Friday 19 de April de 2024
BIKE | 30-07-2019 15:27

Con dos ruedas sobre el agua

Gracias a los packraft tres viajeros exploraron las costas del río Santa Cruz. Campamentos improvisados y muchas anécdotas. Primera entrega.
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Con un traje naranja y grandote, me paro nerviosa a la orilla de un ancho río de agua glaciar y, mientras la corriente pasa fuerte y constante, lo beso a Javi, le doy un abrazo a Andrés y me subo al bote para experimentar junto a ellos mi propio camino hacia un nuevo imposible. Habíamos llegado a El Chaltén, en la provincia de Santa Cruz, a principios de marzo con la convicción de realizar la bajada del río homónimo en modalidad bikerafting, que consiste en fusionar travesías en bici con otras sobre agua, utilizando packraft, unos botes inflables que pesan menos de tres kilos y nos dan la posibilidad de cargarlos en las bicicletas, pero en los que además también se pueden transportar las bicis y todo el equipo necesario para continuar el viaje sobre ríos o lagos. La idea había surgido algunos meses atrás y, aunque contábamos con mucha experiencia en cordillera y por zonas alejadas o de climas complejos, el no tenerla viajando sobre agua nos hacía tomarlo con excesivo respeto y cuidado aunque había un dato que la volvía urgente: la inminente construcción de dos megarepresas estaba por cortar el río para siempre. 
Nos propusimos iniciar la travesía a fines de ese mes, cuando el clima y las condiciones lo indicaran, pero éramos conscientes de que teníamos apenas unas semanas para sacarnos las mayores dudas y miedos: entender el río, acostumbrarnos a la navegación en los botes con todo el equipo a cuestas y así poder descartar la mayor cantidad de imprevistos posibles. Por eso había dos puntos clave que nos daban la seguridad necesaria: realizarlo con packraft por la estabilidad que nos proporcionaban reduciendo las posibilidades de volcar e ir con las bicis, ya que el mayor peligro al que nos enfrentábamos eran los fuertes vientos de la zona, por lo cual los días en los que se pronosticaban vientos muy fuertes (90 y 100 km/h) tendríamos la posibilidad de avanzar con las bicicletas por las rutas y caminos rurales que van paralelos al río. 
Estábamos acostumbrados a planificar las travesías solos, pero como contábamos con tres botes, apenas contarle el plan a Andrés le brillaron los ojos con una intensidad anormal. Le preguntamos entonces si se quería sumar, y así fue como ese día en vez de dos salimos tres. 

Entorno de ensueño

Eran las 12 del mediodía del 25 de marzo y el sol brillaba con fuerza, cuando Javi terminó de cerrarme el traje seco, tomé el remo y me subí al bote sin pensarlo.  Mis pies se enterraban en el barro que se acumulaba junto a la orilla del río, mis pies se acercaban al borde de un nuevo y desconocido abismo, era el momento de dejar a un lado el análisis, tomar envión, respirar profundo y encarar el salto. La primera sensación después de enfrentar el vértigo es extrañamente confusa y maravillosa: me emocionó el agua color esmeralda, la corriente empujándome con fuerza, las sonrisas en los rostros de Andrés y Javi marcando el inicio. 
Era un mediodía calmo, de los que hacen la diferencia en esas latitudes volviéndolas menos hostiles, como para recordar que en la Patagonia Sur a veces el clima también te da días de tregua. Levanté los remos dejándome arrastrar por la corriente, habían pasado apenas algunos minutos desde que nos alejamos de la orilla en el Puente Charles Fuhr, adonde habíamos llegado en bici desde El Chaltén para iniciar la bajada, pero avanzábamos rodeados de una calma tan profunda que los miedos de pronto resultaron ajenos. 
A nuestros costados, la estepa desértica se cubría de ocres y marrones, creando un fuerte contraste con el color turquesa de ese río que se abría de a poco en aquel enigmático camino de curvas. Tuve la necesidad inmediata de hundir la mano en el agua helada para sentir el frío, la corriente pasando entre mis dedos: “Estoy acá –pensé–. Ya estamos acá”. Atrás quedaban las horas de incertidumbre frente a un camino trazado en el mapa o quizás la incertidumbre de un camino trazado, frente a las horas que quedaban. 

¡Peligro!

Un sonido lejano me hizo levantar la mirada de golpe para ver cómo varios metros más adelante, la parte trasera del bote de Andrés se hundía en un gran remolino, mientras él remaba con fuerza intentando escapar. Fueron apenas unos segundos alarmantes y Andrés continuó avanzando sin problemas, pero enseguida entendimos que la corriente nos estaba llevando a Javi y a mi hacia ese lugar. Yo remaba con todas mis fuerzas para la dirección opuesta, pero la corriente me llevaba con gran rapidez y tenía la sensación de continuar siempre en el mismo lugar, podía escuchar cada vez más cerca el fuerte rugir del agua agitándose, sentir el miedo en los músculos rígidos, en las gotas de transpiración que brotaban de mi frente. 
Entonces las palabras de Vicente se me aparecieron con una claridad que no había logrado asimilar la primera vez que las escuché, el día que le preguntamos sobre su experiencia bajando el Santa Cruz: “Viajar sobre un río es diferente a lo que están acostumbrados, no pueden volver atrás, detenerse o salir deprisa. Para evitar complicaciones es muy importante anticiparse. Van a tener que aprender a leer el río” –no me quedaba más alternativa que ganar seguridad–. “Remá más fuerte Sol, vos podes, segué remando”, me repetía mientras aquel sonido intimidante se escuchaba cada vez más cerca y un grito agudo de Javi terminó de confirmar mis miedos: “Cuidado Sool!!”. Pasé tan cerca que, por un pequeño instante, atiné a cerrar los ojos sin dejar de remar, como si en un parpadeo pudiera hacer desaparecer el peligro, tan cerca que el agua llegó a salpicarme, como si en unas cuantas e insignificante gotas pudiera enviarme un sutil y necesario aviso.

Entender al río

“Acá cerca, pasando la laguna, hay un puesto abandonado, si quieren hoy pueden parar ahí”. El perro había salido a recibirnos entre saltos y ladridos para avisarle de nuestra presencia. Era un hombre joven y no tenía el mismo aspecto de los paisanos que acostumbrábamos encontrar en los puestos de estancia, pero no había dudas de que llevaba toda una vida en ese lugar; se podía percibir fácilmente entre sus palabras al nombrarnos el viento o la próxima curva que nos esperaría más adelante, su voz contenía de alguna manera la aridez y nostalgia que habita la Patagonia Sur. 
Seguramente nunca sabremos qué habrá pensado de nosotros aquella tarde en esa breve charla en la que le consultamos algún lugar donde pasar la primera noche. Aunque me atrevo a adivinar que también logró percibir de inmediato que, a diferencia de él, nosotros recién estábamos empezando a entender al río..

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