"¿Tumbados?”, pregunto. “¡No po! Tumbados quedan los que se pasan de caña. Aquí hay tumbaos, similares a los choritos que ustedes llaman mejillones. También machas, almejas, camarones, ostras, jaibas y centollas, porque en Chiloé tienes hartos mariscos y crustáceos”, me explica Carmen Gloria desde su isla de cosecha flotante, donde las chilotas fuertes son reinas. La saludo, y regreso ladeando el barranco hasta el hotel cuando el sol parece dar su saludo final a todas las cosas en la isla, moldeando las figuras y enrojeciendo campos y valles.
Humito
Poco antes de descender a la costa para ver el trabajo de las marisqueras, el grupo de
cocineros del hotel prometió agasajar a los visitantes con la tradicional comida que mezcla pescado, carnes y verduras cocidas sobre piedras y bajo tierra. Al llegar encima de la barranca los vemos con la pala en la mano y las champas de césped preparadas. “¿Listos para el curanto, amigo?”, pregunta Juan. Nuestra probable cara de hambre antecede al guiño afirmativo, y entonces los hombres sueltan dos ollas completas de
mariscos que cubren con hojas verdes de nalca, la planta indicada por sus enormes hojas para separar los ingredientes en capas. Luego, descargan presas de chanco, vaca y pollo y la cubren de nuevo, y echan por último papas y verduras. Finalmente, apoyan los panes de pasto prolijamente, mientras el vapor va colándose sigilosamente por algunos huecos, cubiertos con inmediata precisión. “A esperar un par de horas y darse un gusto bien chilote”, dicen.
Tanto en la isla mayor, como en las que conforman el archipiélago de Chiloé, son productores de papines (además de mariscos), compitiendo en calidad y variedad con las afamadas y coloridas papas de Bolivia y Perú. Esos dos productos son claves para el curanto, que como era de esperar resulta todo un manjar, celebrado de cara a la ya
oscurecida península de Rilán.
Esa panorámica nocturna es sobrecogedora, mucho más al oír de la voz de los nativos lo
fértil que es esta tierra en materia de tradición, mitos y leyendas, mixturadas naturalmente con costumbres cristianas. Eso se da de modo más concreto en las iglesias levantadas íntegramente de madera, consagradas Patrimonio de la Humanidad por UNESCO en 2000.
Además, tanto aquí como en rincones de Menchuque, Chonchi o Tenáun, avezados artesanos de la lana, maestros de manos rápidas y callosas como los hay en nuestro NOA, son otro motivo en sí mismo para la visita. En sus pueblitos encantadores a una, dos y tres horas del centro, la bienvenida no escatima mate dulce y hullullas (pan
con grasa), mientras se contempla el arte del tejido y el oleaje bañando los barrios de tejuelas.
Nota publicada en la edición 521 de Weekend, febrero de 2016. Si querés adquirir el ejemplar, pedíselo a tu canillita o llamá al Tel.: (011) 5985-4224. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
18 de febrero de 2016
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