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TURISMO | 08-01-2018 08:16

Los Alerces: un parque para todo el mundo

Parque Nacional Los Alerces ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por Unesco, y de esta forma se suma a Los Glaciares, Iguazú y Talampaya que ya poseen dicha categoría. Galería de imágenes.
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En julio la Unesco declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad a una parte de las 263 mil hectáreas del Parque Nacional Los Alerces, ubicado en el oeste de Chubut, muy cerca de Chile. ¿El motivo? La presencia de un bosque de alerces que tiene miles de años y la belleza escénica del parque, con lagos de color cielo, ríos esmeralda y un ecosistema en un excelente estado de conservación y, en muchas partes, inexplorado. Con esta nueva categoría se espera que este parque nacional se posicione dentro de los destinos mundiales de naturaleza y comience a recibir más turismo, tanto internacional como nacional.

Como el vuelo llegó alrededor de las 4 de la tarde nuestro recorrido por esta comarca patagónica comenzó en Trevelin, conocido pueblo galés ubicado a menos de 30 km del Parque Nacional Los Alerces. Allí nos recibió Sergio, en la bodega Nant y Fall, que se destaca por producir un pinot noir de gran calidad en pequeñas cantidades (8.000 botellas por año). Recorremos los viñedos mientras Sergio nos explica lo complicado de producir uva en una zona con tanto frío pero cómo, gracias a la tecnología y a la dedicación, no solo lo han logrado sino que han recibido premios por sus vinos. Cuando nos hace probar directo del tanque de la bodega le damos toda la razón: ha logrado un pinot frutado pero con buen color y cuerpo, una delicia que se toma muy fácil.

Además del circuito de agroturismo este establecimiento es reconocido por brindar servicios para motorhome y, gracias a la fama que se fue forjando hace años, llegan turistas de todo el mundo que se recomiendan el lugar de boca en boca. “Nuestra tarea es resolverle lo cotidiano al visitante que viene en su motorhome”, dice Sergio, “que va desde conseguir una pieza específica para su vehículo por si se le rompe hasta recibir anteojos especiales que se olvidaron en su país de origen, pasando por garantizar buenos baños, wifi y agua caliente”.

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Torta galesa

La visita por Trevelin termina con un clásico de clásicos: merendar en una de las casas de té que rescatan la cultura y tradición galesa de los dulces y las tortas. Así, nos reciben con una mesa llena de platitos con manjares que se deshacen en la boca y que maridan perfectamente con el té fuerte y denso que hay en las teteras. La preferida es la torta galesa, con ese aroma a frutas y a licor, de cuerpo húmedo y color amarronado, y que según cuenta la historia nació al utilizar las cosas que quedaban en el barco que traía a los galeses a estas tierras, y que gracias a no tener leche duraba muchísimo tiempo en buen estado. Quizás también por eso es el souvenir por excelencia de los que visitan estas tierras.

La segunda jornada nos encuentra, por fin, en el Parque Nacional Los Alerces, donde Mariela Gauna, del departamento de Uso Público nos cuenta: “Lo que busca la gente es el contacto íntimo con la naturaleza y la expectativa de conocer el alerzal milenario; algunos vienen a hacer yoga y contemplación y muchos otros a experimentar la aventura en un ambiente agreste”. Con respecto a la pesca nos explica que se utilizan diversas modalidades, y que se permiten hasta dos piezas de salmónidos por día y por persona. “La temporada va de noviembre a mayo y hay guías habilitados. Es obligatorio adquirir el reglamento y el carnet, que es el permiso de pesca, y se obtiene tanto en la intendencia del Parque como en las distintas proveedurías de la zona. Se puede sacar por el día, por un mes o por toda la temporada de pesca”.

Naturaleza, alerces y pesca

Luego de una hora de navegación por el lago Menéndez llegamos al famoso bosque de alerces milenarios, donde se destaca uno de ellos que tiene 2.600 años aunque en las zonas donde no se permite acceso al público hay ejemplares que superan los 3.000 años. “El alerce solo está presente en el sur de Argentina y Chile, es la especie más longeva del planeta (la primera es un pino de Norteamérica) y posee una madera que no se pudre, por eso durante mucho tiempo era utilizado para la construcción, especialmente para techos”, explica Martín Izquierdo, biólogo de la Administración de Parques Nacionales. Nos detenemos frente a este árbol anciano y su presencia es imponente: los 50 metros de altura, el grosor de su tronco y su follaje nos hacen pensar en un ser antiguo y que “lo vio todo”. Algo de eso hay y, en parte, fue lo que determinó que este parque nacional obtuviera la categoría de Patrimonio de la Humanidad. Conmueve estar ahí y todos los del grupo, sin decirlo, nos sentimos afortunados.

Camping y cabalgatas

Además de contar con tres hosterías, Los Alerces posee las tres categorías de camping: el libre, que no tiene ningún tipo de servicio (ni sanitarios); el agreste, que cuenta con fogones, sanitarios y una pequeña proveeduría, y los organizados, donde están todos los servicios. En esta categoría se posiciona el lodge El Aura, ubicado en el corazón del área de pesca del parque, que además de tener cabañas de lujo, guías de pesca especializados y casa de té, también ofrece un ecocamping con domos ya instalados en cuyo interior hay camas con sommiers a metros del lago Verde. “Es una oportunidad única para estar en un entorno agreste pero con comodidad y servicios de primer nivel”, dice Pedro Zubiri, gerente del lodge. “Para los que gustan de la pesca también es ideal, ya que los cuerpos de agua están muy cerca, se comparte un almuerzo al aire libre y a la noche se espera a los pescadores con tragos, aperitivos y la cena.”

Lucas Rosales nos aguarda con los caballos listos. Desde hace ya un par de años es el referente de las cabalgatas dentro del Parque, un lugar que conoce muy bien dado que vive aquí desde siempre, al igual que sus padres y abuelos. “Una de las excursiones más largas es la de la veranada, donde el turista me acompaña a llevar las vacas a las zonas del mejor pasto”, cuenta mientras atravesamos un paisaje de película y en un marco de total tranquilidad. Al cabo de un rato nos detenemos a comer unos sándwiches. Un chucau hace su típico trino que es como un chasquido y un michay (arbusto de flores anaranjadas) nos regala su aroma y su belleza. “Hay turistas que se sientan al borde de este arroyo y se ponen a llorar”, dice Rosales, “se ve que algo les mueve este lugar”. Quizás sea el silencio, la soledad o el tiempo (que en la ciudad suele ser escaso) para encontrarse con uno mismo. Vaya uno a saber. Pero es cierto que hay algo de fuerte, de conmovedor, de energético en esta naturaleza agreste que todo el tiempo parece que se nos mete en el cuerpo.

La cabalgata llega a su fin. Ya anochece y subimos a la camioneta que nos lleva a Esquel para la cena en Don Chiquino, un restaurante con aire de trattoría donde es posible encontrar antigüedades que a más de uno lo llevarán a la época de la infancia. ¿Quién no tuvo una abuela con una máquina de coser a pedal o una estufa a kerosene? Más allá de la decoración,  el chef Sebastián Fredes nos espera con un surtido de platos: lasagna de ciervo, ravioles con masa de malbec rellenos de trucha ahumada, conejo a la cerveza y cordero al romero. Los sabores de la Patagonia, presentes.

Nota completa publicada en revista Weekend 544, enero 2018.

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Lorena López

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