Friday 18 de October de 2024
TURISMO | 28-07-2024 19:00

Por Catamarca, en busca de la rosa del inca

Desde Tinogasta y Fiambalá, una travesía hacia al corazón catamarqueño: Londres, Belén, y la sorprendente Cuesta Capillitas, en cuyas entrañas nace la rodocrosita, la piedra nacional.
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Pasaré por Hualfín, me voy a Corral Quemado, a lo de Marcelino Ríos, para corpacharme con vino mora’o / Yo soy aquel cantor, nacido en el carnaval. Mineros de la noche traigo, la estrella de cuarzo del culampajá”, evocan el Cuchi Leguizamón y Jaime Dávalos en un homenaje a esos hombres de temple que se atrevían a los socavones catamarqueños en busca de tesoros. Ese “corpachar” mencionado representa el acto de “dar de comer” a la madre tierra, acaso una retribución por tanta naturaleza convertida en riqueza. Nuestra travesía, esta vez, no va hacia el cerro Culampajá como la Zamba de los Mineros, sino al otro lado, también en busca de secretos de la tierra. 

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Primeros pasos

Ineludible, repleta de viñedos verdes y una bellísima Ruta del Adobe que se extiende por 50 kilómetros, Tinogasta nos recibe para el descanso, e invita temprano en la mañana al curioso sandboard sobre las dunas de Saujil y Tatón, donde los golpes son amortiguados por la arena suave, y hábilmente disimulados en las tomas fotográficas. Esta vez estamos de paso, así que partimos ya a Fiambalá, sin disfrutar de sus termas, pero sí del marco de los seismiles que custodian el camino. Asfalto, tierra y ripio marcan el destino al Área Natural Protegida Campo de Piedra Pómez, uno de los paisajes más colosales de nuestro país. Desde El Peñón, distintas travesías invitan a desandar este mar de roca blanca a más de 3.000 msnm, con crestas rosadas que simulan olas, cañadones y cárcavas talladas por el tiempo, donde nos perdemos entre fotos y mateamos de lo lindo. Sí… el camino aún no termina.  

Vuelta a la RN 40

De regreso a la ruta escénica enfilamos hacia Londres, que nada se asemeja al de la moda occidental ni al glamour del Támesis. Primera localidad fundada por la colonia española en la provincia y segunda en el país (tras Santiago del Estero), nació como apéndice de la capital inglesa por pedido de María Tudor, esposa del rey Felipe II de España. Ella le habría pedido al monarca una réplica de su tierra natal al otro lado del Atlántico. “Londres de la Nueva Inglaterra... qué culiados”, dice en inconfundible cordobés José Fossat, un eximio reportero gráfico que con esto creyó haberlo visto todo. Con él visitamos las cercanas ruinas del Shincal, el mayor vestigio inca de nuestro país. Para llegar atravesamos la urbanización de Londres, disgregada a la par del trazado vial, entre estudiantes que salen de sus clases y puestos donde se imponen enormes aceitunas, nueces, quesos y salames. 

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Al otro lado del río Quimivil, una entrada anuncia las 23 hectáreas de una reserva que algunos sostienen pudo ser diaguita, y no inca. La guía del Museo Arqueológico donde se exhiben vasijas, puntas de flechas, urnas, utensilios y herramientas, no duda: “No, fue el dominio inca el que se estableció sobre este valle”. Caminamos con Fossat unos 20 minutos por un sendero guiado, nos detenemos en el cerro ceremonial y las puertas preparadas para el Inti Raymi, la fiesta del sol que hoy sigue conmemorándose en junio. 


