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FAUNA | 14-06-2018 08:30

Las graves consecuencias del contrabando de plumas

El tráfico ilegal de piezas provenientes de aves selváticas –para abastecer el mercado internacional de moscas de pesca– afecta de manera considerable a especies en vías de extinción, incluso en nuestro país.
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Las pieles y plumas de las coloridas aves selváticas del Neotrópico (entre otras regiones del mundo) tienen particular demanda para abastecer el mercado que nutre de materias primas a los fabricantes artesanales de moscas de pesca deportiva. En particular, a quienes se dedican a confeccionar las llamadas “moscas clásicas” para pescar salmones y truchas.

Existen más de 70 modelos, reconocidos con nombres específicos y que están clasificados en dos grandes grupos: las moscas secas y las ahogadas. Entre las primeras, las más populares son: Blue Dun, Olive Dun, Mosquito y Red Tag. De las otras se destacan: Blue Dun, March Brown, Hare’s Ear, Dark, Light Cahill, Silver Doctor, Parmachene Belle y Trout Fin. Para su confección se usan pelos de mamíferos y, en particular, plumas tanto de especies domésticas como silvestres. Particularmente de faisanes, patos, garzas y chorlos o playeros.

El uso de este tipo de engaños se remonta a cinco siglos atrás. De hecho, en el libro “Treatise of Fishing with an Angle”, de Dame Juliana Berners (año 1486), se mencionan 12 moscas para pescar salmones y truchas. Por razones tradicionales existen pescadores que siguen usando los mismos materiales de entonces y, aunque existen excelentes imitaciones de esas moscas clásicas y de insectos reales (en su mayoría moscas efímeras), no las eligen para pescar. Menos, todavía, están dispuestos a usar los diseños de pura fantasía, como si estuviera en juego una cuestión de estatus social. Es ahí donde la pasión por la pesca deportiva se vuelve un problema de conservación para las aves silvestres que se inserta en el tráfico de fauna internacional.

En la época victoriana (1837-1901) arribaban a Inglaterra grandes cargamentos de pieles de diferentes aves y mamíferos provenientes de las colonias que la corona tenía diseminadas alrededor del mundo. Así se enviaban cargas con pieles de faisanes de China, pavos reales de India, aves del paraíso de Sumatra y Nueva Guinea, y las más diversas especies de Centro y Sudamérica para abastecer las fábricas de sombreros y, de modo más selectivo, a algunos museos de ciencias naturales del Reino Unido.

El boom de las plumas

Los estudios que revelan la diversidad de especies cazadas y la cantidad de ejemplares dan escalofríos. Por ejemplo, la empresa de comercio de plumas Dalton & Young, sólo en 1911, vendió al menos 5.300 cuerpos de aves del paraíso mientras que otra, Lewis & Peat, comerció 384 pieles de águilas, 206 de trogones y 24.800 de picaflores. Esta moda generó el llamado “plume boom” durante las primeras décadas del siglo XX, que resultó fatal para grupos enteros de aves. Tan lucrativo fue este comercio que, desde luego, registró ilícitos. Gradualmente esas materias primas también comenzaron a proveer a los guillies: antiguos guías o asistentes de pesca que se encargaban del montaje de las moscas utilizadas por sus patrones, por lo general miembros de las familias más acaudaladas o pertenecientes a la nobleza británica. Esto, en tiempos donde nadie imaginaba la crisis ambiental que hoy conocemos y menos aún la lista de especies extintas o amenazadas.

Pero las épocas cambian y, en ocasiones, la demanda continúa sin anoticiarse de ello. En su enorme mayoría los pescadores de mosca suelen ser respetuosos de la naturaleza y practican el deporte con devolución, ya sea de especies autóctonas como exóticas o introducidas. Es decir, realizan una actividad al aire libre que, en general, tiene poco impacto ambiental negativo y una influecia positiva en las economías locales.

Pero también existe una minoría entre ellos que sigue demandando plumas de aves raras o amenazadas de extinción para armar sus moscas. Esta facción sostiene un problema legal y ambiental que genera demanda sobre aves silvestres de especies protegidas. Sin pretenderlo, desprestigian a la pesca con mosca y a sus pares, tal como sucede con los cazadores furtivos en el ámbito cinegético.

