Monday 18 de March de 2024
PESCA | 04-02-2023 10:00

Un clásico de estación: taruchas del Guazú

Fáciles no están pero tampoco es misión imposible hallarlas. Una pesca divertida con artificiales, matizada por la presencia de doradillos y algunas interesantes “yapas”.
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Uno propone y el río dispone. Bajo esta máxima, podemos optar por los regalos que nos está haciendo en el momento en que lo visitamos o podemos ir a muerte con un plan prefijado a buscar una especie determinada. Pero… la diferencia va a estar en el grado de dificultad en tener éxito. Porque si hubiésemos apostado a lo que el río nos proponía hasta hace un par de semanas, deberíamos haber optado por pescar enormes bagres de mar de hasta dos cifras o tentar soberbios patíes gigantes en pozones a pocos metros del puente, quemando poca nafta y maximizando tiempo de pesca. Pero no, fuimos por la figurita difícil –y aún nos cuesta pensarla así cuando otrora era un pez súper abundante–: la tararira.
Sí, este año la reina de los pantanos escasea en la mayoría de las aguas interiores donde –sequía mediante– ha desaparecido al igual que otras formas de vida. Presente con dificultades (gracias al fenómeno de La Niña que motivó bajantes extremas) en el Delta Norte y el Paraná, un buen plan era partir del Paraná Guazú a metros del segundo puente de Zárate Brazo Largo y recorrer amplias canchas de pesca metiéndonos dentro de arroyos donde las suponíamos accesibles. Sin embargo, del dicho al hecho…

Inicio de jornada

Todo comenzó con otra dificultad inesperada: el viaje desde Buenos Aires al segundo puente de Zárate Brazo Largo, el que cruza el Guazú, tardó 4 horas. ¡Cuatro horas! Es que las quemas de humedales volcaron el humo hacia el segundo puente, haciendo intransitable el tramo entre el puente del Paraná de las Palmas y el del Guazú. El caso es que las autoridades prohibieron seguir circulando y allí quedamos, parados por dos horas respirando un aire lleno de humo, preguntándonos por qué resulta tan difícil promocionar las bondades turísticas vinculadas a la naturaleza en algunas provincias que deberían ser las principales interesadas en cuidar sus recursos y no espantar turistas. 

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Arranque de tarariras

El caso es que lo que debió ser una partida a las 7 AM de la guardería, se transformó en un apurada salida tardía a las 9:30, tras pasar por unas anguilas en un puesto de ventas antes de subir al puente, por si las chicas superpoderosas decidían un imprevisto quite de colaboración a la hora de tomar señuelos. Aun así, la predisposición de nuestro guía Fabio Rodríguez –eximio pescador zarateño– y la de nuestro compañero Alejandro Pérez, hizo que rápidamente olvidáramos todo incordio y pusiéramos proa a la aventura. En este caso, tomamos rumbo norte por el Guazú, más o menos hasta la altura de la Isla Botija, donde luego nos internamos en un arroyo de ensueño que a medida que se iba angostando nos presentaba inmejorables lugares de agua calma que son la patria de la tararira. Claro que también el curso se iba cerrando cada vez más por la presencia de camalotes, por lo que el riesgo era meternos demasiado y que luego se nos tapiara la salida a la hora del regreso.

Spinning y baitcast

Armamos equipos de spinning y bait livianos, de 10-20 lb (1 lb = 453,5 g), con líderes convencionales con snaps quita y pon, y otros líderes con fluorocarbon, ideales para trabajar señuelos de superficie. En las primeras dos horas, en cada lugar testeado los que arrebataban los señuelos eran los dorados chicos, presentes masivamente en todo el delta tras el monumental desove de la especie por el pico de crecida del Iguazú, allá por octubre. 
Fue entonces que, a riesgo de quedarnos encerrados, nos metimos más adentro, comenzando a tener éxito con las tarariras. Dijimos que a medida que se angostaba el arroyo la vegetación emergente se ponía más densa. Pues bien, nuestro guía, moviendo a remo la embarcación, nos iba posicionando en pequeños ojitos de agua donde con mi compañero Alejandro íbamos probando ranas, señuelos de subsuperficie con anti enganche, alguna cuchara trabajada con la punta de la caña para arriba y también ratas de látex que dieron excelentes resultados.

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No fue soplar y hacer botellas. Todo lo contrario. Tras una o dos capturas en un lugar, había que moverse. Y para no hacer ruido, como dijimos, íbamos a remo tocando pequeños huecos, bahías y reparitos entre juncales. Cuando dábamos por agotado un lugar, nos movíamos 150 o 200 metros y reiniciábamos la tarea. Así fuimos logrando ejemplares de 1 a 1,5 kilos en su mayoría, pero siempre alternando las capturas con doradillos de 20 a 30 cm que atacan todo lo que se mueva en sus dominios. 

Las sorpresas del final

Dando por agotado el ámbito, desandamos el camino y salimos nuevamente al Guazú para probar suerte en un ámbito que el guía conoce como la palma de su mano: el Ibicuicito. “Sucede que estaba de novio con una chica isleña cuando nos agarró la pandemia… estuve casi un año entero en la isla, pescando todo el día”, contó el guía al tiempo que navegábamos este tranquilo curso de agua donde vimos carpinchos en abundancia y la más maravillosa avifauna entrerriana.

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Aquí se repitió el ritual de lidiar con doradillos hasta encontrar el lugar donde se amontonaban las tarus, siempre de hábitos gregarios. Y allí sí, Alejandro Pérez, con el sol bien oblicuo en la hora mágica del ocaso, metió un soberbio ejemplar que habría andado entre 2,5 y 3 kilos, y que rompió el molde de las medianas. Inmejorable fin de fiesta taruchero y regreso feliz a la marina, para dejarme volver en paz si es que el humo me permitía cruzar el puente.
Pero claro, volvemos a aquello de “uno propone y el río dispone”. Y los muchachos se acordaron de que estaban ahí las anguilas, que no habíamos usado en toda la jornada porque pescamos siempre con artificiales. “Hagámosle un tiro al patí gigante cerca del puente”, propuso Fabio. Y salieron nomás, empezando con los intentos a solo 10 minutos de la partida, esta vez con equipos más reforzados de cañas de 2,40 m y 15-30 lb de resistencia, plomito pasante en el multifilamento, leader de 40 lb y un tándem de anzuelos donde montaron soberbias anguilas de 40 cm. En la primera pasada, lograron un tremendo patí de 12 kilos. Ya sin sol, tras las fotos aprovechando los últimos reflejos y sin haber llevado luces como para hacer una nocturna, los muchachos decidieron el regreso, felices de haber logrado una interesante yapa que le puso broche de oro a la jornada.
Así las cosas amigos, ya saben que al Guazú se puede ir a pescar lo que el río quiera darnos o morir en la nuestra buscando una especie determinada, jugándose todo a suerte o verdad. Recuerde el dicho: uno propone y el río dispone. Pero usted, querido lector, usted es el que elige cómo quiere divertirse.

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Wilmar Merino

Wilmar Merino

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