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PESCA | 05-09-2020 08:47

30 de febrero de 2478: cómo será viajar al pasado de la pesca

Investigadores encontraron que algo pasó en el mundo en un “inolvidable” 2020: grandes transformaciones también llegaron a la pesca deportiva. Cómo se vivieron los cambios de hace caso 500 años.
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La Biblioteca Intergaláctica encuentra una curiosa nota procedente de algo que llamaban papel y que se vendía con el nombre de revista Weekend”, aunque no está escrita en inglés y viene de un país conocido como Argentina o La Argentina. A diferencia de los registros anteriores de la colección de esa misma publicación mensual, este número, bien conservado, muestra, en sus textos y fotos, extrañas situaciones. Describimos a continuación la susodicha nota de pesca, acompañada de un video que encontramos en una de las computadoras, para tratar de entender qué le sucedió al género humano en esa fecha (invierno del lejano año 2020).
Cada uno de los que va a pescar sale de su casa con su propio auto y una especie de mascarilla que le cubre boca y nariz, y que no hemos visto antes en esta revista. ¿Será una moda de la extensión de esos cuellos de colores? Raro, porque son muy sobrias, pero los argentinos son capaces de todo en materia de vestimenta para pescar.

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Codo a codo

Al llegar a la guardería de lanchas, el que baja la embarcación también tiene la cara camuflada. ¿Será que se deben dinero y quieren pasar inadvertidos? Revisando el calendario festivo notamos que no coincide con el carnaval 2020, por lo cual no parece tratarse de un disfraz. Si así lo fuera es muy curioso porque solo se cubren una parte de la cara y todos más o menos de la misma manera. En esta investigación buscamos antecedentes y solo encontramos algo parecido en revistas de la década de 1930 a 1950, pero en este caso con algunas diferencias: los que lucen ese tapabocas son norteamericanos, muchas veces van a caballo y siempre llevan una pistola en la mano. En La Argentina solo encontramos algunos personajes con la cara cubierta en revistas que cubren eventos policiales. Los llaman manifestantes, pero están mucho más desordenados y con gesto amenazador. ¿Será que los pescadores son también una amenaza para alguien? No lo sabemos.  
Esos pescadores se saludan de una forma que nunca antes vimos en la colección: se golpean los codos. Solo encontramos antecedentes de este gesto en fotos de una práctica que parece haber sido muy preferida por esta tribu o país. Lo llaman fútbol y es otra muestra de cuánto les apasionaba a los argentinos denominar ciertas cosas en inglés aunque escribían en castellano. Sin embargo, en este deporte, el codazo, además de ser una agresión, se convirtió en saludo.

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En la lancha

Luego de este leve choque de la intersección del brazo con el antebrazo, los pescadores inmediatamente se separan unos de otros. Las lanchas son mucho más grandes que las que se veían antes y cada uno se aleja unos dos metros del otro. Hemos visto algunos registros fílmicos de esas notas y, con el ruido del motor y la boca tapada, no se entiende mucho la conversación. Quizá tampoco la entendían ellos, pero parecen felices.
Mientras navegan, cada pescador y el piloto de la embarcación, que parece no tener nombre porque lo llaman guía, sacan su propio termo y mate. Cada uno también tiene su propio paquete de unas masas dulces, llamadas facturas (NdR: no comprendemos por qué también se llama factura a una orden de pago, aunque sospechamos que tiene que ver con la indigestión). La portación individual de su propio alimento y bebida no sabemos si es una actitud egoísta o quizá esas cosas raras que los pescadores llaman cábalas, pues parece que muchos atribuían la buena o la mala jornada de pesca a la suerte, tal vez, una buena manera de no sentirse responsables, sobre todo, de la segunda.  
Uno de esos aficionados se ahoga con una factura redonda, segregada racialmente con el nombre de tortita negra y tose. Todos se corren presurosos hacia las bandas alejándose del que tosió, aunque con cara de disimulo. Los rostros, pálidos, vuelven a toman color a medida que pasan los segundos.

