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PESCA | 31-10-2017 20:06

Increíbles monstruos del litoral

Surubíes y dorados de grandes portes en esta visita a Paso de la Patria, donde tanto con señuelos como con cebos naturales vivimos jornadas inolvidables. Galería de imágenes.
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Murphy y sus leyes no se cansan de hacer de las suyas cuando de las tres cañas puestas en juego, el surubí más grande se prende de la vara más ¡liviana! Pero cuando uno se mete en un baile no le queda otra que bailar. Así fue en esta oportunidad en aguas del Paraná, más precisamente en los bancos de arena de la isla Toledo, aguas arriba de la villa turística correntina de Paso de la Patria. Dos cañas de 2,10 m (7 pies), de un rango de potencia de entre 15 y 30 libras (1 libra = 0,453592 kilo) equipadas con reeles rotativos con hilo multifilamento del 0,26 mm y rematados con un líder de acero multifilamento de 30 a 40 lb y un señuelo de trolling de acción en profundidad (de paleta grande) al final del conjunto. Así estábamos actuando, invitados por la organización de pesca La Candelaria, de Carlos Bravo Bonpland, con Julito Rolón de timonel y guía, y Germán Avalos Billinghurst completando el equipo. Buscando dar con los grandes surubíes que por esta época del año remontan en cardúmenes hacia el Alto Paraná, actuando en la modalidad de pesca de arrastre o trolling, estrategia que dominan muy bien los guías de la región y en la que habitualmente se capturan grandes ejemplares. Pero como Paso también es sinónimo de dorado, y en los mismos sectores del río puede darse una u otra especie, armamos también un conjunto más liviano compuesto por vara de 12 a 20 lb y reel de bajo perfil (tipo huevito) cargado con multifilamento del 0,23 mm. Y como no podía ser de otra manera, el “monstruo de río”, siguiendo rigurosamente el mandato murphiano, se prendió de la más débil.

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Peso pesado

Casi media hora de combate extremo, de brazos entumecidos y temblorosos al final de una batalla sin cuartel, en la que se recuperaban con mucho esfuerzo 2 o 3 metros de sedal y que en lo que dura un parpadeo se iban 10 o 15 metros, como si nada, con cada llevada del coloso. La zona del río, despejada y libre de obstáculos, jugó a favor de los pequeños Davides que éramos y nos permitió con paciencia y tenacidad ir cansando y arrimando al grandísimo Goliath, que además de grande, sano y fuerte, presentaba un cuerpo robusto y macizo y un vientre henchido, donde claramente se le podían palpar al menos tres grandes protuberancias –como pelotas de rugby– que seguramente serían sábalos o bogas ingeridos no hacía mucho.

Cada inicio de primavera las hembras ponen entre dos mil y tres mil quinientas huevas que el macho fecunda para perpetuar la especie. Esto indica que la migración estacional es básicamente con fines reproductivos, pero la ocasión de alimentarse no está fuera del programa. Como los grupos de amigos que el viernes a la noche salen en plan de seducir señoritas, pero que si pasan delante de una parrilla humeante se distraen con un choripán, así el reflejo condicionado, el largo peregrinar y la ocasión frente a los nutridos cardúmenes de bogas, sábalos y otros forrajeros hacen que los surubíes, además de la freza, tengan espacio para un buen bocado.

La última etapa de la captura la hicimos ya en un sector de aguas bajas y bancos de arena aflorando, lo que nos permitió hacer las fotos sin necesidad de tener mucho tiempo al gran pez fuera del agua, evitando además que se golpee a bordo para que su recuperación fuera más rápida antes de devolverlo al río. Cuando hay cardúmenes en un tramo del río ocurre que tras los peces se congregan muchas lanchas y eso, de alguna manera, hace barullo y logra dispersarlos y que se pierda el pique. Ubicado el sector por donde se presume que pueden rondar los peces, una buena estrategia es madrugar más que el resto y llegar temprano a los pesqueros antes de que se saturen de aficionados. Otra es estar atento al olor característico que se percibe en donde pueden estar los surubíes, un fino aroma como a sandía madura que no todos sienten pero que los buenos guías captan enseguida. Lo que cuesta vale, reza el refrán, y con el surubí esta sentencia se cumple a rajatabla.

También dorados

Nos había adelantado Julito que los dorados estaban, y eran buenos, pero no se encontraban comiendo bien, conducta que puede obedecer a varios factores tal vez originados en el exceso de comida –que notamos en todo este tramo del Paraná–, que es una oferta permanente y vuelve remolones a los grandes cazadores. No es lo mismo un pez cazador ávido y en abstinencia, que un animal saciado y con comida por doquier, que igual sigue cobrando presas ocasionales pero ya más por instinto y por reflejo, sin la apetencia brutal del necesitado. También puede deberse a la temperatura del agua, que a pesar del clima primaveral se notaba algo fresca todavía, y eso en animales poiquilotermos (de sangre fría) baja el metabolismo y los aquieta un poco. Y, por último, también influye la etapa del ciclo reproductivo del pez: no es lo mismo una población en actitud reproductiva o migrante, que una en función únicamente alimenticia.

