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TURISMO | 23-06-2018 08:30

Formosa: Una propuesta slow a pura naturaleza

Multiplicidad de imágenes que se suceden a la par de la cantidad de fauna y flora autóctonas en una provincia que tiene mucho para dar.
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En Formosa el visitante encuentra sorpresas constantemente. Estar ahí, en medio de la naturaleza, del verde, del agua, es ser uno más dentro del paisaje, que envuelve con su cálido clima y los sonidos que acompañan. De a poco, se comienzan a escuchar y a descubrir las aves y los animales, que se mimetizan con el entorno. Toda una enseñanza que hace bajar varios cambios para poder observar. Una tendencia slow que ahora está tomando importancia en la manera de viajar, más amigable con la naturaleza y la observación de la fauna sin resignar los paseos y el ritmo amable de una ciudad de provincia.

La capital de la provincia posee una extensa costanera para disfrutar caminando o haciendo running. También la visitan los observadores de aves. En la ciudad hay hoteles para todos los presupuestos, museos, galerías de compras, mercados, espacios culturales y una oferta gastronómica variada y con exquisiteces locales. Sus amplias avenidas con boulevard se tornan coloridas en luces por las noches, concurridas por familias y grupos de amigos.

Muy cerca de la ciudad se encuentra la reserva de la biosfera Laguna Oca. Formada por el río Paraguay, tiene una gran diversidad de flora y fauna: allí se pueden observar más de 150 especies de aves. Cuenta con un amplio sector recreativo, ideal para disfrutr de la playa o hacer paseos en kayak. En temporada de verano suele haber espectáculos musicales.

A poco más de 20 kilómetros de la ciudad, con dirección Norte por la RN 11, se encuentra la Reserva Natural Guaycolec. Se trata de un refugio de animales silvestres, donde se busca proteger y criar a aquellos que estén en vías de extinción en la zona. Algunos son rescatados de cazadores furtivos, contrabandistas y venta ilegal. Y conviven con otros que fueron atropellados en las rutas, para su recuperación y posterior liberación.

La reserva tiene 150 hectáreas junto al río Pilagá, que conserva la vegetación del Chaco húmedo. Hay senderos y caminos para observar el monte. Cuenta con un guardaparque y personal especializado. En el predio se puede observar la flora nativa junto con animales menores en libertad. También hay un sector para las especies más grandes, que necesitan estar en cautiverio para su recuperación o reproducción.

Salvaje por naturaleza

Un sombrero, camisa de mangas largas y pantalón son la vestimenta más adecuada para disfrutar de la aventura. Prismáticos, cámara de fotos con zoom  o el teléfono serán necesarios para registrar la variedad de flora y fauna que vamos a ver. Tomando por la RN 86, a unos 170 kilómetros de la capital, llegamos al Parque Nacional Río Pilcomayo. En sus 52.000 hectáreas con las características del Chaco húmedo, contiene a la Laguna Blanca. Hay pasarelas, quinchos y miradores que permiten transitar entre las plantas acuáticas. El lugar es un festín para las aves que se mezclan entre la flora. Uno de sus recorridos nos adentra en la extensa sabana poblada de palmeras caranday. Lo habitan el oso hormiguero, el aguará guazú, el chancho del monte y el ñandú.

Caminando lentamente entre los senderos, tuvimos la sensación de ser observados. Y era así. El guía nos hizo detener y mirar hacia lo más alto de las ramas, allí había un pequeño grupo de monos miriquiná. Son tímidos y se esconden muy pegados a las ramas, para mimetizarse mejor.

Luego de la hermosa experiencia vivida, en la localidad de Laguna Blanca pudimos visitar el Museo Regional del Nordeste Formoseño. Atendido amablemente por sus responsables, resulta muy interesante ya que, además de costumbres e historia, tiene un sector dedicado a los mitos y leyendas, como el kurupí, el yashy yateré, el pombero y el karai octubre.

Seguimos rumbo al oeste por la RN 81, que atraviesa de Este a Oeste toda la provincia. A medida que avanzábamos, el paisaje se tornaba más árido y el horizonte era inconmensurable. Las palmeras seguían acompañando al paisaje pero cada vez en menor densidad para dar paso al palo mataco, al palo santo y a la vegetación que iba achicando sus hojas y mostrando las espinas.

