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PESCA | 03-07-2021 14:00

Relatos a cielo abierto: El Alemán

Relajarse y jugar; apartarse de la constante búsqueda de perfección y solo disfrutar. El agua de un arroyo que corre libre y se renueva, y la observación del comportamiento humano, en un texto de Alfredo Parra.

El agudo chasquido hizo volver la cabeza a una vaca que pastaba mansamente cerca de la orilla, e inquietar a toda la fauna de superficie; las tres boyas color verde limón bajaron en total rebeldía por las aguas libres del arroyo. Un corte olímpico, digno del lanzador olímpico que era El Alemán, quien con una inusual ansiedad por arrojar lejos, olvidó levantar el pick up de su reel y liberar el hilo con el consiguiente resultado. De este modo perdía su segundo aparejo del día y entonces, se arremangó los pantalones y, refunfuñando, entró en la corriente como una garza atontada por el frío.

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Aunque resultara hilarante, no había que reírse fuerte de este hombre, porque El Alemán, tenía muy mal genio. Sentía enorme placer en desatar las furias contenidas cuando se daba la ocasión. Era un pescador nato, de los mejores que dio la villa, aunque más bien lagunero. Muy medido en sus acciones; escrupuloso en la presentación de la carnada; fileteaba el dientudo con tal precisión que hubo hasta quienes lo llamaban “el cirujano”. Nunca nadie pudo decir de él que llevara anzuelos desafilados, carnada vieja o varas poco envidiables. Había ganado más de setenta trofeos de pesca, todos correspondientes a un primer premio indiscutible. Preciso, observador y reservado a la hora de levantar la mejor pieza, el que motiva este relato tenía bien conquistado el respeto de sus pares.

Pero ese día, los astros que regían su destino debían estar muy desalineados. Puede que tuviera problemas familiares, de esos que no se olvidan ni se alejan pescando. Se notaba a primera vista que algo no andaba bien; pero muy a pesar de esto, causaba mucha gracia verlo avanzar por el arroyo izándose los pantalones, con sus casi dos metros de estatura, rabioso, y al mismo tiempo sin desprenderse de su cauta costumbre de andar pausado, asentando sus pies con firmeza, de modo incuestionable. Caminaba como si a cada paso dijera: “Acabo de poner un pie en el suelo, y ahora voy a apoyarme sobre él”. De ahí que resultara tan divertido tenerlo a nuestra merced, en una situación que, claramente, escapaba a su dominio.

Por el momento, el agua le llegaba solo a las rodillas. Podía pensarse que todavía tenía el control; pero nos preguntábamos, no sin preocupación, qué pasaría cuando se metiera un poco más. Las boyas ganaban la franca correntada hacia el centro, como imanadas por esa fuerza propulsora y a la vez de poderosa succión. Ya nadie atendía a su caña. Veíamos al gigante, muy compenetrado en el rescate de sus boyas, mientras le perdía el respeto al frío y avanzaba inexorablemente. Se le notaba más apremiado por el recobro que lo que cauteloso que siempre mostraba en su andar.

Y de golpe… desapareció. Una depresión del “Arroyo De Las Gallinas” se lo tragó, como empollado por una de las míticas aves que le dieron nombre al curso. Dejamos de verlo por un par de segundos, pero enseguida emergió, con impulso de resorte, pues junto al pozo, donde cayó El Alemán, las aguas eran muy poco profundas. Y cual Poseidón colérico, que levantaba tempestades con su tridente, alzando ambos brazos, al cielo exclamó: “¡Toifel!”

Ya no lo pudimos resistir. No nos importaba que se enojara para siempre, o que nos persiguiera como a moscas. Simplemente, y ya tranquilos de verlo a salvo, reímos a carcajadas hasta quedarnos sin fuerzas.

Desde entonces lo llamamos “Toifel”, (que se escribe “teufel”), y que en alemán significa “demonio” o algo así. Un apelativo algo extravagante para el gusto popular, sobre todo considerando el entorno.

Lo importante era que Toifel comenzara a ser como uno de nosotros: que supiera que también él cometía errores. Y en cuanto lo supo, empezó a divertirse mucho más con la pesca.

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Juan Ferrari

Juan Ferrari

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