Desde aquel mirador, el panorama que podíamos contemplar era una sucesión de cerros inusualmente verdes que se perdían en el horizonte. Había llovido mucho en la primavera y eso explicaba esa explosión que mostraba la naturaleza, con distintos matices de ese color. Pese a la altura hacía calor, porque estábamos en verano. Mirando hacia abajo podíamos ver cómo serpeaba la senda sobre las laderas, mostrándonos el camino que habíamos recorrido hasta el momento en ese trekking. Llevaba un descriptivo nombre que lo identificaba: “7 Cuestas”.
Seguimos camino y después de descender hacia el pequeño bosque, a través del cual corría un arroyo, llegamos el lugar perfecto para la pausa del almuerzo. Posteriormente, con energías renovadas, nos enfrentaríamos al principal desafío de esa caminata: encarar esa serie de pendientes para poder llegar a nuestro objetivo: la Estación IV del histórico cable carril que sale de la ciudad de Chilecito, en La Rioja. Tendríamos que llegar hasta los 2.539 metros de altura.
Chequeando el nivel de oxígeno
En el lenguaje montañero, una cuesta es una vía de ascenso que tiene una pendiente empinada y ¡justamente por eso cuesta subirla! En la geografía de las Sierras de Famatina, que son estribaciones de las Pampeanas, se da un particular fenómeno, la altura pega, puede afectar más que otras montañas a la misma altura. Por eso, antes de encarar el esfuerzo consecutivo de las siete, los guías chequean el estado físico de cada uno de los miembros del grupo usando un oxímetro. Es un aparatito muy útil que marca el pulso cardíaco y la concentración de oxígeno en la sangre. Una prevención que actualmente permite la tecnología y que sólo requiere que prestemos por un ratito uno de nuestros dedos índices. El arroyo del bosque tenía una serie de pequeños saltos por los cuales bajaba agua pura y fresca. Cargamos las caramañolas, volvimos a ajustarnos las botas, cargamos las mochilas y empezamos a subir…
Wamatinaj
Un poco de contexto histórico. Los pueblos originarios de la etnia diaguita ya conocían y reverenciaban a las sierras de Famatina, a las que llamaban Wamatinaj porque los Wamatina eran los diaguitas del grupo capayán que habitaban en el valle que estaba al este de la montaña. La búsqueda y extracción de minerales en la región, especialmente el oro, es muy antigua, se remonta con seguridad a la época de los incas, y luego la continuaron los jesuitas y muchos otros.
A fines del siglo XIX, el trabajo en las minas era importante, no solo en las de oro sino también en las de plata, cobre, plomo y hierro. Siempre la gran dificultad fue el transporte de los minerales desde las alturas de la Sierra y entonces Joaquín V. González, que era oriundo de Nonogasta, presentó un proyecto para la construcción de un cable carril que uniría Chilecito con una tradicional mina de socavón ubicada a 4.603 metros de altura. El oro y los demás minerales podrían llegar luego hasta al puerto de Buenos Aires vía el Ferrocarril del Norte.
Fuerza alemana
Como obra de ingeniería, era una iniciativa muy importante y ambiciosa para la época. La empresa Adolf Bleichert, de Leipzig, Alemania, comenzó los trabajos en febrero de 1903 y los terminó el 1 de enero de 1905. El cable carril tenía una longitud de 35 kilómetros montaña arriba, nueve estaciones de control para salvar un desnivel de 3.500 metros, 140 kilómetros de cables de soporte y tracción, para enganchar las vagonetas de transporte de mineral, y 262 torres de sostén (de entre uno y 55 m de altura) construidas en hierro. Además había un túnel de 159 metros excavado en la roca.
Algo de recuerdo
Para tener una idea del esfuerzo que implicaba el trabajo, los cables de acero para tracción tenían un diámetro de 36 mm y un peso de 7 kg por metro. Como se fabricaban en tramos de 200 a 300 metros y llegaban a pesar unos 2.100 kilos, hacían falta unos 100 hombres para portearlos.
Cuando los ingleses que manejaban la mina se fueron en la época de la Primera Guerra Mundial, –se dice que en tres días– dejaron casi todo intacto en las estaciones, por ejemplo sacos colgando en los percheros de los armarios. Pero con el paso de los años, casi todas esas cosas fueron desapareciendo, porque los que llegaban se llevaban casi siempre algo de recuerdo. Así se perdieron muchos testimonios de esa historia.
Otras empresas privadas continuaron con la explotación, pero para 1926 ya no pudo sostenerse y la gran obra dejó de funcionar definitivamente. El alguna vez prodigioso emprendimiento tecnológico se salvó de ser vendido como chatarra y el 25 de octubre de 1982 fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Hoy en día, pese a las huellas del paso del tiempo sobre su estructura, con su aire fantasmal y nostálgico, el cable carril aún asombra y despierta mucho interés. Se está poniendo nuevamente en valor pero como un gran atractivo turístico. Está por un lado ese viaje al pasado, con un montón de historia que revive si visitamos sus instalaciones. Por el otro lado, está el imponente marco natural. Para los pobladores de las Sierras de Famatina vale más la belleza del paisaje, la pureza del agua en las vertientes de montaña, que la vana y efímera riqueza del oro. La naturaleza puede ofrecer un gran tesoro, más sostenible con el desarrollo del turismo activo.
