Mi caballo y yo mantenemos una relación frontal y sincera. Jamás lo apuro con “chirlos”, prefiero estimular su confianza y a la vez, confiar en él, que ya me ha dado muchas muestras de cariño.
Relatos a cielo abierto: Hurras para Manuel
Así empieza la nueva edición de Relatos a cielo abierto, te invitamos a escucharla por Radio Perfil.
Para experimentar en ese terreno, una vez dejé que López, así se llama él, me mordiera la mano. Otras veces había intentado llevársela a la boca pero, por temor a que me lastimara, nunca se lo permití. Sin embargo, yo sabía que si él hacía tal cosa, no sería con la intención de hacerme daño, sino porque en definitiva es un animal, tal vez incapaz de controlar su inmensa fuerza. Pero en esa oportunidad, enfrenté la situación lo mejor que pude, para que él intentara explorar a su antojo.
Lo saludé, como todos los días, le acerqué la cara y él me olfateó familiarmente. Después lo acaricié, y entonces hurgó con el labio, como si mis dedos fueran un manojo de pasto tierno. Vi con temor cómo desaparecían en el interior de su boca caliente y húmeda, rogando para mis adentros que no los mordiera. Consciente de mi fragilidad, apretó muy levemente; y cuando retiré la mano, resolló por la nariz mostrando su dentadura completa.
Relatos a cielo abierto: Revancha increíble
El éxito de la prueba me llevó a buscar nuevos caminos. Para terminar de convencerme de que mi caballo me quería de verdad, hice que apoyara una mano sobre uno de mis pies. La conquista fue rotunda. Al principio se quedó mirándome, con los ojos ensopados, mientras sus orejas se movían en todas direcciones, posiblemente, tratando de percibir algo que le ayudara a aclarar la idea; pero a pesar de su perplejidad, no me pisó.
Relatos a cielo abierto: Tren lechero
La segunda vez que lo intentamos no tuvo ninguna duda; parecía comprender exactamente cuál era su papel en aquel extraño rito que nos aproximaba. Y fue mejorando su participación de manera asombrosa; tanto que ahora, hasta levanta la mano, con lo que hemos ganado mucho en cuanto a la estética de tal representación.
Relatos a cielo abierto: Pescador de playa
Es evidente que somos amigos, y desde que lo sabemos, guardamos mutuo respeto. Uno acepta las decisiones del otro, y ese es el trato.
Como sé de mis ventajas de un ser racional, atiendo pacientemente a sus caprichos de bestia. Y como él conoce mis debilidades por ser sólo lo que soy, me impresiona con sus locuras y me regala un poco de aquel instinto que yo ya he perdido hace tiempo y para siempre. Él es tan salvaje e inmaduro que a la menor señal de peligro se espanta: el ladrido de los perros, el precipitado vuelo de una paloma o el paso de un vehículo cualquiera, pueden hacer que se pare de manos cuando lo llevo a pastar, aunque estemos muy cerca el uno del otro, con el peligro que implica el menor roce de uno de sus cascos. En su dicha por abandonar el corral, y para desentumecer sus largas patas, suele dar coces junto a mí, dejándome lívido y sin aliento. Entonces me pregunto: “¿Este animal sabrá lo que hace?”. Porque sus vasos pasan por encima de mi hombro como pedradas. En cambio, cuando lo monto en pelo y corremos por los médanos más puros, advierto que pone muchísimo más cuidado. Espera a que le dé toda rienda para, recién entonces, regalarme su furia hasta el agotamiento.
No hay un modo más irresponsable de andar a caballo, lo sé. Tal vez yo haga mal en no corregir sus vicios; es que ese capricho de libertad, tan natural en él, está implícito en el orden de mi mente, y no quiero, ni siento, que deba remediarlo.
Enquistados en el mundo irreparable de la bala y el revés, lo nuestro es amistad perdurable, esa difícil de lograr. Por la playa vamos desnudando ejércitos, vaciándole los bolsillos a la corrupción, en una canción que sabemos los dos sabemos que no ha muerto.
Y si acaso, una caricia suya me volara la cabeza, habrá sido en pos de mis más férreas convicciones.
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