Apenas 15 km al norte, Belén aún conserva algunos patios donde se montan telares de madera como un elemento más de la casa, y donde ponchos, telares, mantas, tapices y otros tejidos siguen haciéndola famosa. Atravesando la plaza central y la Biblioteca Popular Obispo Esquiú, se alcanza la escalera donde comienza el vía crucis del cerro hasta el Mirador de la Virgen, una platea que describe íntegramente su valle. Por sus ricos suelos, en Belén sobresale también la producción de vinos y es visitada por pobladores vecinos en busca de gaznates, esa masa anisada unida por los extremos opuestos y rellena de dulce de leche, que se deshace hoy en nuestros paladares antes de partir hacia Andalgalá, unos 140 km al este. De a poco, la aridez va quedando atrás y los verdes del valle comienzan a protagonizarlo todo, sobre la falda de la Sierra de Aconquija.   

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Desde Andalgalá, como en un cambio de escenografía cinematográfica, la Cuesta de Capillitas irrumpe con montañas verdes y valles que requieren una conducción serena, ya que por momentos el trazado desaparece entre las nubes bajas. Curvas y más curvas (¡son más de 400!) nos mantienen despiertos, mientras el mate hace equilibrio entre arroyos, piedrones y precipicios. “Es una travesía desafiante de unos 50 km, que nosotros nombramos con hidalguía como la cuesta más larga de Latinoamérica”, dice orgullosa Lidia Evangelina Yampa, Yaqui para los locales. Ella es nieta de don Miguel Yampa, el personaje estelar de estos pagos. 

Turismo minero

“Cuando Fabricaciones Militares cerró la mina original a fines de los ‘80, tras unos 30 años allí, se quedó sin nada. Ahorró los 27 sueldos y probó otras cosas, pero él siempre fue minero”, cuenta Yaqui. El olfato del hombre que hoy tiene 83 años no lo defraudaría. Adquirió un permiso de exploración y cateo para encontrar Rodocrosita o Rosa del Inca, como se le dice; un carbonato de manganeso cuyos yacimientos más importantes se encuentran en nuestro país. Es la piedra nacional argentina y, según una antigua leyenda inca, la piedra del amor. Pasaron los 300 días del permiso y don Miguel no había encontrado nada. Pero lo renovó y siguió caminando la montaña junto a su hijo Daniel. Un día todo cambió. “Ya estaba desesperado y le había pedido a Santa Rita un milagro. Si la veta aparecía le haría una capilla en su honor, y así fue”, relata Yaqui. Además, nombró Santa Rita a la propia mina. La alegría fue inmensa, pero quedaba mucho trabajo: la compensación de la entrada, el armado de las galerías, estocadas, piques, túneles… “La familia estaba comprometida al 100 %. Fue mucho esfuerzo, como cuando trajimos el compresor desde Andalgalá. Lo apoyábamos en tablones, tirábamos hacia arriba y lo calzábamos con otra piedra. Tardamos 70 días en subirlo”, cuenta. Un tiempo después la veta empezó a recompensarlos. Capacitaron a los vecinos y, encomendados por igual a la Pachamama y a la virgen, iniciaron las extracciones. 

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Fueron algunos años muy buenos, en especial 1999, cuando produjeron siete toneladas y media de rodocrosita. Pero el esplendor duró poco más, ya que la otra mina reabrió y el mercado negro de las joyas complicó la explotación. Por eso los Yampa enfocaron la inversión hacia el turismo. Así nació El Refugio del Minero, una hostería temática en plena montaña, con 12 estocadas (habitaciones) conectadas por túneles (pasillos) que simulan la vida del minero, pero con comodidad de sobra. Las tarifas son más que accesibles: $ 24.000 por persona con un abundante desayuno casero. Desde nuestra estocada, se ve el camino hacia uno de los varios senderos para hacer trekking, que lleva a una de las dos bocas de su mina. Frío y oscuridad conviven por igual dentro de los socavones, y se requiere paso firme para desandar unos 200 metros. Faroles y linternas mediante, observamos una exhibición de piedras de todo el mundo, algunas vertientes y curiosas estalactitas de limonita, una rara mezcla de hidróxidos de hierro. Un viaje a las entrañas de una tierra poco conocida.

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Pablo Donadío

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