Como todas las mañanas, doña María Cristina sale de su casa a comprar pan. La panadería, la Casa Chedrrese de ramos generales y el antiguo hotel de Ruiz -hoy cerrado-, ocupan las esquinas más transitadas por alguno de los 600 habitantes de San Francisco de Bellocq, un pueblo entre el mar y el campo de la llanura bonaerense. Lejos de las apps, de Instagram, de la velocidad 5.0 o de la Inteligencia Artificial, este rincón rural hace honor a su historia, a sus inmigrantes libaneses, dinamarqueses y holandeses, y cuida cada recuerdo como un tesoro que hijos y nietos recuperan como un valor de su propia historia y de la de su comunidad.
Esa misma comunidad que se impuso cuando llegó el trazado del ferrocarril para construir la Ruta 72 y quiso tirar abajo la Estación del Tren, la misma donde un 19 de agosto de 1930 nació el pueblo, perteneciente al partido de Tres Arroyos. Está ubicado a 20 km del mar, entre Copetonas y Orense. San Francisco permanece a puertas abiertas, con sus ritmos de siesta y sus bicicletas sin candado. Muchos de sus niños pasan por el Jardín de Infantes, hoy instalado en la vieja estación ferroviaria.
José Herrero Sánchez es el escultor del Monumento a la Madre que decora una de las calles principales. Esculpido en piedra dolomita que se trajo desde las sierras de Olavarría, la obra es un homenaje a aquellas mujeres que, en una época adversa y siendo viudas, pusieron su esfuerzo para administrar todas aquellas tierras donde finalmente se asentó el pueblo.
Gerardo Chedrrese recorre con la vista el gran salón donde antes bailaban los habitantes de la región, cada fin de semana de fiesta. El Almacén de Ramos Generales Casa Chedrrese vendía todo tipo de mercaderías en la región y cada mes de marzo, tras la cosecha, venían todos a pagar sus cuentas “para no perder el bigote”, cuenta. “Nací en una de las habitaciones de esta tienda y aprendí a caminar sobre el mostrador. Mi padre, Pedro, me contaba que en aquellos tiempos se cumplía la palabra y que el crédito era sagrado. Quien no pagaba perdía el bigote, lo cual era grave en una época en que los hombres los lucían largos y grandes". Junto a Héctor Somovilla ha puesto en valor una antigua casa lindera al almacén y abrieron La Primavera, un alojamiento de pocas habitaciones con baño compartido que, como comenta Héctor, “no tiene una finalidad comercial sino que la gente venga a visitarnos, tenga dónde quedarse y pueda sumergirse en nuestra historia”.
En una sala del almacén también se ha conformado un pequeño museo donde atesoran artefactos, adornos y ropas antiguas que invitan a imaginar cómo se vivía en aquellas épocas duras, luchando contra el clima, dependiendo de la cosecha, con pocas comunicaciones y donde “uno se enteraba de lo que sucedía en el pueblo a través de parlantes instalados en el ya cerrado Hotel Ruiz”, comenta Héctor.
Bellocq tiene ese encanto rural de la provincia más grande de la Argentina, donde los locales compartieron sus vidas con los inmigrantes, y así forjaron y dieron carácter y fundamento a nuestra historia. Es una invitación a observar esos cielos límpidos por la noche, rebosantes de estrellas. A escuchar los sonidos de las aves y los animales silvestres de la zona. Invita a conocer cómo era la vida por los años 30 y 40 del siglo pasado. Es una parada casi obligada para aquellos que llegan a disfrutar de las playas tresarroyences (Reta, Orense, Claromecó). Tan cerca del mar, sobre la Ruta Provincial 72 -que nace en Sierra de la Ventana y finaliza en Ramón Santa Marina recorriendo parte de sus 272 km que cruzan varios de los partidos bonaerenses- el pueblo es una pequeña joya intocada gracias a la fortaleza de una comunidad que no se ha ido, que regresa, que construye su día a día.
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