Sunday 20 de April de 2025
TURISMO | 13-04-2025 19:00

Para agendar: aventura oculta en un Uruguay poco conocido

Un singular camping tecnológico en un área protegida. Dos ciudades que son una e invitan a los free shops pero también a saborear una cultura mixta. Y un pueblo con esencia minera y cerros sin cabeza, donde el río y las caminatas marcan el rumbo.
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Soy de Tranqueras, un pueblito al sur de Lunarejo. A los 16 me fui a Montevideo para estudiar ingeniería en sistemas y fundé una empresa de software. Pero quise desarrollar proyectos con impacto donde nací, y así nació Villa Pancha”, se presenta Juan Suárez (45) desde un entorno donde brotan todos los tonos del verde y cuesta despegar la vista del cerro al que parecen haberle dado una rebanada. Desconocido incluso para muchos uruguayos, el Valle del Lunarejo es una joya geológica, un refugio de biodiversidad y riqueza humana. Ubicada sobre una cuchilla que es parte de la formación basáltica de Arapey, esta región con 300.000.000 de años fue declarada área protegida en 2009 debido al avance de la explotación forestal. Hoy, es un tesoro local.  

Tecnológico

Juan llama así a su camping, que tiene servicios de hotelería y aires de glamping. Portones eléctricos y códigos para ingreso suman seguridad e independencia a las viviendas del predio. Pese a seguir viviendo en la capital uruguaya, él se encarga de las redes y el contacto con los clientes: la forma de llegar y reservar, tanto la noche como los packs de estadía, es digital. “No hay recepción. La libertad para manejarse es una de las características”, cuenta. A través de la web (www.lunarejo.villapancha.uy) se puede contratar también desayuno, almuerzo, merienda o cena, que se recibirá en la puerta cada día. Del mismo modo, se coordinan excursiones en alianza con operadores turísticos del lugar, por ejemplo, a la cercana Cascada del Indio, o un paseo en camión sobre el arroyo Lunarejo. En el complejo hay casitas con decks en altura (lodges), baño privado y cocina, aire acondicionado y cama matrimonial. 

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Otra opción más económica son las tipis, triángulos con techo rígido y apertura de carpa tradicional, también con cama matrimonial, calefacción y ventilador, pero baño y cocina compartidos. Finalmente, hay espacios para estacionar motorhomes con servicios de electricidad, agua potable, baño y cocina. “Parte de la construcción la hicimos con amigos de la infancia y gente de la zona. Y la decoración, como algunos cuadros en los que se pueden ver animales típicos, son de un ex compañero de primaria”, completa. En un domo central se ubican la cocina y espacios comunes, resguardados de la lluvia y el frio invernal. Hay también un área de cowork, una sala de juegos, rincones de descanso y una estufa a leña. El resto, es verde y paz absoluta. 

En movimiento

Cabalgatas, paseos en el camión 4x4 y la llegada a la Quebrada del Gavilán son parte de las recomendaciones. Nosotros elegimos visitar la senda al Rubio Chico, un trekking a campo traviesa de dificultad media, acorde a grupos familiares y que permite disfrutar de la flora local donde –bromean– uno puede hacerse de un yuyito casero similar al Viagra. Son unas cuatro horas hasta la cascada, tomando estrechos atajos y monte de quebradillos. El premio llega con el infaltable baño en el espejo de agua que se forma debajo, con una relajante parada matera. Cerquita, una bandurria amarilla, y luego una chuña patirroja, dan cuenta de la fauna local que, aseguran, puede ampliarse en otros recorridos, incluyendo águilas y halcones, y mamíferos de porte como el puma, el venado de cola blanca, el oso hormiguero chico, coatíes, zorros y carpinchos. 


