Desde la colonial esquina de Obispo Trejo y Caseros, en pleno centro de la ciudad de Córdoba, observábamos los muros desgastados por el paso del tiempo. Allí estuvieron los jesuitas hasta 1767, cuando el rey Carlos III los expulsó de América. Estamparon sus testimonios, elogiados ahora por la Unesco que declaró toda esta obra como Patrimonio Cultural de la Humanidad. La ofrenda recae sobre la Manzana Jesuítica y las Estancias de la Orden, que atesoran un legado de casi 400 años plasmados de cultura, enseñanzas y construcciones diseminadas por la provincia.
La angosta peatonal conduce a la histórica manzana, principal asentamiento de los religiosos. En este solar de 1608 se encuentra la Iglesia de la Compañía, la Capilla Doméstica, la Residencia de los Padres y el antiguo Colegio Máximo (actual Universidad de Córdoba y Colegio Nacional de Monserrat). Sorprende la estructura de los templos, los retablos artísticamente trabajados de la iglesia de la Compañía y de la Capilla Doméstica, así como la pintura ornamental de su bóveda. Rodeandos los patios interiores se extienden las casas de estudios, el Salón de Graduados con su importante revestimiento en madera y la Biblioteca Mayor, que alberga un gran número de libros antiquísimos pertenecientes a los jesuitas.
El resto de los establecimientos se ubican en el interior de la provincia y estaban dedicados a la agricultura y a la ganadería, donde la cría de ganado y el cultivo de cereales, hortalizas y frutales daban actividad a un gran número de personas. También existían obrajes para trabajos en carpintería, herrería, curtiembre, tejidos, jabonería, panadería y fabricación de ladrillos y tejas. Las estancias fueron construidas entre los años 1616 y 1725; y en ellas se instaló la primera imprenta de América del Sur, se inventaron novedosos sistemas hídricos de riego, y se comenzó a usar la cal en la construcción. Todas se pueden visitar por cuenta propia o en tours guiados que permiten descubrir aún más estas auténticas reliquias que perduran a través de los años.
Antes de Colonia Caroya
Por RP 5 partimos hacia la estancia jesuítica de Alta Gracia (1643) ubicada a 36 km al sudoeste de la capital cordobesa. Está enclavada frente a la plaza principal y la iglesia es el templo parroquial de la ciudad. Lindero a ésta funciona el Museo Nacional Casa del Virrey Liniers en lo que fuera la residencia religiosa. Al costado se mantiene el tajamar (hoy dirección de turismo local, todo un símbolo del lugar) junto al gran lago y al primer paredón del sistema de acequias. “La iglesia es única en nuestro país –afirma Carolina, nuestra guía– por su fachada sin torres y por el ensanchamiento del crucero, que reúne la planta lineal con un esquema oval”. Un gran parque central nos recibe al ingresar a la residencia, cortado por cuidadas galerías abovedadas que conforman una planta inferior y otra superior. Ambas conducen a las salas principales donde hoy se exponen testimonios, objetos y elementos de antigua data. Tras la expulsión de los jesuitas, la finca fue adquirida por varios propietarios, siendo uno de ellos don Santiago de Liniers, antiguo virrey del Río de la Plata. En 1941, se declara a la Manzana Jesuítica y, al conjunto de estancias, como Monumentos Históricos Nacionales y ésta, desde 1968, se destinó como museo.
De regreso, atravesamos la ciudad capital para tomar la RN 9 y transitar 44 km hasta la localidad de Colonia Caroya. Una fantástica arboleda en galería se extiende sobre ambos laterales del camino y sirve de acceso al poblado. Al final de la zona urbana está el ingreso a la estancia de Caroya (1616), la más antigua de la Compañía. El parque frontal destaca firmes y altas palmeras, culminando en unas escalinatas que conducen a la planta habitacional. Es un claro ejemplo de arquitectura residencial en medio del entorno rural (gran patio central con aljibe rodeado de las dependencias, el claustro y la capilla de piedra, hoy constituido en museo). Desde la torre se obtienen excelentes vistas del casco y de la zona campestre. La estancia de Caroya se conserva en muy buen estado y, hasta ser declarada monumento histórico, pasó por varios propietarios y funciones. Fue complejo vacacional del colegio de Monserrat, fábrica de armas del Ejército del Norte durante las guerras de la Independencia y, en 1878, asiento de inmigrantes italianos del Friuli. Sus descendientes hoy pueblan esta localidad y se destacan en gastronomía (imperdible una comida en “la casa friuliana” donde las pastas son auténticos manjares).
