Tuesday 19 de March de 2024
TURISMO | 05-06-2020 23:12

Ballena Franca: en junio 1.500 ejemplares llegan a Madryn

En junio comienza el avistaje de unas 1.500 ballenas francas que llegan a Península Valdés. En barco o submarino, los saltos descomunales y el nado sincronizado del ballenato y su madre. Un día de campo en El Pedral.
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Mirá mamá, ¡una ballena!, grita un niño al mirar por la ventanilla del avión antes de aterrizar en Puerto Madryn. Ella lo mira con desaire pero por las dudas se asoma. Desde el asiento de atrás estiro el cuello: distingo el nado acompasado de una ballena con su ballenato, emergiendo a respirar como monstruosas serpientes marinas de estilizada mansedumbre. Al salir del aeropuerto veo por la ventana del auto al gran pez escupiendo al cielo. Y luego desde la cama del hotel y hasta en el desayuno por el ventanal.

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El omnipresente espectáculo familiero de las ballenas patagónicas atrae cada año a 100 mil viajeros del mundo. Pero para los madrynenses ver a Moby Dick es tan normal como ver un caballo. Las he visto desde cielo y tierra: me falta la perfectiva de un buzo desde un semisumergible llamado Yellow Submarine. Viajo 94 kilómetros al pueblo de Puerto Pirámides en Península Valdés. Las opciones son tres: navegar en una pequeña embarcación semirrígida, en barco mediano y en esa suerte de submarino.
Inesperadamente, embarcamos el submarino en tierra: está en un remolque rodado sobre el que nos llevan al agua. Una vez en el mar, entiendo: es un semisumergible que en la parte superior tiene la cubierta de un barco; la inferior va sumergida, acondicionada con banquitos y 40 ventanas para ver la vida submarina. Zarpamos en busca de los enormes mamíferos observando la calma bahía desde la cubierta. El guía cuenta que en un día de suerte se puede llegar a ver a las ballenas copulando: a esto vienen aquí buscando las reparadas aguas del golfo. El guía ha visto cópulas y las reconoce por un tumulto de aguas y aletas. Ni bien termina de decirlo, vemos a lo lejos el salto inesperado de una ballena: es un ejemplar adulto de 16 metros de largo con 40.000 kilos de peso, sacando su cuerpo casi completo fuera del agua: queda un instante suspendido en el aire –como parado sobre la cola– y cae de costado torpemente haciendo estallar las aguas.
Volvernos a la conversación: “A veces hay hasta diez machos rodeando en círculo a una hembra. Hay empujones, arrumacos, sonidos agudos, vapores y resoplidos entremezclados. Y también algo de danza. Pero la hembra se pone panza arriba evitando ser penetrada. Por momentos cooperan entre ellos en lugar de competir, en función de darla vuelta”.

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El macho avanza

No se sabe si porque decide que está lista o por necesidad de respirar, la hembra se pone panza abajo, sacando el lomo a la superficie. Los machos se abalanzan por debajo dándose cabezazos. Y sacan como desde una compuerta su pene teledirigible y retráctil de casi tres metros, viboreando cual trompa de elefante.
La ballena es poliándrica, una palabra que viene del griego: polis significa muchos y andrós, hombre. Existen videos que han captado a una ballena copulando con dos machos al mismo tiempo. Lo normal es que se turnen y ella disfrute con tres o cuatro, de a uno por vez. Cada uno expulsa cuatro litros de esperma acumulados en testículos de 600 kilos.

Al alcance de las manos

Al lado del submarino tenemos a una madre con su cría –dice el guía y bajamos al fondo del submarino–. El vehículo se detiene y veo al gigante acercarse por el lado derecho en paralelo a nosotros. Pasa frente a mi cara junto a la ventana: si pudiera sacar la mano, alcanzaría a tocarla. Esta es una de las bestias más grandes de la tierra: su coletazo tiene la fuerza más poderosa de ser vivo alguno. No me inspira miedo sino una calma recóndita que irradia de su docilidad casi bonachona y de su nado lento. Veo pasar sus callosidades de la cabeza y su ojo grande como un pomelo: juraría que me miró fijo con el mismo asombro que ella me despierta a mí. Después pasan su aleta pectoral y la cola de seis metros de ancho. Es tan largo su cuerpo que pareciera que nunca terminará de pasar. Justo detrás viene el ballenato. En el submarino uno esperaría gritos de asombro o de ternura ante la magnificencia de esta delicia maternal. Pero hasta los niños quedan pasmados en silencio: da un poco de impresión tenerlos tan cerca.  

