Tiene 40 kilómetros de largo y dos de ancho. Al centro lo comprenden poco más de cuatro calles de arena. La principal es Avenida Tiburón Ballena, que de avenida no tiene nada. Pero aquí nadie se rige por los nombres de las calles.
No existen los autos, el asfalto ni la prisa. Sólo algunos carritos de golf eléctricos y bicicletas. Las casas son de colores y hay arte callejero en cada cuadra. Algunos murales son impactantes y anónimos. El mejor momento para comprar comida es a la mañana, en el mercado de la plaza, donde los puesteros exhiben vegetales y frutas frescas que llegaron por la madrugada desde el puerto de Chiquilá. También habrá langostas, especialidad de la casa, que por estas aguas abunda.
Quien llegue por primera vez aquí, supondrá que se trata de una isla recién descubierta, con algunos hoteles bien puestos, sin mucha extravagancia ni lujo. Algo desolado y de poca infraestructura. Con posadas más bien rústicas y de poco impacto ecológico. Pero la verdad de Holbox engloba un pasado con historia, habitado desde la época prehispánica por diversos grupos mayas. Ellos construyeron asentamientos costeros que servían de guía para la navegación y como puntos de intercambio comercial –todavía pueden verse algunas torres en forma de ruinas–. En ese entonces, la isla pertenecía al cacicazgo de Ecab y tenía bastante importancia política y también mística.
Etimología
Holbox significa “hoyo negro” en lengua maya, por sus varios cenotes y manantiales subterráneos, que para estas poblaciones indígenas eran fuente de juventud. Durante los siglos XVII y XVIII la isla estuvo bien concurrida por piratas, y en 1873 se instalaron bucaneros europeos, que hicieron el sacrificio de posicionarse en este pequeño paraíso. Pero del viejo Holbox casi no queda nada más que algunas ruinas: un huracán arrasó con todo el pueblo en 1886, y la villa fue refundada un par de kilómetros hacia el este, donde se encuentra hoy.
De Cancún, lejos y cerca
Sin duda, este lugar es una buena alternativa para quienes quieran huir del Miami mexicano –los all inclusive que custodian playas de arena blanca en Cancún y Playa del Carmen–. La propuesta, entonces, es agarrar un auto o bus desde Cancún hacia Chiquilá, que queda a unos 150 km hacia el norte. Desde ahí, hay ferrys que salen con bastante frecuencia y que en 20 minutos llegan a la isla.
La primera impresión de Holbox son las casas bajas y las playas surcadas por palmeras y vigiladas por bandadas de gaviotas. El agua rota de turquesa a verde esmeralda o azul profundo, según el impredecible sol caribeño. Al atardecer llegan a la costa los pescadores con langostas, pulpos y caracoles. La mayoría de los holboxenos viven de la pesca o al menos bucean para pescar la cena.
En cambio, casi todas las mujeres de la isla saben hacer hamacas, y se reúnen para fabricar coloridas piezas que después venden o usan para dormir –sí, para muchos locales en las hamacas se duerme mejor y más fresco–.
A unas pocas cuadras del centro llamarán la atención las aves de colores flotando en el agua y en el cielo, los sonidos exóticos que salen de los árboles, la naturaleza por doquier. Y es que Holbox pertenece a la reserva de Yum Balam y es un Area Natural Protegida desde 1994, que alberga varios animales en peligro de extinción y 150 especies de aves, entre ellas pelícanos, flamencos y garzas. También abunda la fauna marina, incluyendo los de las grandes ligas. Para descubrirla, la recomendación es hacer una travesía en kayak por los manglares, donde suelen encontrarse cocodrilos asoleándose, flamencos rosados pescando y otras varias especies. El recorrido se hace remando en dos etapas de 45 minutos cada una, y es una buena opción para viajeros activos y curiosos.
Pero si se está en esta isla entre mayo y octubre, también se estará compartiendo territorio con el gigante tiburón ballena, que puede medir hasta 15 m de largo. Es el pez más grande del mundo, y cada año llega a la punta norte de la península de Yucatán para alimentarse y aparearse.
Desde la isla se organizan excursiones para hacer snorkel junto a estos gigantes. Encontrarlos no es difícil, porque se mueven juntos y porque prefieren el agua superficial cálida. Son dóciles, lentos y gentiles, y les resultan bastante indiferentes los buzos o nadadores. Sin dudas, una experiencia surrealista para no perderse.
El mejor final
Y si la idea es explorar un poco más, la propuesta es Punta Mosquito, otra playa estilo paraíso, donde abundan flamencos y aparecen las olas. Se llega en lancha, y si sobra energía, también en bicicleta. Es una playa virgen y ventosa, por lo que resulta un gran spot para practicar kitesurf durante el invierno mexicano.
La mejor manera de terminar el día es emprender una caminata por la playa hacia el oeste cuando cae el sol. Después de 40’, aparecerá Punta Coco, una playa llena de vegetación, aguas pacíficas y un espectáculo de colores para contemplar, cita obligada en Holbox, la isla maya de la naturaleza pura, la calma continua y la vida simple, que todavía existe en esta riviera.
Nota publicada en Edición 529 de Revista Weekend, ¡buscala en tu kiosco más cercano!
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