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Por fin llegan al lugar de pesca. Cada uno arma sus equipos. Nadie le pasa a otro ni un reel ni una caña. El guía no interviene más que haciendo algún chiste, como parecés “El Zorro blanco” o alusiones así que no comprendemos.
Empiezan a pescar con señuelos. Uno tiene un pique, pero clava lentamente y un pez dorado salta y se escapa. Alguien le dice un calificativo que no escribimos acá, pues hoy sería encarcelado y hasta fusilado por tildarlo como de “sin manos”, incluso aludiendo a alguna víctima de esta desgracia, de apellido “Clemente”.
Por fin, uno de los protagonistas pesca otro de esos peces dorados. Hay algarabía en la lancha, pero nadie se abraza, como era común en notas anteriores. Una extraña costumbre parece sustituir ese saludo: golpean los regatones de las cañas al grito de “chocá esos cinco”. No sabemos cinco qué.

Solidaridad ad hoc

El afortunado pescador tiene sus propias pinzas. Quiere tomarse una foto porque el pez es grande. Pide que alguien se la saque con su celular: un enorme aparato de comunicación que, en algún momento de su historia se transformó en máquina fotográfica y en instrumento adictivo, a juzgar por lo que hemos leído de la vida cotidiana de entonces. Ante ese pedido recibe respuestas negativas, pero solidarias: “Te las sacamos con los nuestros y después te las mandamos”.
El pez es devuelto al agua. El pescador se limpia las manos con un retazo de tela que tiene en una bolsa cerrada herméticamente. Luego, como todos en distintas partes del día, se echa alcohol en gel en las manos. Esto también nos resulta misterioso: ciertas notas de náutica de la misma revista aconsejaban no consumir alcohol mientras se navegaba.
Al mediodía, no se ve más esa costumbre argentina de ingerir un trozo de carne a las brasas en la isla. Cada uno saca su propio menú con sus propios cubiertos y servilletas. El diálogo es ameno, pero no “a meno” de dos metros. Cada uno tiene su botellita de gaseosa o agua y su vaso. El más delgado saca un sándwich y dice que es “pan de miga” no “pandemia”. Se ve que es el más viejo del grupo y por eso le festejan el chiste con cierto ademán de respeto más que por gracia. Todos se tapan la boca para una risa breve, levantan las cejas y dicen algo como “¿hasta cuántas veces vas a hacer este mismo chiste?”. Es curioso que en el momento de pescar aplican mucha paciencia y en ciertas otras conductas no.

Extraño final

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Las acciones de pesca se repiten. Al caer el sol deciden tomarse una foto todos juntos para el recuerdo: una cámara 360 permite agruparlos a uno sentado en la proa, el guía en el puesto de pilotaje, otro en el asiento opuesto trasero y uno más sobre el motor de popa. Le llaman “abrazo virtual”.
Felices, en puerto, se despide cada uno yendo a su auto. El guía se queda echando a la embarcación una solución de agua y lavandina. Agradece con un gesto a la distancia, la propina que le han enviado a su cuenta bancaria para no tocar dinero. Finalmente, la nota señala que un policía detiene a uno de los coches y le pide a su conductor una autorización para circular. Una foto muestra un documento que reza: “Permiso para dirigirse a practicar una actividad lúdica respetando la distancia social y las normas de seguridad frente a la pandemia. Vencimiento: el día que salga la vacuna”.
Nos llama la atención cómo esta gente ha cambiado su vestimenta, sus costumbres, su manera de dialogar, han incorporado palabras nuevas (barbijo, cuarentena, virus, etc.) pero siguen teniendo la misma pasión que en las notas anteriores. Algo raro ha sucedido pero, en el fondo, se nota que siguen necesitando ese momento de camaradería entre ellos y con la naturaleza. No sabemos si la adoran, como algunos pueblos de hace más de mil años, pero la quieren y mucho.

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Néstor Saavedra

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