Saturday 2 de November de 2024
MOTOR | 31-10-2024 16:00

La 4° edición de la Primera Milla Pilar convocó a pilotos de baja velocidad, elegantes y nostálgicos

Una lenta carrera a destiempo del vértigo global, donde los autos son piezas de arte conducidas por hidalgos caballeros que montan un Rocinante de níquel y cromo.
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El sábado pasado se corrió la 4° edición de la Primera Milla Pilar en el Martindale Country Club -organizada por la Asociación Villa Astolfi- que, al mismo tiempo fue una jornada solidaria en la que se recaudaron fondos para mejorar la infraestructura educativa del vecino barrio Manzone, incluyendo inversión en tecnología educativa, programas de alfabetización y el mantenimiento de proyectos comunitarios.

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En una jornada de sol marcada por la elegancia automotriz de autos entre los que el más nuevo fue un Ferrari 430 Spider año 2009 y el más antiguo un Ford Roadster de 1932. Entre los chasis ancianos pero relucientes como salidos de fábrica enseñorearon las calles internas del arbolado barrio un MG SA de 1936 y un AC 16/80 de 1938.  

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No fue una carrera de velocidad sino de regularidad: se premió la precisión en el tiempo a velocidades bajas. El circuito tuvo segmentos demarcados donde se le daba la instrucción al piloto y al copiloto de que tal tramo de unos 100 m, se debía hacer en -por ejemplo- en 25 segundos: luego, el de 50 metros en 8… (ni uno más, ni uno menos). Las mediciones se hacen con un sistema satelital que instalan los cronometristas que miden centésimas de segundo. Es una carrera de precisión con una velocidad máxima de 30 Km/h. 

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Leticia Quappe y Patricio Rabinovich participaron con un chaleco con el logo Alfa Romeo en un Spider de la misma marca y ganaron la competencia de elegancia en el vestir combinando sus colores con los de su Alfa Romeo color negro de 1997.
Uno de los autos más singulares fue un Mini Cooper de 1980 que parece de juguete, adaptado para replicar un auto de rally con rueditas como de carrito de golf, devenido en un Morris Mini copia de uno de 1964 que ganó el Rally de Montecarlo contra autos mucho más potentes. Leonardo Orlanski le contó a Weekend que él mismo armó su Mini Morris comprando las piezas. Tiene un reloj de un avión ruso MIG-23 y la brújula de un bombardero. La bocina es de pie, fabricada a mano igual que el tablero.
- Leonardo, cuál es la diferencia de sensación entre manejar un auto de estos y uno moderno?
LO - Es lo opuesto a un auto moderno. Este es un auto que te transmite todo lo que pasa, sentís la aceleración en el piso, sentís la dirección. Es puro manejo manual, no es un auto donde podés andar mirando el celular. Tenés que estar muy atento a todo, un poco es como manejar un avión. Y dobla como un karting.

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Difícil de manejar

Daniel Eregimovic compitió con un auto inglés AC 16/80 de 1938 con motor original. Y explicó que el auto que usa todos los días lo aburre un montón: “Este, en cambio, es mucho más difícil de manejar”. Estos autos tienen olor a nafta. Y hacen ruidos por todos lados. ¿Entendés? Un auto moderno es demasiado cómodo, es como estar en el sillón de mi casa.
W - ¿Sos un nostálgico? 
DE- No sé. Sí, puede ser. Pero sí, a mí me gustan las antigüedades en general. Yo disfruto mucho de comer en una vajilla antigua. Voy a la casa de mi mamá y cuando saca la vajilla antigua que la usa solo conmigo, es algo maravilloso. Es más rica la comida así.
W - ¿Los autos tienen personalidad o un alma? 
DE -Sí, sí.
W - ¿Qué personalidad tiene este auto?
DE - Este es un auto muy loco. Si yo tuviera que describirlo... es un amigo, un compañero.
W -¿Le hablás a veces?
DE -No. Tampoco estoy tan loquito, ¡je!
W -¿De alguna manera seguís jugando a los autitos?
DE - Claro, ahora son de otro tamaño, antes eran más chiquitos. Siempre me gustaron los autos desde niño, jugaba mucho con ellos y miraba a Reutemann en una TV Noblex de 14 pulgadas en blanco y negro a mis 8 años. Mi mamá me fabricaba muñecos de animalitos, entonces yo corría carreras con hipopótamos. Hoy amo los autos clásicos, no sé por qué. Veo un paragolpes cromado o un volante de madera y me mata. Cuando descubrí estas carreras me encantaron. Yo soy un jugador, pero no en el sentido de dinero, no juego por dinero. A mí me gusta jugar a cualquier cosa, al ajedrez, al truco, a las carreras de autos. Y además soy bastante competitivo. Entonces entré en este mundo. Estas carreras son como jugar el tiro al blanco, esto es como la arquería, o como el golf. Y las tres cosas las hice. 
W - Vos tenés varios autos antiguos. ¿Qué tipo de placer te generan?
DE -Tengo uno que lo usé una sola vez y nunca más. Lo tengo para mirarlo, como quien compra un cuadro, es como una obra de arte. Es un Lancia Stratos, una sola vez di una vuelta y no lo usé manejé nunca más. Y tengo otro que no anda, ya lo compré así. Pero no necesito usarlo, para mí fue como comprar un Picasso. Es un auto decorativo. 