Retomando la RN 9, a sólo 4 km hacia el norte llegamos a Jesús María, donde en el sector periurbano encontramos nuestro próximo destino: la estancia de Jesús María (1618) situada en una esquina de épocas idas. La quietud del campo, calles somnolientas, muros de piedra y en el fondo el tajamar con su lago rodeado de frondosa vegetación. Algunos paisanos pasan a tranco lento saludando cordialmente: “Bienvenidos a la tierra de los sanavirones”, exclama uno de ellos, efusiva recepción que alude al nombre de los indígenas que en épocas primitivas poblaban la región.
Abrimos el pórtico de entrada, no sin antes admirar el artístico trabajo que exhiben sus rejas. La iglesia, a nuestra izquierda, y el ingreso al patio central de la finca sobre el otro extremo. Impacta el interior del templo por su sobriedad y su importante cúpula central. Una espadaña ubicada junto a la sacristía realza aún más el elegante estilo. La iglesia funcionó como la principal de Jesús María hasta el año 1950. Desde el gran patio se accede al claustro, a la bodega y a las dependencias de planta baja y superior. Sobresale la arquitectura de los arcos superpuestos, engalanando el frente del recinto. Todo el establecimiento se conserva en muy buen estado. Esta estancia se caracterizó por su producción vitivinícola, que alcanzó un alto grado de calidad que se prolongó en el tiempo. Hoy la totalidad del complejo es sede del Museo Jesuítico Nacional y Monumento Histórico. Vale la pena acercarse hasta el tajamar para disfrutar de la frescura de los árboles y el gratificante paisaje del lago. Se trata de una represa o dique pequeño que servía para retener el agua destinada a diferentes usos y también para menguar los efectos de las crecidas, regulando el cauce.
Desde Jesús María, sólo 20 km recorrimos para llegar a la estancia de Santa Catalina (1622) ubicada más al norte, muy cerca de Ascochinga. Se arriba por un camino secundario, pavimentado y rodeado de exuberante vegetación. Es una región donde abundan los espacios verdes, entrecortados por los cauces de algunos arroyitos serranos que serpentean a campo traviesa.
Esta estancia se conserva en perfecto estado y es la más grande de todas. Su iglesia es uno de los mejores ejemplos del llamado barroco colonial en la Argentina. En horas del atardecer, aún es más imponente iluminada desde abajo con reflectores de colores. Posee dos torres campanario, gran cúpula y atrio sobre elevado. El interior destaca el retablo del altar mayor tallado en madera y dorado. Vecino al templo se encuentra el cementerio de los religiosos. La estancia se dedicó a la cría de ganado, a la enseñanza de distintos oficios y tuvo además un tajamar con su alimentación subterránea de agua que venía desde Ongamira. La residencia y demás dependencias rodean tres patios internos. Un amplio parque con una fuente de agua lidera el complejo, desde donde las vistas de la fachada edilicia son realmente admirables. Es noche a pleno y las luces todavía le dan mayor atracción a este fantástico recinto jesuítico.
Un lugar más por descubrir
Conviene salir temprano porque el último destino es diferente al resto. Son casi 100 km de ripio hasta llegar al objetivo: la estancia de La Candelaria (1683) ubicada en un paraje rural que va hacia las Altas Cumbres, distante 73 km de Cruz del Eje y a 220 de la ciudad de Córdoba. De a poco vamos ganando metros, cruzando cauces de arroyos, y dejando atrás parajes y caseríos perdidos entre el cordón serrano. Luego de un recodo del camino, la silueta de la estancia impone su presencia sobre un paraje desierto e inhóspito, sólo acompañada por una pequeña escuela rural. Conserva las ruinas de lo que fuera el casco, dependencias anexas, corrales, restos del tajamar, molino y acequias. Es el más claro exponente de la hacienda rural serrana, productora de ganadería extensiva, especialmente mular, destinada al tráfico de bienes desde y hacia el Alto Perú.
Los gruesos muros de piedra y las pequeñas aberturas dan acabadas muestras de la actitud defensiva ante eventuales ataques indígenas. Hay ambientes divididos por pircas (apilamiento de piedras encastradas unas con otras) que pertenecían a las rancherías, lugar donde vivían los obreros. A un costado está la iglesia, de una sola nave y techo de tejas. Conserva el retablo original de mampostería y una antigua talla en madera de la Virgen de la Candelaria.
Vale la pena llegarse hasta aquí, como broche de cierre a este interesante circuito. Fantástico final que engloba gratas sensaciones luego de recorrer todo el itinerario, fiel exponente patrimonial de la Humanidad, cargado de testimonios naturales, arquitectónicos y culturales; por demás recomendable para descubrir, conocer y disfrutar.
Comentarios