Hicimos una visita a la comunidad aborigen Pilagá Campo del Cielo, donde pudimos ver la maestría con que las mujeres tejen la palma, logrando artesanías de excelente calidad. Doroteo, nuestro guía, nos mostró los senderos muy bien señalizados mientras un ñandú nos acompañó con su cadencioso andar. Las tortugas caminaban entre gigantescos cactus con forma de árbol, al que llaman candelabro. Son inmensos e imponentes. El suelo es de una tierra tan fina como harina, que registra cada huella de los animales con impresionante perfección. El paisaje sorprende y cautiva. Parece estar lleno de misterios.

El tercer humedal más grande

Después de Mato Grosso y los Esteros del Iberá, el Bañado La Estrella es el humedal más grande de América del Sur. Se trata de una extensa superficie inundable de unas 400.000 hectáreas, debido a los desbordes del río Pilcomayo o río de los pájaros, como lo llamaban los antiguos en su lengua ancestral. Es un paraíso para los observadores de aves, ya que allí se encuentran más de 500 especies, entre las que se destacan el jabirú, pato picazo, espátula rosada, chajá y bandurria real.

Aquí los champales caracterizan al entorno. Son enredaderas que envuelven a los árboles secos, producto de la inundación. El significado de champal es imagen fantasmal; así lo denominaron los aborígenes y son el refugio de las aves y de otros animales que habitan el bañado. Sus aguas son muy transparentes y dejan ver los peces que nadan entre las plantas acuáticas. Los yacarés observan con sus prominentes ojos, camuflándose entre las lentejas repollito de agua. Tranquilos, se pasean indiferentes ante nuestras cámaras y miradas. Navegar en el bañado nos permite ver bien de cerca cada detalle. De enero a marzo, el bañado recibe la mayor cantidad de agua y, a partir de marzo, comienza a bajar paulatinamente, concentrando en menor espacio, mayor cantidad de especies. Entre abril y septiembre es el momento para la navegación y, de octubre a diciembre, la época seca, en la que se puede acceder a pie.

Los champales se derraman sobre las aguas como verdes fantasmas en un paisaje tan intrigante como sorprendente. Esto ocurre cuando aún están las enredaderas pues, cuando se van secando, los árboles, en lugar de hojas, tienen pájaros. Son tantos los que se posan sobre sus ramas que pueden confundirse con follaje.

Calidez y orgullo

Llegamos al paraje Fortín Soledad, por la Ruta Provincial 32. Nos esperan en la casa de Antonio junto a Porqui, un pequeño pecarí de collar que actúa como un perro. Hasta se tira panza arriba para que lo acaricien. Marité con entusiasmo nos cuenta los proyectos que tienen en la comunidad relacionados con el turismo. La casa es fresca, su techo tiene troncos de palmera como tejas, buenos aislantes. Compartimos un exquisito almuerzo bien típico del lugar: empanadas de charqui, chivito, chanfaina y mazamorra de postre. Exquisiteces que fueron superadas por la calidez con la que los lugareños reciben a los turistas. Antonio contó que a su hija le dio el nombre de Estrella Soledad en honor al bañado y al paraje en el que vive y al que está orgulloso de pertenecer.

Ya de regreso en la ciudad, fuimos a conocer la laguna Herradura, que se encuentra a 44 km. Allí se realiza la Fiesta Internacional de Pesca de la Corvina de Río. Hicimos un paseo en lancha para luego apagar motores y dejarnos llevar suavemente por la corriente para observar la fauna. Y, cuando pensábamos que ya habíamos visto casi todo, nos sorprendió una gran familia de monos carayá que se trasladaba de árbol en árbol con acrobáticos saltos. Hasta pudimos ver a las hembras saltar con sus crías en la espalda. Un espectáculo increíble y digno de una visita a la Formosa hermosa.

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Nota completa en Revista Weekend del mes Mayo 2018 (edicion 549)

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Marcelo Ferro

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