Ante todo presento a mi entrevistado: Dr. Rubén Pedro Van Peteghem, Tuti para sus íntimos. Nació en Miramar y se recibió a los 23 años de médico en la Universidad de La Plata. Hijo de una familia trabajadora de descendientes belgas, se especializó en cirugía de esófago en Francia y volvió a nuestra patria para ejercer en el hospital Evita, de Lanús, donde aplicó la laparoscopía especializada en gastroenterología. Padre de familia y abuelo fanático de la pesca con mosca, pasa sus eneros en el sur desde hace casi 40 años, con carpa primero, tráiler después y hacia 2005 cumplió el sueño de hacer su casa frente al lago Lolog, cerca de San Martín de los Andes.
H.G..: Tuti, sé que tuviste una experiencia que te marcó hace un par de años en la ruta...
R.V.: Sí, un encuentro con una piara de jabalíes que se me cruzaron en la zona de Junín de los Andes. A pesar de que transito hace casi 40 años por la rutas del sur, viviendo y conviviendo con infinidades de circunstancias –vuelcos, roturas, animales sueltos, accidentes varios–, esta experiencia al día de hoy fue la más traumática.
H.G.: ¿Dónde fue?
R.V.: La Ruta 60, en Junín de los Andes, va al Paso Tromen. Había ido a pescar truchas al río Malleo, en Neuquén, que corre paralelo a esta ruta unos cuantos kilómetros. Este río es para mi uno de los más pescadores del país y se ubica a unos 50 km de mi casa. Recuerdo que un día de enero de hace un par de años, esos donde el clima está perfecto, partí solo. Hoy, mirándolo en perspectiva, no veo recomendable la soledad, lo aprendí con el tiempo y este tipo de experiencias. Cuando uno sale con excursiones siempre estás en compañía, porque pueden ocurrir accidentes: caerse en el río, pinchar gomas, etc. No es bueno ser un gaucho solitario.
H.G.: ¿Recordás la hora?
R.V.: A diferencia de otras veces, en esta ocasión me dejé estar para pescar cuando comenzaba la noche. En el crepúsculo es la hora donde se producen la eclosiones y las truchas se ponen comedoras. Estaba a la altura del paraje Chiquiriguil, que para los que conocen la zona es sobre el puente amarillo, más o menos a 15 km de Junín de los Andes. Así que, tras unas lindas capturas, cuando el crepúsculo se intensificó, levanté los equipos y comencé la vuelta. Estaba apurado por regresar a casa y me faltaban como 60 km. La patrona me esperaba con la cena. No miraba el velocímetro, pero intuyo que iba a unos 80 km/h cuando tomé una curva... y al alcance de las luces del auto apareció una piara completa de entre 10 y 14 integrantes: padrillo, chancha y jabatos, todos cruzando la ruta y ocupando la cinta asfáltica por completo, banquinas incluidas. No había escape.
H.G.: ¿Cómo fue la maniobra?
R.V.: No tenía tiempo de frenar, y maniobrar me haría volcar. La mejor idea fue apuntarle al más bajo, que calculé que alcanzaba la altura media de la parrilla del auto, y así lo hice. Recuerdo que sentí una explosión abajo, el auto se desequilibró y se desplazó. Recién después del golpe logré dominarlo. No tenía noción de cuánto había golpeado y de lo que había roto, pero tampoco tenía la intención de parar, porque además de la adrenalina del golpe sentí miedo de bajar y que el padrillo me atacara o de encontrarme con un chancho herido que me embistiera, lo que hubiera sido más desagradable y peligroso.
H.G.: ¿Qué hiciste entonces?
R.V.: Seguí alejándome mirando los relojes continuamente, pensado en una rotura de radiador u otra cosa. Tras aminorar la marcha había probado la dirección y los frenos. Como todo parecía normal, mi angustia había bajado un poco. Faltaban unos 5 km para Junín, hasta que vi una gomería iluminada donde paré a revisar daños y compartir con alguien esta experiencia traumática. Soy cirujano, manejo situaciones de riesgo y estrés a diario, pero esto había superado mi capacidad, estaba desbordado. En mis pensamientos hubo uno que me llamó la atención: el de tus consejos para mis largos viajes, diciendo que las pariciones múltiples generan grandes piaras hambrientas que circulan voraces por rutas y campos, causando accidentes, pérdidas o daños durante su circulación.
H.G.: ¿Qué roturas tenía el auto?
R.V.: En principio solo se había roto el spoiler y parte del plástico del bajo parrilla. Más tarde me enteraría también del radiador del aire acondicionado, pero no se veían perdidas de fluidos.
H.G.: ¿Conclusiones en frío algunos años después?
R.V.: Creo que en el sur deberían comenzar a tomar algún recaudo con esta especie, porque se ha tornado una preocupación, no solo para los campos o las ciudades, sino también para quienes transitan las rutas, sobre todo en las temporadas turísticas. Hay que tener en cuenta que una piara numerosa es cada vez más usual. A la vez, si un padrillo se ve acorralado, ataca incluso a vehículos. El aislamiento producto de la cuarentena incrementó la fauna y su alcance geográfico, no solo de jabalíes sino también de ciervos. El casero del Lolog me comentó que tuvo que espantar uno que estaba comiendo en mi jardín.
Hace unos meses publicamos en Weekend una nota que anticipaba que los jabalíes estaban fuera de control en Buenos Aires y también en el sur. La experiencia de Tuti ocurrió hace varios años, cuando la cosa estaba más controlada. Quienes planern salir a la ruta, tengan en cuenta su experiencia. Esta temporada va a haber muchos animales sueltos que serán peligros potenciales. Viajar de día, atento y no excederse en la velocidad, siempre son factores clave en los accidentes, pero en el verano 2021 lo serán aún más. Hugo de Luca, experto cazador, explicó en una entrevista que vio piaras cruzar rutas como la 11. “Y por más camioneta que tengas, un padrillo de 100 kg hace un daño terrible, y ni te digo nada si te provoca un vuelco”.
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