El 14 de febrero se celebra en todo el mundo el Día de San Valentín, fecha también mundialmente conocida como el Día de los Enamorados. Contra lo que muchos creen erróneamente, esta fiesta no tiene un origen religioso sino que es una herencia anglosajona que se remonta a la Edad Media.
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Desde la Alta Edad Media, el culto religioso reservado a san Valentín fue difundido especialmente por los monjes benedictinos, los primeros custodios de la Basílica de Terni que fueron quienes difundieron imágenes y gestos sobre él en los diversos monasterios italianos, hasta llegar a Francia e Inglaterra. Sin embargo, en muchos países surgió al mismo tiempo la tradición de un patronato sobre los enamorados debido a una coincidencia de calendario.
De hecho, la fiesta cae en un periodo del año en el que la naturaleza empieza a dar los primeros signos de despertar después del letargo invernal. Por lo tanto, poco a poco se transformó en el anunciador de la primavera inminente, cuando los pájaros comenzaban a nidificar, y no por casualidad se le ha representando a veces con el sol en la mano.
Un filón de la crítica literaria atribuye la responsabilidad de la difusión de este patronato de san Valentín al poeta inglés Geoffrey Chaucer, autor de “The Parliament of Fowls”, un poema alegórico que, supuestamente, escribió durante su estancia en Italia entre los años 1372 y 1380, y que es considerado por los expertos uno de los primeros testimonios literarios en los que san Valentín es llamado a velar sobre el despertar del amor. En él, la celebración se relaciona con el noviazgo de Ricardo II de Inglaterra y Ana de Bohemia.
Cabe señalar que antes del surgimiento de las numerosas leyendas que hicieron de san Valentin el símbolo de los enamorados, como lo demuestra el prototipo iconográfico que se extiende sobre todo por el norte de Italia, era venerado como el patrono de los epilépticos.
El patrono de los enamorados
El origen del culto de san Valentín como patrono de los enamorados hunde sus raíces en varias leyendas nacidas inmediatamente después de la cristianización de la antigua fiesta pagana de los Lupercalia que se celebraba el 15 de febrero en honor del dios Fauno, como protector de los rebaños, y que estaba ligada a la purificación de los campos y a los ritos de fecundidad.
Por su carácter licencioso, la fiesta fue suprimida por el papa Gelasio I en el 494, quien recriminó fuertemente a los cristianos que participan de ese festejo. Fue así como, en un intento por otorgarles un carácter cristiano a esos ritos tan arraigados en la población, la iglesia decidió anticiparla al 14 de febrero, atribuyendo al mártir de Terni, san Valentín, la capacidad de proteger a los novios y a los enamorados en camino al matrimonio y a una unión bendecida con hijos.
La noticia más antigua sobre el culto a san Valentín de Terni data del Martirologio Jeronimiano, una especie de calendario de la Iglesia universal atribuido a san Jerónimo y compilado probablemente entre los años 431 y 450.
Cabe señalar que los católicos también piden su intercesión contra la epilepsia y como protector de los animales domésticos.
Entre tantas leyendas que lo convirtieron en el santo de los enamorados se destacan la de “la rosa de la reconciliación”, y la que hace alusión a la unión entre la joven cristiana Serapia y el centurión romano Sabino.
En el primero de los casos, según cuenta la historia, un día mientras Valentín paseaba por su jardín oyó cómo una pareja de novios discutía fuertemente por lo que fue a su encuentro llevando una rosa roja como regalo para la novia y los invitó a hacer las paces. Sus palabras fueron tan efectivas que, tiempo después, los novios volvieron a la casa de Valentín para pedirle su bendición para su boda. Cuando la población se enteró de esto, comenzó la costumbre de regalarse rosas entre los enamorados y de dirigirse a Valentín para pedirle su protección.
Por su parte, en la ciudad italiana de Terni se habla de una triste historia de amor entre una doncella cristiana de nombre Serapia y un centurión pagano, Sabino. Cuando finalmente ambos consiguieron doblegar la resistencia de los padres de la joven gracias al bautismo de Sabino y a la fe de la muchacha que había ya enferma de tuberculosis, Valentín decidió dirigirse al lugar donde agonizaba la joven.
Al llegar se encontró con una escena que lo conmovió profundamente: Sabino y Serapia estaban abrazados, jurándose seguir juntos hasta la eternidad. Esa desesperada pero hermosa promesa fue escuchada por Valentín y, tras sus sentidas palabras, los dos enamorados, abrazados entre sí, cayeron en un sueño que los unió por toda la eternidad.
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