Thursday 28 de March de 2024
TURISMO | 06-03-2018 14:24

Nicaragua: volcanes y poblados coloniales

La visita al parque del Masaya, un cráter gigantesco en Nicaragua, se completa con la oportunidad de descubrir las ciudades de Catarina y Granada.
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Sólo quedan los restos de una catedral destrozada por el terremoto en el casco antiguo de Managua. Explanadas. Estatuas guerrilleras. Malecones recreativos y luminiscentes árboles de la vida fabricados con bombillitas de colores. Al salir de esa Managua, temerosa de reconstruirse por si se vuelve a caer, se toma la ruta que lleva al parque nacional Volcán Masaya, a Caterina y a una de las ciudades coloniales más hermosas de Centro­américa: Granada.

El parque del Masaya es de piedra volcánica. Allí nacen los ceibos y otros árboles, por senderos que surcan un paisaje en el que se camuflan animales como el garrobo despistado, que aparece en mitad de la carretera: este lagarto es muy perseguido porque se dice que es bueno para abrirle el apetito a los enfermos. Ahora es una de las especies protegidas del parque. Mientras el coche sube lentamente hasta los seiscientos metros en los que la tierra se abre de golpe y ofrece la vista del Masaya, uno de los cinco volcanes activos en el país, también conocido como la Boca del Diablo. Si uno mira desde arriba puede adivinar el magma hirviente, sentir el calor y hasta tocar las hebras de hilo basáltico procedente de la lava, más conocido como cabello de pelé: el pelo de los demonios o los herreros del centro de la Tierra.

El humo difumina los perfiles de las colinas circundantes. En una de ellas se alza la Cruz del Fraile, que fue incrustada ahí para que el infierno no se extendiera. El agujero, las líneas de los estratos, lo insondable, conforman una experiencia física aterradora y sublime a la vez. La Boca del Diablo puede visitarse de noche; entonces el efecto de la luz en lo profundo impresiona aún más. Desde este punto mágico, lago, caldera o supervolcán, según distintas versiones especializadas, se divisa el lago de Managua. Pero la travesía siguie en dirección a la ciudad de Masaya por una carretera en buen estado. A lo largo del camino se verán restaurantes para comer guiso de yuca con chicharrones y ensalada de repollo aliñada con vinagre de plátano. También hay pulperías, gasolineras; moteles de nombre Mi Rinconcito, Amor; y autobuses amarillos.

Es difícil saber dónde acaba la ruta y comienzan los núcleos urbanos. El parque central de Masaya, con su templete, es agradabilísimo. En el mercado de artesanía de la ciudad, llena de almacenes, un hombre toca la marimba mientras uno de los perros de esos flaquísimos que se ven por todo el país, se rasca haciendo equilibrio. Allí se puede degustar la cerveza nacional, Toña. Los conocedores locales dicen que es mejor que la Victoria. Enfrente se pueden ver casitas de un piso de todos los colores.

Catarina es una preciosa localidad plena de tiendas de artesanía: caballitos de madera, torsos de mujer, hongos con mariposas posadas en su sombrerito, frutas pintadas, muñecas de trapo, muebles. Proliferan los viveros, para disfrutar de los matices de verde. Hay casas blancas con balcones de madera. En lo alto está el mercado y un mirador espectacular hacia el lago de Caterina, también de origen volcánico. Los guitarristas amenizan las comilonas de los turistas mientras los zopilotes sobrevuelan la postal. La plancha del lago es malva, plateada, semiazul. Maravillosa.

La carretera hacia Granada se hace aún más verde. Se tiene una sensación de limpieza. Se entra por la calle Atravesada, que no puede ser más colonial en su sucesión de grandes vanos y portones, rejas, con un colorido variadísimo que contrasta con la regularidad urbanística, hasta alcanzar otro ameno parque en torno al que se alza la catedral, oficinas con antiquísimos registros civiles y un rock-bar con la imagen de Jimi Hendrix.

La catedral es luminosa y a su luz contribuyen los murales kitsch con reinterpretaciones de la Capilla Sixtina. Del Arca de Noé, en el techo de esta catedral duermen la jirafa y el león. Auténticas palomas vuelan bajo la techumbre del templo. En el mercado aledaño, la decadente belleza arquitectónica se mezcla con los pollos y las frutas exóticas, los chicharrones y la ropa. Todo huele y es caliente. Entonces nada mejor que comer ensalada y cerdo balsámico a la sombra del restaurante El Zaguán. Para hacer la digestión conviene caminar hasta el lago de Granada que, durante las festividades, se llena de nicaragüenses que van allí a bañarse y disfrutar de los chiringuitos. Se dice que en el lago viven tiburones. Lo que sí hay es una constelación de bellas islas habitadas que puede visitarse haciendo un pequeño crucero.

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Marcelo Ferro

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