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TURISMO | 17-03-2018 12:58

Cascais, donde las distancias se miden por pasos

Tomar un Martini en Estoril, en el bar delos espías probar un helado en un local de 1949, conocer el flamante museo dedicado a Paula Rego y la playa salvaje de Guincho son los principales atractivos de esta costa.

Si la Costa Azul tiene su corniche, Cascais, su marginal. A Cascais se debe llegar costeando desde Lisboa en coche, tren o a pie, gozando del mar y de los pueblitos que van apareciendo: Paço de Arcos, Santo Amaro, Carcavelos y, claro, Estoril, antesala de Cascais, lugar de veraneo de la realeza. En 1870, la familia real portuguesa eligió este lugar para su veraneo y, desde entonces, la ciudad cultiva la ambición de ir un paso adelante. Estrenó el primer servicio de electricidad de Portugal y la primera línea de tren eléctrico, aquí se jugó el primer partido de fútbol y se disputó la primera regata. Ahora ofrece sus playas urbanas que se ubican entre las mejores de la península, surcadas por 96 km de carriles de bici.

El barrio de los museos

Si en invierno la marcha está en Jézebel, los meses de calor son para el Tamariz Ocean Club, el mejor lugar para pasar la noche. Un billete único anima la visita a museos, palacetes y casas; también ayuda a que casi todos se encuentren a pocos pasos en una misma zona, fuera del trajín de las calles comerciales. Son 17 museos, algunos curiosos como el del Faro de Santa Marta; otros más palaciegos como la Casa de los Condes de Castro Guimarães, o con pretensiones, como el Centro Cultural. Sin embargo, la Casa de las Historias, dedicado a la pintora Paula Rego se convirtió en el centro de todo desde su inauguración. A su atractivo pictórico se añade la arquitectura única de Eduardo Souto de Moura. Sus emblemáticas chimeneas naranjas se encuadran en un entorno perfecto, con espacios, sin agobios, sin ruidos, con un silencio sólo roto por los repentinos cantos de los gallos del vecino parque Marechal Carmona. Es un parque de los de antes, con patos y pavos, riachuelos y puentecitos, con praderas para jugar y mesas para el picnic bajo unos árboles que nunca dejan pasar el sol. Con la pleamar, llegan las olas pero las ideales para un baño de mar están en el Guincho.

Cascais son 32 kilómetros de costa, desde Estoril al Guincho, con una docena de playas, algunas urbanas, con hotel y parada de tren incluidos, exquisitamente cuidadas, como la de la Reina con el hotel Albatroz encima. O la principal de todas, la Ribeira, en el centro dela ciudad, con el hotel Baía mirando a los bañistas y el presidente de la República bañándose de mañana. Para los más aventureros, si no es día ventoso tienen la opción salvaje ed ir al Guincho. Aún con tabla de surf a rastras, lo mejor es usar una bici para recorrer los 10 kilómetros que van de la urbe al paraíso, por un paisaje salvaje, de dunas y olas sin domar. Los partidarios del placer sin sufrimiento tienen la opción de alquilar bicis eléctricas en la Marina de Cascais, muy recomendable, porque el Guincho es cosa única: con viento en contra, el ciclista quedará parado y con viento a favor se sentirá volando.

Sobre la playa del Guincho, llena de kites y surferos, resiste el hotel Muchazo, fundado en la década del '40 por el gallego Toni Muchaxo, que sigue al frente y con una vida para contar. En 1936, cuando era niño, llenó el depósito de la avioneta del general Sanjurjo. Toni vio cómo el aparato, con exceso de peso, se estrelló allí mismo. Por el Muchaxo ha pasado todo el que se precie. Reyes, reinas, príncipes y princesas por supuesto, pero también actores y actrices. Ahora hay una mezcla nostálgica y surfera que hace al lugar aún más atractivo.

Al caer la tarde, las callejuelas blancas de Cascais recuperan la vida. Hay buen comercio, con todas las grandes marcas de ropa pero no busquen gangas. No es un destino barato aunque hay pequeños placeres que cuestan poco; por ejemplo, el helado de frutilla en el Santini, heladería única nacida en 1949 (los amantes de lo dulce que estén en Estoril no deben perderse el milhojas de la pastelería Ga­rrett). Una opción salada estupenda y a buen precio en Cascais es la caldereta del restaurante O Pereira, donde es difícil encontrar turistas. Aunque más caro, hay que pasarse por el restaurante de Lourdes, el Mar do Inferno, para probar las bruxas, un marisco de estas aguas, entre la langosta y el cangrejo de río.

En los pasados años '40 había pescadores que se sacaban un sobresueldo haciendo de espías para unos, para otros o para ambos. Portugal era país neutral durante la Segunda Guerra Mundial, lo que hacía que aquí se concentraran los mejores profesionales de la sospecha. El Casino de Estoril juntaba más servicios secretos que fichas de blackjack. Era la zona franca. En el adyacente hotel Parque dormían los espías del Eje; y en el de al lado, elhotel Palácio, los aliados, como el agente de su Majestad Británica Ian Fleming. En el bar del hotel era conocido por su fidelidad al Martini seco, hábito que luego pasaría a su personaje James Bond, pues las novelas del 007 nacieron aquí. Al bar del Palácio se le conocía, y aún se le conoce, como “el de los espías”. Hotel, casino, la carretera marginal y las playas del Guincho fueron escenarios de varias películas del agente 007, como Al servicio de su majestad y Casino Royale.

En la plaza del Ayuntamiento y en algunas calles de Cascais, el empedrado de piedra caliza o basalto típico de Portugal semeja las olas del mar. Con un Martini de más o sin él, no es preciso conducir para llegar hasta el Palacio de Tamariz, con su playa y su paseo marítimo. En Cascais, las distancias se miden por pasos. Si en invierno la marcha está en Jézebel, en los meses de calor el Tamariz Ocean Club es el lugar donde pasar la noche y ver el amanecer con la música de DJs de fondo. Cuenta con su zona vip, más pausada y mirando la mar, y durante el día, con hamacas sobre la playa donde soñar. Y, si no hay hamaca, no pasa nada, el tren para allí mismo y te devuelve a Lisboaen un santiamén.

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Marcelo Ferro

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