El detalle que no estén comiendo bien complica más a la pesca con artificiales, limita las chances y hace que si no se le pasa el señuelo o la mosca muy cerca, ni se interesen. Principalmente los grandes, ya que los chicos están siempre mejor dispuestos, juveniles que suelen tener mayor movilidad, y una voracidad permanente. Como comparación válida de comportamientos, basta cotejar la hiperactividad de un recreo de escuela primaria versus la parsimonia de un intervalo en una obra de teatro para adultos.

La técnica apropiada

La pesca con cebos naturales no demanda una movilidad extrema por parte del dorado y muchas veces se vuelve ocasional, el bocado ingresa a la zona de permanencia o de cacería del pez pero en forma no tan activa como un señuelo. La estrategia de pescar a pindá es muy efectiva en estos casos en que no se hallan tan activos o despiertos. También se la conoce como pesca a la deriva o a camalote, y consiste en dejar derivar la embarcación con el motor apagado para que se desplace con la fuerza de la corriente del río. Los cebos naturales van recorriendo el fondo a merced de la correntada. Uno de los cebos predilectos del dorado es la morena, que si es grande tirando a mamacha mucho mejor. Para favorecer la profundización, se puede agregar un pequeño plomito pasante enhebrado en el nailon o bien apretando una o dos municiones de plomo en la mitad del líder. Esto último sirve a la vez para evitar que las morenas puedan moverse hacia arriba por el líder y correr hasta el nailon ocasionando, ante un ataque imprevisto de otro pez durante la contienda, el corte del sedal.

Lo ideal es elegir el sector a pescar ubicándose aguas arriba del mismo, apagar el motor y dejarse llevar, lanzando los cebos encarnados de la cabeza y dejando que hundan hasta sentir el fondo entregando sedal con el reel abierto e ir moviéndolo y activándolo con la puntera de la caña, con esto además de agregarle atractivo minimizamos los tranques. Una vez que un dorado aborda el cebo, por el tamaño del bocado y en función de la voracidad que presenten, habrá que darle una prudencial llevada con el reel abierto antes de trabar, dejar que tense con la puntera baja y ejecutar el cañazo, ya que el pez primero toma el encarne, se aleja un poco del lugar y luego engulle. Encontrar el timing justo entre el momento en que toma la morena y la clavada, es la clave del éxito. Apresurarse o anticiparse en esta maniobra es sacársela de la boca. Por el contrario, excederse en la llevada es dejar que el pez se pinche con el anzuelo y automáticamente descarte el bocado. La zona de la Confluencia, el Planchón y más abajo Santa Ana nos rindieron con buenos dorados, pero el sector de Las Piedras del 20, especialmente la de Barco a Pique, nos brindó en días consecutivos los dos mejores dorados de este relevamiento.

Bogas

A pesar de las buenas experiencias vividas con los grandes del Paraná, cómo no intentar con una de las especies más sutiles y deportivas para enfrentar con equipos livianos como lo es la boga. Con equipos de bait cast y spinning, varas de 6 a 7 pies (1 pie = 0,3048 metro) y 6 a 12 lb con reeles frontales y rotativos medianos cargados con multifilamento del 0,20 mm o nailon monofilamento del 0,30 mm, agregando un plomito pasante de 20 gramos y una pequeña brazolada de fluorocarbono del 0,40 para terminar en un solo anzuelito de pata corta Nº 6 a 8, fuimos midiendo a la especie. No resulta sencillo dar con el timing exacto para clavar una boga. Es un abordaje casi imperceptible del cebo el que efectúa este pez, lo que vuelve la exactitud en la clavada un entretenido ejercicio de precisión con más yerros que aciertos. La pelea que sobreviene luego de clavada merece un capítulo aparte: un pez de tan extraordinarias dotes deportivas, de rápidos cambios de dirección, natación veloz, que no se rinde rápido, que tiene la boca sumamente frágil y que como se la pesca desde un punto fijo –y donde el río empuja mucho– no resulta nada sencillo de doblegar con equipos livianos y arrimar a la lancha. Una pesca que exige mucho del pescador y brinda enormes satisfacciones.

En nuestro caso las más grandes y gordas que superaron los 60 cm se interesaron por encarnes de daditos de sábalo en las piedras de Ita Corá. Una pesca apasionante a la que el pescador inquieto siempre le descubre nuevas aristas y facetas. Tan numerosas como las 100 leyes con que Murphy se empeña en complicarnos la pesca y que para obtener grandes resultados debemos encontrar las 101 maneras de contrarrestarlas.

Nota completa publicada en revista Weekend 541, octubre 2017.

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Alejandro Inzaurraga

Alejandro Inzaurraga

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