Thursday 18 de April de 2024
KAYAK | 23-03-2018 09:06

Remando en el paraíso

Avistaje de aves y paisajes de otro mundo, combinados con ejercicio, en esta expedición de una jornada por el Brazo Tristeza e Isla de los Conejos, Bariloche. Galería de imágenes.
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El pronóstico anunciaba buen tiempo. Sol por la mañana, con un viento de 10 km/h y una temperatura que no superaría los 30 ºC. Un día ideal para una salida en kayaks de travesía, así que no había dudas de que sería una jornada inolvidable para los que iban en busca de un día relajado, destinado a descubrir desde el kayak vistas impensadas y mucho más cercanas de lo que uno puede imaginarse: desde aves típicas a cerros tapizados de verde que caen a pique sobre el lago.

Cuando se navega en las cercanías de Bariloche, prima la sensación de estar en medio de la nada y tan cerca de la flora y fauna que los grupos de amigos se animan a remar en busca de aventuras, para conectarse con el entorno y con sus habilidades, ya que todos terminan aprendiendo a remar, con una técnica para cansarse menos y llegar a lugares inhóspitos y siempre especiales.

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Rumbo al brazo Tristeza

Andy, el guía, es el encargado de hacer tan memorable la exursión al Brazo Tristeza, que comienza con un recorrido que bordea al imponente lago Nahuel Huapi, hasta llegar a la entrada del Circuito Chico, pasando por el deslumbrante Punto Panorámico, desde donde se aprecia el legendario hotel Llao Llao y Puerto Pañuelo, hasta ingresar en el Parque Municipal Llao Llao, donde comienza la verdadera aventura.

En la costa de Bahía López, y custodiados por el cerro homónimo, bajamos los kayaks y cargarmos las provisiones a bordo, mientras guardamos las pertenencias en bolsas secas. Bajo la supervisión del guía, que controla que los salvavidas estén bien regulados, y sin camperas de kayak, medias de neoprene ni manoplas porque el clima estaba perfecto, un cielo despejado y una leve brisa indicaban que el pronóstico había sido exacto. Lo mejor estaba por venir.

Luego de la lección teórica, con la técnica básica de remada y las normas de seguridad, nos acomodamos en el kayak doble, de unos seis metros de eslora y un sistema de timón que hace mucho más amigable su dominio.

Realizados todos los controles en el equipamiento, zarpamos rumbo al Brazo Tristeza, uno de los sectores más inexplorados del parque, situado al sudoeste del lago, rodeado por abruptas montañas y empinadas cascadas. Desde allí, y a lo lejos, observamos la isla Centinela, donde yacen los restos del pionero Perito Francisco P. Moreno, a quien le debemos la preservación de esta zona. También apreciamos los impactantes cerros Capilla y López, además de otras montañas de la precordillera andina.

Desfilaban ante nuestros ojos hileras de viejos coihues que sombreaban la costa y, más allá, se adivinaban bosques de cipreses, elegantes guardianes de la montaña. Remamos en esta primera etapa unas dos horas, durante las cuales consumimos algunos snacks energéticos.

Dimos la vuelta rumbo al arroyo Angostura, que une al lago con el Moreno Oeste, para ver otra cara del majestuoso cerro López, además del cerro Bella Vista y el cerrito Llao Llao. A partir de allí, rodeamos la Isla de los Conejos hasta encontrar una playa que se prestase para hacer un alto y recuperar energías.

Desembarcamos y aprovechamos para caminar un poco por la costa mientras el guía informaba sobre la naturaleza del lugar. Una bandada de bandurrias nos sobrevolaba desde hacía un rato, con sus típicos graznidos y sus picos largos como agujas. En la zona vimos nidos de hualas o macáes, esos patos que anidan sobre los juncos de la costa del lago.

Luego del descanso y de un suculento picnic mientras disfrutábamos de esa increíble sensación de paz que sólo se experimenta en medio de la naturaleza, retomamos la travesía remando hacia el Llao Llao, que costeamos a lo largo, custodiados esta vez por la sombra de hileras de arrayanes.

La aventura iba llegando a su fin. Con el imponente cerro Tronador de fondo, regresamos al punto de partida. Era inevitable hablar de la experiencia compartida: los paisajes formidables, las aves que cantaron sólo para nosotros y las distintas fragancias de una flora tan variada como armoniosa. Cuesta dejar tanta belleza atrás. La mejor manera de vivir la Patagonia con todos los sentidos.

Nota completa publicada en revista Weekend 546, marzo 2018.

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Marcelo Ferro

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