Cabe señalar que existe en la Argentina un mercado de plumas de aves raras, escasas o amenazadas para confeccionar moscas de pesca. Eso sucede con especies como el quetzal, flamenco, tucán, guacamayo rojo, azul y amarillo; tangaráes, martín pescador, cotíngido y hasta aves del paraíso por las cuales llegan a pagarse cientos de dólares por pluma. Tan valiosas son que, en remates de antigüedades, suelen comprarse fanales con estas aves para luego desarmarlos y extraer las plumas para venderlas por unidad. De esta manera se hace andar la maquinaria de un mercado negro internacional que caza y vende aves de Latinoamérica para que pescadores de la región y, principalmente de otros países, puedan contar con las materias primas para las moscas clásicas.

Mercado negro

Un relevamiento rápido de los portales de internet que venden anzuelos para la pesca con mosca reflejará que un grupo los arman con plumas de especies que actualmente están protegidas. En consecuencia, su comercio se encuentra prohibido (tanto del animal vivo como de sus productos y subproductos). Esta actividad puede sumar una seria amenaza para especies que, de por sí, son escasas. Desafortunadamente, se han concretado robos de pieles de aves pertenecientes a colecciones museológicas con la finalidad de separar y vender sus plumas en el mercado de materiales para la confección de moscas. Un caso elocuente fue el protagonizado por un estudiante de música norteamericano que, en 2009, robó 299 pieles de aves raras de un Museo de Historia Natural en Hertfordshire, Inglaterra, para venderlas en sitios de internet como eBay. Fue investigado, arrestado y condenado a 12 meses de prisión y a pagar una multa de 125.150 libras. La magnitud de este hurto, su condena y sentencia, ponen de manifiesto la gravedad del delito.

El caso del yacutoro (Pyroderus scutatus), el mayor paseriforme del mundo, puede ilustrar este problema en la Argentina. Las plumas rojas de su garganta, y particularmente de su pecho, son buscadas por los fabricantes artesanales de moscas clásicas para la pesca de salmones. Uno de los modelos que se busca recrear es el Black Argus, que tiene su origen en la Inglaterra victoriana. Este y otros diseños fueron creados por el mayor John Traherne a mediados del siglo XIX. La fama de Traherne tuvo por escenario los mejores ríos de Irlanda, Escocia y Noruega. En este último país, en 1864, en el río Namsen, capturó 165 peces en 15 días, un récord que aún se mantiene. Más tarde (1883) ganó el premio principal de la Exposición Mundial de Londres al exhibir 18 modelos de moscas para salmón, caracterizadas por el uso de plumas con colores naturales.

La Black Argus se confecciona utilizando seis plumas de tragopán occidental (Tragopan melanocephalus), cuatro de yacutoro (Pyroderus scutatus), cuatro de cotinga celeste, (Cotinga cayana), tres de tucán pico iris (Ram-phastos sulfuratus) o arasarí (Selenidera sp.), una de pato de Carolina (Aix sponsa), plumón de avestruz, (Struthio camelus) y dos filamentos (como cuernos) de timoneras de guacamayo rojo (Ara chloroptera). Este modelo confeccionado con estas plumas ya no se usa para pescar, sino como pieza de colección. También se utilizan las plumas de yacutoro para armar la mosca conocida como Indian Crow.

El yacutoro es cazado y sus plumas se cotizan a razón de U$S 17 a 25 cada una. El nivel de demanda es tan específico que los comerciantes de sus plumas reconocen las cinco subespecies de Pyroderus que existen. Se conoce un caso, a principios de este año, sobre la venta de un ejemplar taxidermizado de esta especie en más de £ 5.000 libras (aprox. U$S 7.000). Esto conlleva a que cada mosca clásica también adquiera un valor de varios cientos de dólares. Para recrear algunos artificiales de la época victoriana, harían falta más de U$S 2.000. Afortunadamente, hoy se fabrican sustitutos para las plumas de yacutoro y hasta es pública la técnica para realizarlos.

Un tráfico de difícil detección

La complejidad del control de este negocio ilegal se debe a distintos factores: desconocimiento de la problemática por parte de la ciudadanía y, de modo específico, de las autoridades de aplicación de las leyes en materia de conservación y comercio de fauna silvestre. En general, el personal de control no está capacitado para el reconocimiento básico de las especies comercializadas. Por su tamaño pequeño o volumen y peso liviano, las plumas pueden ser fácilmente escondidas o camufladas y difícilmente detectadas por los controles humanos o técnicos (máquinas de rayos).

En los años ‘90, empresarios dedicados a la venta de productos de pesca de la Ciudad de Buenos Aires exportaban pieles de yacutoro a los Estados Unidos, despachándolas dentro de revistas enviadas por correo postal. Este ejemplo ilustra la complejidad mencionada.

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Nota completa en Revista Weekend del mes Mayo 2018 (edicion 549)

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