Cada vez que se acerca la primavera comienzan los preparativos para enfrentar remadas más largas. Y entre todas estas se destaca la vuelta al Paraná de las Palmas, un viaje clásico al Delta profundo. Aguas arriba hay mucho para ver: naturaleza virgen por doquier, antiguos paradores y pobladores isleños dedicados al formio, junco y a la nutria. Es que en nuestro inmenso Delta tenemos para recorrer una gran distancia, porque abarca una superficie de 725.000 hectáreas de diversidad agreste. Allí tenemos algo así como 350 ríos y arroyos ideales para ser recorridos a remo. Y con la llegada del calor, la naturaleza recobra todo su esplendor y el ambiente cálido invita también a efectuar remadas cada vez más largas. Para llegar al Paraná hay varias opciones, aunque la más pintoresca es la que nos lleva por los ríos y arroyos Sarmiento, Espera, Rama Negra y Capitán. Si bien es un camino más largo, vale la pena porque resulta un recorrido muy agreste.
Primera escala: almacén La Morada
Una mañana ventosa zarpamos río arriba copiando la margen del Sarmiento hacia el Espera. A poco de navegar encontramos el museo Sarmiento con su hermosa vista de los añosos árboles plantados por el gran educador. Un poco más adelante entramos al arroyo Espera y divisamos la quinta Noel. Nos adentramos por el arroyo Rama Negra, quizás uno de los más pintorescos de la Primera Sección del Delta. Sobre la margen izquierda se halla la quinta que fue parquizada por Carlos Thays, con su increíble variedad de árboles centenarios, sobre la derecha se extiende la reserva Monte Blanco, que preserva la geografía de humedales.
Navegamos ahora sobre aguas someras –uno de los problemas que tiene el Rama Negra es que hace décadas que no se draga– y la corriente en contra se hace sentir. Los kayakistas van puliendo la timoneada y metro a metro van soltándose; navegan más relajados. Poco a poco nos adentramos en el Delta profundo: las construcciones isleñas, las chatas que transportan formio y la visión de las familias nos adentran en este singular recorrido. En el almacén La Morada hacemos una breve parada para estirar las piernas y visitar el hermoso cañaveral que está en sus proximidades.
Poco después zarpamos por el Rama Negra hacia el hermoso río Capitán. Palada tras palada superamos el parador El Toro. El ambiente se torna más agreste, y ahí descubrimos los juncales y los típicos bosques de sauces y álamos que crecen en las riberas. Es una tarde tranquila en el Capitán, casi no cruzamos lanchas colectivas y las aguas se presentan como una superficie sin olas y viento. En algunos tramos la ribera presenta hermosas casas de fin de semana, también se logran ver intactos pequeños bosques de casuarianas y ceibos.
A medida que nos internamos río arriba el Capitán empieza a zigzaguear entre extensos juncales. Por momentos el cielo se encapota y nos da la impresión de que se viene la tormenta. En este tramo es preferible navegar por la margen derecha ya que la corriente en contra es menor. Después de tres horas de remo y 18 km de recorrida arribamos al inmenso Paraná, que se halla algo encrespado. Es hora de reponer fuerzas y, sin dilaciones, buscamos una playa reparada para efectuar el almuerzo.
Por el arroyo El Banco
Luego del descanso comenzamos a buscar la embocadura del arroyo El Banco, por el que regresaremos a Tigre. Por suerte, la corriente sigue firme y el cauce nos lleva a buen ritmo; a esta altura estamos cansados. Poco a poco nos acercamos al arroyo Gélvez, que seguimos con los kayaks. Este curso, hoy bastante abandonado, resulta muy bajo como para navegarlo a motor. Nuestros kayaks casi reptan por el fondo arcilloso, en las riberas se observan parajes realmente de ensueño: muchos bosques vírgenes de ceibos, sauces y grandes juncales. Sobre las riberas, de tanto en tanto observamos viejas casas isleñas. Hasta hace unos años muchos pobladores de esta zona se dedicaban a la pesca y a la caza del carpincho, lobito de río y nutria; hoy se ve muy poca población joven.
Las condiciones de navegación cambiaron: por la tarde el viento del sur comenzó a soplar. En una parte del Gélvez, un sauce caído y camalotales obstaculizan el avance, y debemos sortearlo para continuar hasta el río Luján. Antes de llegar aparecen las aguas someras y tenemos que caminar por el lecho del arroyo. En estos parajes queda claro que los cauces son activos y se modifican de continuo. A esta altura el esfuerzo se siente y nos obliga a remar concentrados para no perder el rumbo. Llegamos al río Luján, ahora con mucho oleaje y tránsito. En este tramo nos alejamos de los pecios hundidos, restos semisumergidos y barcos fondeados, muchos en estado de abandono, para evitar ser succionados por las correderas que se forman entre los muelles y los laterales del barco. Es aconsejable evitar pegarnos a las escolleras de cemento y a los cascos.
Bajamos por el Luján por la margen izquierda, ya que en caso de vuelco podemos llegar a tierra para vaciar los kayaks. De esta manera también eludiremos las líneas de pesca que normalmente arrojan desde las riberas, ya que desde los kayaks y con el sol de frente son casi invisibles. Llegamos a la rampa municipal conformes con lo vivido, que fue increíble por la variedad de escenarios.
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