En lo de Abraham
En el cable carril cada estación nos irá delimitando una experiencia turística diferente, con atractivos, duraciones y dificultades particulares. Y claro, son propuestas para justificar varios viajes. A continuación vamos a seguir contando el trekking a la Estación IV, más otro consecutivo hasta El Túnel.
Nuestra base para esta propuesta va a ser el puesto de Don Piedra, que bien vale una visita por la cordialidad del puestero que en realidad se llama Abraham Páez. Hasta allí se llega en vehículo. Además de poder tomar algo fresco o comer, el lugar es muy pintoresco y está lleno de animales que corretean por ahí o están en los corrales de madera y piedra. Vimos gallinas, patos, gansos, pavos, faisanes, chivos, cabritos, caballos, llamas y guanacos.
Cuidado con la altura
Desde el puesto de don Piedra se toma entonces la senda para llegar hasta la Estación IV, a 2.539 metros de altura y conocida con el nombre de Rodeo de las Vacas, pero más como Siete Cuestas. Como dijimos, ese nombre viene por las siete pendientes que hay que subir al final para poder llegar. Es un trekking de unas seis horas y hay que estar acostumbrado a caminar por bastante tiempo sobre un terreno que tiene su grado de dificultad, no solo por la inclinación de las pendientes, sino también porque la senda puede tener mucha piedra suelta. Hay que andar con cuidado al subir pero aún más al bajar. Además, la época del año cambia las dificultades del camino y claro, está el tema de la altura, que puede hacerse sentir en los tramos finales.
Esta travesía puede efectuarse en el día, pero una opción muy recomendable y más aventurera: hacer campamento para disfrutar de una cena de altura bajo un cielo de infinitas estrellas en la montaña. Luego de dormir en la Estación IV, al otro día tenemos dos opciones: regresar hasta el puesto de don Piedra o segir camino por unas tres horas hasta El Túnel, una construcción que tiene 159 metros de extensión. Allí el cable carril atraviesa la montaña en su camino a la Estación V, llamada Cueva de Romero, a 2.689 metros de altura. En el interior frío y oscuro del túnel, el guía José Luis Carrizo nos mostró un lugar donde se apilaban pequeños huesos de roedores, un testimonio del habitante nocturno del lugar, una especie única de lechuza, blanca “como la de Harry Potter”, según José Luis.
Cabalgata singular
Rául Villafañe es chileciteño y tiene su predio de cabalgatas que se llama Yastay, en Famatina. Una salida clásica del día muy buena arranca desde la finca en Alto Carrizal hasta El Corte de la Dignidad, pasando por plantaciones de nogales. Ese corte es el lugar histórico donde los pobladores de la localidad pusieron una barrera contra las mineras que querían explotar las sierras. El lema era “¡El Famatina no se toca!”, y lograron establecerlo.
En El Corte se baja de los caballos para un refrigerio de media hora y luego se sigue en una parte espectacular por sus paisajes, el circuito de Valle Encantado, donde están la Cueva de las Brujas, las paredes rojizas de Talampayita y el mirador en altura del Viejo Estanque. Un complemento ideal para empaparse aún más con la belleza de las Sierras de Famatina, en La Rioja.
Delicias imperdibles
En los Valles de Famatina está la oportunidad imperdible de probar la única cepa verdaderamente autóctona: el torrontés riojano. La uva viene del cruce espontáneo de la variedad italiana moscatel de Alejandría y la llamada criolla chica, traída por los colonos españoles.
En las bodegas Valle de la Puerta (www.valledelapuerta.com) y La Riojana (www.lariojana.com.ar) se pueden probar distintos vinos blancos elaborados con este varietal.
En estas bodegas también se podrán degustar, siguiendo una tendencia mundial, nuevos red blends (cortes de distintos varietales tintos), sobre todo de malbec con bonarda y cabernet sauvignon). En la casa de delicias La Rinconada (en Facebook: La Rinconada) probar un producto único, inventado allí: el alfajor de crema de vino torrontés. Ellos son productores nogaleros así que, además, se pueden conseguir nueces muy buenas (con o sin cáscara), junto a otra excelente delicia norteña: las nueces confitadas. Sobre la plaza central de Famatina está Adobe Arte:comercio de productos regionales como dulces, alfajores o una miel realmente fantástica.
En el centro de Chilecito está el clásico restaurante El Rancho de Ferrito (en Facebook: El Rancho De Ferrito) donde, entre otros platos notables, es imposible no probar uno inventado por la casa: las costeletas de cerdo a la riojana. Por último, en la Estación 2 del Cable Carril (en Ins-tagram: elgranpezestacion2) está el restaurante “El Gran Pez”, donde el especialista Lutty Juárez propone una cocina temática de todo el mundo. que va cambiando cada fin de semana.
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