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El placer de los autos antiguos

Leo Hener conversa con Weekend y cuenta que está planeando replicar un Corvette del 57, el auto de Barbie en la película. Hoy corrió con un Bessia Buscayne, quizá el auto más fotografiado de la jornada. Comenzó a fabricárselo Osvaldo Bessia (por eso la firma de autor en el nombre) y es un Cobra Sport replicado de los que hay 10 originales (la última vez que se subastó uno pagaron 7 millones de dólares). Este es un auto artesanal. 
W - ¿Cuál es el placer de los autos antiguos?
DE - Es poder estar viviendo un poco en esa época, en la historia que nos contaron, poder vivirla en carne propia. 
W - ¿Eran mejores los autos de antes?
LH - En estética sí, a mí me gustan más, es una cuestión muy personal. Y lo lindo es hacer las carreras de regularidad, viajás por todo el país, tenés el viento en la cara, el frío. Yo lo disfruto mucho más que cualquier otro auto de línea. Es revivir esa época que uno no pudo vivir y hoy tiene la posibilidad de hacerlo a través de estos autos. Fijate que en la guantera el auto está firmado por Colapinto: por eso el auto se llama Cobrapinto. Me lo firmó 15 días antes de pasar a la Fórmula 1. Es una réplica de un Shelby Cobra y fabricarlo me costó 70.000 dólares. Los originales son de 1965. Ya me ofrecieron comprármelo varias veces pero es un hijo más. Es resultado de mucho esfuerzo y mucha paciencia, correcciones, mejoras, modificaciones durante un año de trabajo. Mi mujer a veces me reclama: “te preocupás más del auto que por los pibes”. A los chicos les encanta también. 
W -¿El auto tiene un alma?
LH - A los autos, por lo general, los que estamos les ponemos un nombre. Los míos, particularmente, siempre tienen nombre de mujer. Los autos son celosos como las mujeres. Me han pasado cosas con los autos; cuando estás arriba de otro auto, el otro que también es tuyo tiene desperfectos. Lo he conversado con algunas personas que tienen autos y a veces llegan a la misma conclusión.
W - ¿El auto sabe que te fuiste con otro? 
LH - Tienen personalidad. Es como los barcos. En la navegación, vos sabés que todo barco tiene un nombre. Si al barco cambia de dueño y le vas a cambiar el nombre, el nombre original tiene que estar siempre en alguna parte del barco. Sino, empiezan los problemas. En la navegación es lo mismo que con los autos. Creer o reventar ¿no?

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La jornada solidaria

El precio de la inscripción fue parte del evento de solidaridad en el que se recaudaron $ 30.000.000 destinados a AVA (Asociación civil de ayuda a Villa Astolfi). Esto incluyó una subasta animada por Julián Weich en la que se pagaron U$S 26.000 por un Jaguar XJS HE V12 modelo '86 donado por la familia Perkins: se lo llevó Gabriel Cirnigliaro, un conocido coleccionista de autos italianos. 
Los ganadores de esta edición de la carrera fueron:

  • Dupla familiar: Facundo y Miguel Ángel Cartasso con su Austin Healey 3000 MKII de 1952 
  • Mejor auto presentado: Luciano Pozzoli y Felipe Jurvillier con su Jaguar XK-120 de 1949 
  • Elegancia para la mujer y el hombre: Patricio Rabinovich y Maria Leticia Quappe con su Alfa Romeo Spyder de 1997 

En la jornada, la marca Volvo --sponsor oficial del evento-- presentó sus dos nuevos modelo XC40 Híbrido y EX 30 100 % eléctrico.
Sobre el final, los 36 autos de la carrera posaron en el césped para deleite visual de los presentes. Algunos son verdaderos milagros de la mecánica: cuesta creer que más allá de algún achaque ocasional, estas piezas de arqueología automovilística –según los casos-- gocen de excelente estado de salud y desafíen con hidalguía al tiempo y a las leyes de la mecánica universal. Sus conductores son unos románticos a destiempo de una época que desecha todo y de inmediato quiere más. A ellos podríamos pensarlos como quijotes montados en Rocinantes de níquel y cromo, que al final del evento salieron a la autopista como si nada, como un museo rodante de autos viejos que ya tienen vida propia. El que los conduce, a veces, es el mismo que les cuida las entrañas y el rostro; son verdaderos restauradores de piezas arqueológicas del siglo XX. Algunos de estos autos mofletudos siguen rodando contra viento y marea con altiva tozudez, victoriosos e implacables: una flotilla de sobrevivientes de mil batallas que se ganaron la eternidad.

Fotos: Graciela Ramundo.

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Julián Varsavsky

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