“Es posible ver a alguno de ellos camino a las cascadas Grande y Del Indio, que demandan 5 horas, pero tenés dos cascadas diferentes con paisajes hermosos”, invita el guía. Exuberante vegetación y arroyos que corren sobre suelos de piedra negra permiten bañarse como en una pileta, en terrenos donde aflora la porción uruguaya del Acuífero Guaraní. La visita a la Estancia Los Ceibos concluye la estadía en compañía de baqueanos locales. La hospitalidad de sus dueños aporta la riqueza de la cultura rural y una gran panorámica del valle para disfrutar largo tiempo. 

Dos en uno

A poco más de media hora nos espera Rivera, Sant´Ana do Livramento (Brasil), o mejor dicho, ambas. “Es imposible pensarlas como dos ciudades separadas”, afirma Florencia Berrutti, responsable del Frontier Hotel y una de las creadoras de la Mesa de Destino Binacional, que potencia la zona, sus comercios y prestadores de servicios, e intenta resolver detalles formales, como por ejemplo el ingreso y salida de buses turísticos sin tanto papeleo. Es que, por sus límites zigzagueantes, es prácticamente imposible saber si se está en Uruguay o Brasil si uno anda por el centro. 

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Y el mejor ejemplo lo da la Plaza Internacional: “No hay una parte nuestra y otra de ellos. Es de ambos. Y es un símbolo: el acuerdo entre países se firmó en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial. Cuando parte del mundo se mataba acá había unión”, completa Berrutti, que juega al padel “del otro lado”, y cuenta con un DNI fronterizo, como muchos de sus empleados. Sinónimo de compras sin impuestos, Rivera ofrece asimismo otros atractivos. Un zoo de animales rescatados, muchos espacios verdes, el barrio del histórico frigorífico inglés y una potente gastronomía, lo certifican. Pero la cosa no termina allí. Los pagos vecinos cuentan con una bellísima laguna, la Batuva, un remanso para los calores veraniegos. También, el pintoresco Trem do Pampa (www.tremdopampars.com.br), con dos vagones y una moderna locomotora, que recorre el campo y en su andar invita a disfrutar de la música gaúcha y las comidas típicas hasta la llegada a un viñedo cercano. 

Con agua y sin cabeza

La parada final es al sur-este, en la localidad de Minas de Corrales. Paisajes rurales y cultura de trabajo se fusionan en criollos a caballo y efectos cotidianos de la labor minera que dio vida a este pueblo. Así, tradición y modernidad se ponen de manifiesto a cada paso, aunque no nos convoca ello en este viaje. Seguimos hipnotizados por aquel cerro descabezado que irrumpe en el horizonte entre estancias de producción ganadera y mucho campo. “Podemos incluir en la salida el sendero La Cachoeira, una cascada que nunca se agota ya que surge de un manantial cercano”, suma Edelweiss Oliver, guía local y empresaria hotelera. Con ella caminamos un par de horas ladeando cerros con afloramientos de cuarzo blanco, sorteando caminos agrestes de monte nativo. Al rato, nos recibe la cascada, que puede disfrutarse desde su piletón, pero también visitarse desde arriba, con la vertiginosa opción de cruzarla con cuerdas. “Eso gusta tanto como el almuerzo que armamos bajo la galería de las coronillas, famosas por su sombra”, asegura Edelweiss. 

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De regreso, lo prometido: el cerro descabezado. “Es una formación relíctica, es decir, lo que va quedando de una enorme masa que se formó hace unos 180.000.000 de años y no ha sufrido cambios metamórficos”, explica, y amplía: “Ocurre que toda esta zona estaba a su altura, pero la erosión fue creando quebradas y luego valles, quedando estas rocas por encima”. Habla en plural porque hay unos 10 cerros similares, aunque el Miriñaque (282 msnm) es el más emblemático y su panorámica, inigualable. Subir requiere de guía especializado –y autorizado–, ya que pertenece a un campo privado. Llamado así por la forma que recuerda las faldas de las mujeres de fines del siglo XIX, el Miri guarda un último secreto antes de la despedida. En su cima se apiña una población de palmeras enanas, las yatay-poñy, presentes únicamente aquí. 

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Pablo Donadío

Pablo Donadío

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