Tuesday 19 de March de 2024
PESCA | 13-01-2019 23:36

Truchas para iniciados y experimentados

Un año más tarde volvemos a las aguas de los ríos Mansos y Limay para desafiar a los refinados salmónidos. Una salida increíble que recompensó con cantidad y calidad, más alguna que otra sorpresa.
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Después del debut truchero del amigo Carlos Iconicoff en 2017, decidimos volver a la cordillera, a Dina Huapi, para repetir la experiencia. Esta vez fue en patota, ya que se sumaron su hermano Mateo y su hijo Francisco, ambos sin experiencia con los refinados salmónidos, pero avezados pescadores del Alto Paraná y el Amazonas, curtidos en mil batallas con monstruos de ríos. Era una semana de pesca de cuatro hombres solos, sin ningún plan preestablecido, simplemente dejándonos llevar por la pesca y el instinto.

Como morada elegimos las cabañas de Boca del Limay, de Jorge Rojas, en las que desayunábamos todos los días con una postal paradisíaca de la naciente del río Limay. El clima fue espectacular y Jorge un gran anfitrión y cocinero, que nos hizo sentir como en casa. Pesquero al que religiosamente le hice “pelo y barba” todos los amaneceres y atardeceres que pude.

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Piques que se hacen desear

Venía muy dulce de otros años, pero esta vez el agua alta me molió a palos. La única trucha buena de tres kilos se me desprendió y apenas cobré un par de plateaditas de un kilo. Pescamos abajo del puente, enfierrados con cañas de dos manos y skagit con body IV y punta VIII. ¡El surfcasting de la pesca con mosca!
Pasamos por el Pichi Leufu, en la Pilila, con mucho sardinaje con cañas ultralivianas y perdigones. La única marrón linda me cortó el tándem en un raigón. El río Caleufú, a la altura del Monolito, literalmente nos echó. Tan furioso y cargado de agua que de vadeo casi no dejaba lugar para la pesca. Además era muy peligroso, sobre todo con amigos sin experiencia en ríos de montaña. Aún así, se destacó una pesca de percas en el embalse de Piedra del Águila, todo a vista y muy selectivas. Rechazaban todo hasta que descubrimos la clave: ninfas en anzuelo 14 y tippet fino. Los muchachos se dieron una panzada con boconas de hasta dos kilos con cañitas Nº 3 o 4.
A pesar de todo, lo mejor del viaje fue el Manso Inferior y el Limay Superior, sobre los que nos concentraremos en más detalle. El tramo más rendidor fueron los primeros dos kilómetros, debajo de la boca del lago Steffen. De entrada, nos recibió un lote de arco iris de un kilo, postde-sove, que pescamos a vista con equipos entre Nº 2 y 4. Con línea de flote, leader de 10 pies, tippet 0,18 mm y perdigones Nº 14 o 16. Los muchachos fueron verdaderos campeones, no cortaron ningún pez, pelearon y los manipularon bastante bien.
Tras una pasada con secas grandes sin respuesta sobre las camas de algas, fuimos a stremerear a los mejores pozos con cañas entre Nº 4 y 6, shootings con corredor de nylon y streamers. Nos recibieron arco iris de un kilo de promedio, sumamente peleadoras. En mi caso, le metí duro al hilo y logré coronar varias arcos y una destacable marrón residente, que me la complicó con los muchos raigones del boscoso río. Mateo me robó la caña, y con solo dos peces... ¡se hizo fanático del hilo!

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Una fiesta para la mosca

Pero el plato fuerte fueron los arroyos que bajaban al lago Steffen. Cuando los pescadores se retiraban de buscar las truchas con shooting, lejos y profundo, nosotros sacábamos muchísimas, justo debajo del escalón donde ellos se paraban. El arma secreta: línea de flote, leader de 12 pies y perdigones españoles en deriva muerta cerca del fondo, intercalada con estripados cortitos. Increíble pesca de plateadas de 800 g a 1,5 kg, de esas que pelan la línea en la primera corrida o dan seis saltos en la pelea. Sobre el atardecer, la eclosión de efímeras fue brutal, una fiesta para la mosca seca.
Lo más destacable fue la flotada del Limay Superior, que hicimos en dos botes capitaneados por dos amigos y guías enormes, Luciano Bacci y Carlos El Negro Vidal. Tan cargado de agua y rápido venía el Limay, que hicimos el tramo uno y dos en un solo día. Todo grueso, a matar o morir, con cañas Nº 7 u 8, shootings del IV al VII, y mínimo tippet del 0,30 mm.
Ya de entrada se generó una química especial entre Vidal y Francisco. Iconicoff chicaneaba, “entre negros se entienden”. Vidal, más picante, retrucaba, “los blancos son paposos, los negros tenemos toda la onda”. Y la verdad no hubo nada que hacer contra el “Black Power”. Nos pintaron la cara con unos peces terribles. ¡El morochaje estuvo intratable!
Con Luciano a los remos, junto a Mateo realizamos shooting pesado hacia las costas, algo de pesca anclada y un río furioso al que costaba mucho acostumbrarse. Para destacar las megaeclosiones de caddis, cada remanso o pocket mostraba decenas de miles de adultos muertos que, por su biomasa, hedían demasiado. Según Carlos, hay tantos que las truchas, ya hartas, ni los tocan. Pinchamos un par de residentes de un kilito y nos quedamos en el Curvón vadeando.
Cuando nos llamaba la atención el retraso de los compañeros, sonó un grito aguas arriba, a la altura de la Recta de Tati. A los pocos minutos cayeron los muchachos con cara de “yo no fui”, decían que no habían pescado nada. El engaño se develó con los churrascos, Francisco había metido, a pez visto, un tremendo macho arco iris de 3,5 kg. Después le cedió a su padre los primeros 20 tiros, en los que usó seis moscas distintas.
Aún así, él clavó el primero. Un pez que salió de casualidad y que no cortó de milagro.

 

La revelación de la jornada

A la tarde, de vuelta fue bomba y bomba con streamers. A los muchachos les dejaba la proa y los mejores tiros, mientras yo aprovechaba los vadeos. Cepilladas finas a la Recta de Rincón, el Treinta y Rosas, los tiros entrando bien pero sin piques.  Cuando el día se extinguía, bajo una arboleda debajo de la Lonja, el Negrito pinchó una incubo antediluviano. La curvatura de la caña Nº 8 y las corridas no dejaban dudas de que se trataba de algo serio. Tras una muy sucia treta del pez en una piedra, que casi terminó en corte, sobrevino una lenta y calma pulseada de 15 minutos mientras el aire se cortaba a cuchillo. Cuando Luciano copeó al barraco, explotamos de alegría entre saltos y alaridos. Con Mateo, orgulloso de su ahijado, y Carlitos puchereando de la emoción por el pescón de su hijo. Un macho de 85 cm y casi seis kilos que, por su poder y belleza, quedará en la memoria de todos. Ambos peces con una blonde negra, una mosca que, en lo personal, considero una porquería pero que en el bote de Vidal dibuja como ninguna. Qué lo parió, habrá que hacerle lugar en las cajas.


Nota completa en Revista Weekend del mes de Enero, 2019 (edicion 556)
 

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Diego Flores

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