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Volvemos a la superficie y Luis Pettite –guía y fotógrafo del submarino– nos cuenta un parto de ballena: “Ibamos con turistas y divisamos cuatro muy esquivas. Una se puso panza arriba y vimos asomar desde su vientre una cola blanca. Aquí nacen 400 ballenatos al año pero en cuatro décadas de avistajes, nadie había visto ni fotografiado una parición. Quisimos aproximarnos pero ella sacó la cola poniendo un límite. Al rato se acercó pasando debajo del semirrígido y la pude fotografiar. La acompañamos una hora y vimos un tercio del ballenato blanco de 2.000 kilos, ya afuera del vientre. En general nacen varios de ese color cada año: después se oscurecen”.

Estancia patagónica

Al día siguiente hacemos un día de campo patagónico en El Pedral. Partimos en camioneta 4x4 por el ripio en la planicie esteparia. Nos detenemos en el Faro Punta Ninfas para ver una lobería y a media mañana llegamos al casco centenario de lo que fuera una estancia. Y seguimos hacia la costa por una huella en paralelo a un gran farallón sedimentario: estacionamos a las puertas de un reino pingüino. Al caminar ya oímos trompeteos lejanos de los palmípedos. Al rato el alboroto ya es descomunal. Y entre los arbustos aparecen los primeros locos bajitos, asomándose desde cuevas de medio metro de largo.

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A mis pies aparecen colas de pescaditos, restos de los festines que se dan los pingüinos. Ya cerca del mar, caminamos por un kilométrico pedregal de canto rodado. El guía recoge unas grandes ostras fósiles petrificadas hace millones de años. En esta pingüinera nunca hay nadie: es uno de los rincones más agrestes y perdidos de la Patagonia, la contracara de la famosa pinguinera de Punta Tombo. El paisaje es desoladoramente hermoso, y lo seguiría siendo aún sin pingüinos.
Regresamos al casco a saborear un cordero patagónico con vino y torta galesa de chocolate con pasas y licor. Antes de partir recorremos el palacete, un lujoso hotel de campo estilo normando con galerías exteriores, techo de chapa acanalada y una torre a la que subimos por una escalera caracol de madera a otear el infinito.

Para agendar

El día de campo con transporte y asado cuesta $ 4.800 (U$S 300 la habitación doble y pensión completa). www.reservaelpedral.com
Salida en submarino: $ 5.250, www.yellowsubmarinearg.com Todos son precios promocionales comprando antes del 30 de junio para ir después.
El 15 junio comenzaría la temporada de ballenas. Julio, agosto y septiembre son los meses de más avistajes. Suele haber ballenas hasta comienzos de diciembre.
Desde la playa El Doradillo –a 15 km de Puerto Madryn– se ven ballenas francas con mucha cercanía. Además, allí se ven orcas que llegan en septiembre y se quedan todo el verano: cazan lobos marinos en ese lugar con la técnica de varar en la arena para atrapar a su presa. El Pedral abre del 15 de septiembre al 15 de abril coincidiendo con la temporada de pingüinos.
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Cómo llegar

Se ubica a 1.300 km de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por Ruta Nacional Nº 3. Desde Puerto Madryn a Puerto Pirámides, la distancia es de 95 kilómetros por
Ruta Provincial Nº 2. Ambas localidades se ubican a orillas del Golfo Nuevo, el primero más hacia el oeste, casi frente a Puerto Pirámides en línea recta imaginaria sobre el agua.

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Julián Varsavsky

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