Thursday 25 de April de 2024
PESCA | 04-10-2019 16:21

Pesca donde se encuentran el río y el mar

Una buena pesca combinada de pejerreyes con corvinas en el borde del estuario, allí donde se mezclan las especies de las aguas del Plata con las del mar.
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Se pueden pescar buenas corvinas y hermosos pejerreyes en una sola jornada. El mismo río, con 3.000 m de diferencia entre uno y otro punto de pesca, a no más de 10 km de la orilla y cerca del mar. Esa posibilidad de divertirse con un magnífico “combo de río y mar” la ofrece Atalaya, en el partido de Magdalena, 100 km al sur de la Capital Federal. Pero no solo se trata de combinar especies en aguas salobres, sino también la posibilidad de practicar una sutil y divertida actividad a flote, con una pesca de acción y peleas duras, a fondo. 
El desafío que le propusimos al guía Julio Pascual tenía como espada de Damocles el fuerte viento sur que azotó la zona en la semana que teníamos previsto hacer la visita, por lo que, tras consultar Windgurú y otros sitios, elegimos salir un día en el que habría entre 20 y 35 km por hora. ¡Y era el más amable! Sin dudas, al límite de lo desaconsejable si la cosa empeoraba, pero dado que no tenía previsto aflojar en las jornadas sucesivas, nos propusimos arrancar con los pejes cerca de la orilla y luego –si el río lo permitía– ir por corvinas adentro. 

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Las rubias primero

Salimos de un recodo del arroyo Burinigo, donde funcionó la aduana vieja en tiempos de los saladeros que dieron origen al pueblo, que hoy no tiene más de 800 habitantes. Allí Pascual tiene su lancha amarrada en un ámbito seguro. Tras recorrer 700 metros por el Burinigo, llegamos a las escolleras que protegen la boca, con restos del antiguo muelle hecho de tablones de quebrachos bicentenarios y rocas, donde algunos parroquianos clavaban pejes chicos usando boyas ancladas con volcadora. La salida en la cómoda lancha cabinada del guía debe hacerse de modo lento, estudiando bien el paso pues la boca suele embancarse y no es la idea quedar varados. Es solo cuestión de tener un poco de paciencia, pasar los bancos iniciales y luego sí, entrar al gran río que nos recibió con viento y olas. Nuestro guía cambió el plan original: “Vamos adentro primero porque, si va a empeorar, después de sacar unas corvinas nos arrimamos a la costa para pescar pejes más reparados en aguas bajas”, dijo.

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Así lo hicimos, poniendo proa al este, cuadrante desde el cual venía el viento, por lo cual agradecimos la cabina de la lancha para no empaparnos, pues cada ola era un salto que liberaba una nube de rocío. Tras 20 minutos de marcha, anclamos sobre fondo de piedra (y mejillones) con dos tremendas anclas que, tras un breve arrastre, detuvieron la embarcación. Armamos cañas de bait y spinning de 2,40 m, aptas para arrojar plomos de 80 gramos en líneas con dos anzuelos, tanto convencionales como las llamadas boleadoras, realizadas de tal manera que permiten correr el plomo sobre la madre que remata en un esmerillón triple del que penden dos bigoteras largas con anzuelos corvineros chicos. La carnada: camarón fresco, que nuestro guía se provee periódicamente en Mar De Ajó.
Tardamos una media hora en tener la respuesta de una corvina chica. Sabíamos que no había que desesperarse porque esta especie pasa en cardúmenes y los sucesivos encarnes van cebando el área, por lo que cuando arrancan, es frecuente que haya mucho pique seguido. Lograda con una línea a la que habíamos munido con anzuelo circular, el pequeño ejemplar pudo ser devuelto sin mayores daños, así como todas las corvinitas mínimas que capturamos entreveradas con las buenas. 

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Al rato Julio clavó la primera de buen porte, considerando más de 1,200 kg como una de buen tamaño. Y, como esperábamos, empezaron a picar todas las cañas, señal de que había arrimado el cardumen. En uno de los piques, con línea de dos anzuelos, en uno vino una corvina y en el otro algunos mejilloncitos enganchados que sacamos de las piedras, señal de que estábamos en zona de alimentación de la especie en su migración al mar. 
La hora y media de pura acción, a caña doblada, fue suficiente para divertirnos en grande con una especie que tiene una fuerza inusitada para su tamaño. El viento se había puesto peor, era hora de cumplir con el segundo objetivo del día: el pejerrey. Tras levantar las anclas –y sus respectivas cadenas–, la lancha puso proa a costa, dejando atrás la zona de toscas y siete metros de profundidad, para ir a trabajar, con ancla de capa, a una zona de canaletas de tres metros, a no más de 4.000 metros de la orilla.

En busca de pejerreyes

Bidón al agua para armar la calle de ceba y a desplegar los equipos de cañas de 4,20 m de grafito,  líneas convencionales de dos o tres boyas y remate de bigotera tipo palito, que son de gran efectividad. El encarne en el final de temporada tiene que ser generoso: el pejerrey acaba de desovar y necesita recuperar energía. Los grandes son bocones, pueden tragar anzuelos 2/0 con tres mojarras perfectamente, y de este modo evitamos clavar chicos o sacarlos de la boca para devolverlos fácilmente.

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Como en el caso de las corvinas, hubo un compás de espera antes de tener respuesta y luego solo logramos un par de ejemplares menores. Como moverse con anclas de capa es mucho más sencillo, las levantamos enseguida y el guía propuso arrimarnos aún más a la costa, pescando a unos 2.000 metros, donde al rato los encontramos.
Logramos varios ejemplares de 30 a 40 cm en brazoladas de no más de 20 cm, que en general picaban bastante lejos de la lancha. El viento había aumentado, pero aquí las olas eran de menor tamaño y zanjamos el problema de una deriva muy veloz tirando dos enormes anclas de capa que retenían bien la embarcación.
Pasado el mediodía, mi puntero se dispara a unos 30 m de la lancha y clavó con certeza para arrimar un enorme pez: un peje de 55 cm que fue el trofeo del día. Ya sin ánimos de seguir batiéndonos en un río enojado, dimos por cumplida la misión de mostrar una pesca conjunta de especies de río y mar en un mismo ámbito, y regresamos a puerto felices, sabiendo que en la casa del guía nos esperaba un asado con sabor a gloria. El mismo que ya conocen los clientes habituales de Pascual, quienes saben que disfrutar de una buena pesca incluye momentos de camaradería como el de un gran almuerzo entre amigos.  

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Wilmar Merino

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