un par de estancias ubicadas a la vera del camino y, de inmediato, la llegada a la “pasarela de Sorocayense” que utilizamos para cruzar nuevamente el río. Del otro lado, un precario caserío donde yacen los vestigios de otra planta de fundición de épocas sarmientinas. El sitio lleva el gentilicio de su primer poblador, natural de la localidad minera de Zorocayo en el altiplano.

Desde aquí, sólo restan pocos kilómetros hasta Barreal y culminar el periplo, ideal por su corta extensión para realizar en uno o dos días, y descubrir así una franja no muy conocida de estas tierras cuyanas, que brindan durante todo el recorrido excelentes vistas de la precordillera andina.

 

Podés leer más notas como esta en la revista Weekend de mayo de 2019, n° 560.

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Marcelo Ruggieri

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