Thursday 28 de March de 2024
TURISMO | 15-08-2019 14:16

Aroma verde en el aire de Montevideo

Un fin de semana navegando por el humedal del río Santa Lucía y paseos urbanos con perfil natural.
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Nos gusta la ciudad y nos gusta el verde. Y además la playa. No nos tocó nacer en la que sería nuestra urbe perfecta –Montevideo– pero la tenemos a dos horas de navegación. Desembarcamos y nos sentimos como en casa, en una ciudad hermanada a la que Borges le dijo: “Eres la Buenos Aires que tuvimos, la que en los años se alejó quietamente”. Su tranquilidad por momentos pueblerina –pero no dormida– y su nexo más íntimo con el río es quizá la añoranza perdida que tanto buscamos en esa orilla también tanguera. Siempre volvemos a ella y esta vez lo hacemos en busca de su perfil más natural.

Un humedal inesperado

Dejamos las cosas en el hotel y salimos rumbo al norte por la Ruta 5, en busca del humedal en el delta del río Santa Lucía. A la media hora de viaje comienza un campo con casas espaciadas. Doblamos hacia la izquierda en una calle de tierra, entre quintas agrícolas, hasta la casa de madera de La Macarena, el emprendimientode ecoturismo de Mariano Elzaurdia, quien nos recibe sonriente y sólido con sus dos metros de altura, parado en un puente colgante encima de un estanque. 
Nuestro día de campo comienza en un carro techado al impulso de un tractor que atraviesa los bajos inundables de este humedal de 50.000 hectáreas, hasta la costa de un arroyo. En la planicie se levantan miles de cortaderas como colas de zorro. Pasamos a una lancha que conduce el mismo Mariano para explorar lo que parece el delta de Tigre pero mucho más virgen y despoblado (hay kayaks para alquilar o se puede traer el propio).  Navegamos sobre el espejo de agua entre pantanos y bañados: cada tanto aparece una plateada lisa saltando como delfín. Y entro en shock cuando una de ellas cae adentro de la lancha dando coletazos. Mariano, muerto de risa, la atrapa y la arroja al agua. 
- Así pesca cualquiera, le digo.
-Vos te reís, pero esto es normal, contesta Mariano agregando que los peces suicidas le han caído en su lancha un centenar de veces, entre ellos tres dorados.   

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Con cosecha incluida

 Al ser una zona inundable, aquí no hay viviendas y la pesca es aceptable. Uno puede contratar un guía de antemano o ir probando desde la costa. Hay también bagres, tarariras, sábalos y pejerreyes. Mariano aclara que “no es un súper pesquero, pero se pesca; los mayores portes se dan con las carpas”. Un martín pescador pasa a vuelo rasante y da un picotazo en el agua sin siquiera frenar: saca un pez y se posa en una rama a devorarlo. En cada orilla hay juncos y pasan flotando camalotes y repollitos de río. Salimos al ancho Santa Lucía y en todo el paseo no cruzamos a nadie. A lo lejos remontan vuelo garzas moras y blancas, y en una rama descubrimos al vistoso hocó colorado, que tiene forma de cigüeña.
Regresamos a la recepción de madera –rodeada de agua casi como una isla– y Mariano enciende unos leños para cocinar vegetales salteados de su huerta y unos suculentos ojos de bife al disco. El vino que acompaña es un tannat de pura cepa uruguaya. Después del almuerzo salimos a caminar para ver a la pareja de carpinchos Pelopincho y Cachirula y a la oveja Dolly.  Luego entramos a un bosque nativo como los que poblaban la Pampa Húmeda, con árboles de coronillo, molle y canelón. Esta selva en galería con lianas crea un silencioso microclima donde, a veces, se oye el cantar de aves como el tiquitiqui, el zorzal, el sietecolores, la viudita, el picaflor garganta blanca, el cardenal azul y la lechuza de campanario. Completamos el día en la zona de plantaciones cosechando manzanas, peras y duraznos. 
La Macarena abre sábados y domingos (días de semana hay que reservar). Queda a 25 km del centro y quien no tenga auto puede comprar la excursión desde el hotel (U$S 80 el día de campo con la comida y U$S 50 sin traslado). Incluye almuerzo, merienda, caminata, paseo en bote a pedal, navegación en lancha y cosecha. Un bus público deja a los visitantes en la ruta donde Mariano los pasa a buscar (www.alfinaldelhumedal.com).

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Por la ciudad 

El segundo día lo dedicamos a conocer los parques de una metrópoli muy arbolada y con grandes áreas verdes, que se camina muy bien. Y también se la pedalea a gusto: lo sabe Paul McCartney, quien la recorrió en bicicleta a solas. En nuestro caso optamos por caminar y comenzamos por el barrio El Prado, uno de los pulmones verdes de la ciudad, para relajarnos en el íntimo y pequeño Jardín Japonés, detrás del museo Juan Carlos Blanes y diseñado con cerezos, ginkgos, bambúes, estanques y puentes.
Nuestra caminata montevideana sigue hacia el cercano Jardín Botánico. Es un parque señorial creado en 1902 por un paisajista francés en 13 hectáreas, con una fuente central y árboles altísimos separados por continente de procedencia: Asia, África, Europa y América. 
En un bus bajamos hasta la rambla costera y con una app alquilamos un monopatín eléctrico para ir bordeando el río hasta la Plaza Ramírez y cruzar la calle para explorar las 43 hectáreas del Parque Rodó. Allí caminamos por un jardín de esculturas entre palmeras gigantes.

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Por la noche cenamos en el centenario Mercado Agrícola, un gran predio cerrado con estructura metálica, reciclado para vender ahora antigüedades, verduras y fiambres que abre de lunes a domingos de 9 a 22. Además se convirtió en un sofisticado polo gastronómico que es a la vez popular, donde comer el tradicional chivito uruguayo –en verdad es un sándwich de lomo–, platos cubanos en Chékere –de una cubana filósofa criada en un cayo–, postres árabes cocinados por un sirio ex-preso de Guantánamo que habla español y se integró bien a la sociedad uruguaya, o una parrilla gourmet en Pellicer. Todos los jueves, en el centro de este gran patio de comidas, hay un show gratuito de candombe, murga o música clásica (www.mam.com.uy). Este mercado es la semblanza del Montevideo actual: antiguo, remozado y cosmopolita a la vez

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Julián Varsavsky

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