Hace dos temporadas que venimos dando con las corvinas negras, cuya pesca comercial ha ido mermando debido a diferentes factores, ya sean climáticos como también a causa de su valor gastronómico. Cada vez con mayor frecuencia se las puede pescar desde la bahía de Samborombón, General Lavalle y hasta una franja que llega a Mar Chiquita y algunas playas de Necochea, donde pican desde la costa o en cardumen si estamos embarcados. Son ejemplares magníficos que van de los cuatro a los veinte kilos. Un trofeo envidiable, al que siempre vale la pena desafiar.
Hoteles responsables con el medio ambiente
Antes que caiga la noche
En esta ocasión nos dirigimos a un campo privado situado en la localidad de Manuel J. Cobo, mejor conocido por todos como Lezama. Ahí nos esperaba Mariano Anderson, un gran amigo y guía muy paciente para este tipo de pesca, quien nos condujo a un predio atravesado por el río Salado en el que pudimos dar con ejemplares soberbios que nos mantuvieron despiertos casi toda la madrugada, ya que los piques empezaron a partir de las tres de la mañana. Para eso, previamente tuvimos que transitar unos 45 km a través de un paraje en el que no hay ningún tipo de servicio.
Es importante aclarar que el viaje se paga con creces cuando la marea se da en creciente y los vientos del sudeste hacen que entre bastante caudal de agua al río Salado. Ese es el momento perfecto para realizar este tipo de salida.
Junto a Alberto Frontoni y Enrique Villarejo llegamos temprano para armar el campamento. Una de las tareas más importantes fue juntar leña para pasar la noche. La calidez de nuestro refugio era clave, ya que después del anochecer la temperatura empieza a bajar mucho en este ámbito. También, durante el día aprovechamos para recolectar cangrejos de la costa, alimento predominante de las corvinas negras y muy necesario para poder tentarlas.
Con la última luz del atardecer armamos los equipos: cañas de 3,90 m de acción 8 y varas enterizas de cuatro metros, con reeles frontales cargados con 150 m de nylon de 0,40 mm y una salida de 0,70 mm, conocida como chicote o salida trafilada. En la parte más gruesa del nylon colocamos la línea, de cuyos dos últimos metros sacamos una brazolada de 70 cm realizada con nylon del 0,60 mm que terminó con un anzuelo de variada de mar con retén de carnada pata larga número 5/0 reforzado. Para el lanzamiento utilizamos plomadas gotas y ataúdes, de 80 hasta 120 gramos.
El encarne, por su parte, fue muy elemental. Lo mejor es utilizar los cangrejos de la zona, ya que otra carnada no funciona en este tipo de pesca. Mariano ponía de a dos o tres, preferentemente hembras (de color más rosado), ya que son más efectivas gracias a las feromonas que largan. Para tener en cuenta: hay que darle varias pasadas con el hilo de goma y cortarles las patas para que no se entierren en el fondo del río.
Piques que se hacen esperar
En este ámbito, el Salado alcanza una profundidad que oscila entre dos y tres metros. Tiene una orilla uniforme que va serpenteando por los campos aledaños y una separación de 150 m entre costa y costa.
El primer ejemplar salió a las cuatro de la mañana, cuando los sensores de pique reavivaron nuestras ansias por el trofeo inicial. Tras una ardua batalla, con los reflectores apuntando al agua para no enredar las cañas, Mariano pudo izar un ejemplar magnífico de aproximadamente 14 kg. La corvina negra peleó fieramente durante unos largos 20 minutos, hasta que finalmente sus fuerzas cedieron y pudimos sacarla del agua.
El segundo pique no tardó en llegar. Atento a su caña, Alberto logró un magnífico ejemplar que superó holgadamente los 16 kg, una corvina negra muy vigorosa y sana, pero también increíblemente combativa. Hacia las cinco, el sol ya empezaba a asomarse en el horizonte y la cosecha de piezas se había afianzado tanto como nuestra satisfacción, a pesar de que habíamos perdido dos buenos piques. En uno de ellos, un corte se llevó todo, suponemos que fue un ejemplar de más de 17,5 kg. Este incidente sirve para dejar en claro que las chicharras de los reeles tienen que estar a media tensión, porque después de aflojar todo el hilo, que enseguida llega a 60 metros de corrida, se debe emplear la sapiencia para poder sacar a esta espectacular especie.
Jornada anecdótica
La luz matinal fue la señal para dejar las cañas y reunirnos nuevamente en torno al fogón. Luego de pasar una larga y fría noche entre piques y lances, unos ricos mates y un café bien caliente fueron el desayuno que coronó esta excelente jornada de pesca. El río había empezado a bajar y nosotros teníamos en nuestro haber tres capturas magníficas que pagaron con creces la larga noche. En varias salidas anteriores habíamos vuelto con las manos vacías pero, gracias a la experiencia y concentración de nuestro amigo y guía, pudimos dar con las inusuales corvinas negras de Lezama. No es algo de todos los días, pero hacer el intento en el Salado vale la pena.
Nota completa en Revista Weekend del mes de Enero, 2019 (edicion 556)
Comentarios