Dorados de dos dígitos en Puerto Rzepecki

Nunca me canso de afirmar que Puerto Rzepecki es mi “lugar en el mundo” del Alto Paraná, y por muchos motivos. El sector que más días pesqué en la vida, y que permanentemente me conmueve con su biodiversidad y belleza. El laboratorio a cielo abierto, que me elevó a otro nivel como pescador. Nada de esto tendría sentido sin la contraparte humana, con Luis Rzepecki, como un anfitrión de lujo. Lo mismo se extiende a su familia y staff que, con su buen trato, me hacen sentir como en casa. Debatiendo con Carlos Iconicoff sobre nuestra próxima pescada, decidimos que gire en derredor de los dorados grandes. De la entrega y la mística para capturarlos. “Dorado o muerte”, de sol a sol.

Con una primavera detonada de lanchas, y el impacto de La Niña, elegimos unos días de descando para visitar la zona. Nuevamente las aguas descansadas fueron prioridad. Para no ceder a la tentación, subí a la lancha con sólo dos equipos. Uno Nº 7, con shooting Nº 9 fast III, para los veriles y barrancones profundos. Y otro Nº 8 con línea flotante del mismo número, para los palos y bancos. Sin importar lo que viera, haría de tripas corazón con los grandes streamers.

Aunque el objetivo eran los dorados gigantes, las primeras salidas salidas fueron un vaivén entre portes medianos, algo de variada y varios tiros fallidos. Pero después de tanto insistir y darle la vuelta, logramos sacar lo que habíamos venido a buscar.

De esos que te hacen temblar los brazos

Maravillado por cómo se modifican las estructuras entre diferentes temporadas, llegamos a una desembocadura sobre un veril arenoso en que años antes había visto un dorado de 10 kilos vararse en una cacería, como si fuera una orca patagónica.

Le propiné tres tiros, el primero 45º aguas abajo, el segundo en 90º y el tercero bien largo, 45º aguas arriba. Cuando con Carlos ya pensábamos en levantar el eléctrico, llegó el bombazo. ¡Y con el final de la línea enredada! Clavé instintivamente, y apenas vi saltar el monstruo con el rabillo del ojo izquierdo. Aguanté con el 0,60 mm de fluorocarbon a morir, hasta que Carlos me ayudó a corregir el enredo. Para colmo el dorado metió quinta y el backing corrió sin parar, embozalado sobre el but de la caña. Con tantas complicaciones en un momento tan inoportuno, me puse realmente nervioso. El alivio llegó, cuando empecé a pelearlo con el reel, como corresponde.

Acompañamos al pez, fondeado en lo profundo por un canal lento y arenoso. Sin apretarlo demasiado para que no salte y se vaya cansando “como sin darse cuenta”. Qué alegría cuando Carlos lo tomó del pedúnculo y lo subió diciendo: “¡Qué doradito, te sacaste chamigo! La podemos hacer 10 veces y no se da. Hoy tuviste la suerte y se te dio”. Sentimientos mucho más intensos cuando son compartidos.

Una dorada larga y musculosa, con un peso estimado en 10,5 u 11 kg. De esas que hacer temblar los brazos al posar para la foto. Tras la devolución, llegaron las observaciones. La primera, fueron sus dientes altos y cónicos, como los de un perro. Aún con cable americano premium, de 40 lb (1 lb = 453,592 g) 7x1, dos o tres filamentos terminaron desflecados.

La otra tuvo que ver con el ángulo en la presentación: pescando palos nadie discute que el mejor tiro es aguas abajo, pero en aguas lentas de lagunas o bocas, ¿también es así? Yo creo que no. Con agua parada y la lancha encimándose, la mosca trabaja demasiado fofa. En cambio, casteando hacia atrás y aprovechando la velocidad de deriva del bote, aumentan el impulso y la vivacidad de su natación. Este último, un detalle fundamental en aguas claras del Alto Paraná, tan piantavotos con los grandes dorados.

 

Podés leer la nota completa en la revista Weekend de abril de 2019, n° 559.