Conocida como la "Sevilla Chica" por su inconfundible encanto andaluz y su vibrante espíritu comercial, Zafra se revela como una ciudad fortificada, pequeña en tamaño pero inmensa en historia y descubrimientos. Este enclave estratégico, que fue un importante nudo de comunicaciones desde tiempos antiguos, invita a un recorrido en el que el pasado ducal, la arquitectura singular y una gastronomía de excelencia se entrelazan para ofrecer una experiencia inolvidable.

La primera inmersión en la historia de la pequeña Zafra comienza en su propio Parador, que no es otro que el imponente Palacio de los Duques de Feria. Construido entre 1437 y 1448, este alcázar se conserva en su estado original, permitiendo a los huéspedes transitar por sus torres y almenas. Una escalera de ladrillos rojos conduce al techo, desde donde se despliega una vista panorámica de la ciudad, incluyendo la plaza de toros, y se puede escabullir por pasillos angostísimos que conectan las torres de defensa que coronan sus esquinas. Alojarse aquí es dormir dentro de las murallas de la antigua Zafra, en un diálogo constante entre la modernidad del servicio y la antigüedad de sus muros.

Zafra antigua: murallas que se funden con la vida
A diferencia de otras ciudades fortificadas, en Zafra la muralla se ha incorporado de tal manera a las casas que apenas quedan vestigios de su perímetro, salvo alguna puerta histórica. La de Jerez, por ejemplo, es un arco emblemático que antaño servía de acceso principal y que aún conserva detalles que remiten al gremio de zapateros, sus antiguos custodios. Este peculiar urbanismo es un reflejo de cómo la ciudad ha evolucionado, integrando su pasado defensivo en la vida cotidiana de sus habitantes.
Un rasgo distintivo de la hospitalidad zafrense es la costumbre de dejar las puertas de las casas abiertas, invitando al visitante a asomarse a sus patios interiores, la mayoría de ellos de estilo andaluz, repletos de flores y con el murmullo de fuentes, ofreciendo un oasis de tranquilidad.

El corazón comercial y social de Zafra late en sus dos plazas porticadas: la Grande y la Chica. Esta última es la más antigua y fue el centro neurálgico del mercado medieval. Aquí, en una de sus columnas, aún se puede ver la curiosa "Vara de Zafra", una medida tallada en piedra que utilizaban los comerciantes. Ambas plazas están conectadas por el pintoresco Arquillo del Pan, que alberga la diminuta capilla barroca de la Esperancita, y son el lugar ideal para disfrutar del ambiente local, tomar un café o una copa de vino.
Otro de los tesoros de Zafra es el Museo Santa Clara, ubicado en un convento fundado en 1428 por los Duques de Feria. Parte del convento aún funciona como clausura, pero otra sección se ha abierto al público, ofreciendo una ventana a la vida de las monjas que allí habitaron. El museo exhibe una rica colección de arte sacro y piezas que narran la historia de la comunidad clarisa, incluyendo importantes esculturas funerarias de la familia ducal. Su iglesia y sacristía son ejemplos de la sobriedad franciscana, con la capilla mayor destacando por su sillería granítica y su función de panteón.
Gastronomía: el sabor de la dehesa
Como zona agrícola y ganadera por excelencia, es la cuna del célebre cerdo ibérico, y por ende, del mundialmente reconocido jamón de bellota, un manjar que es la estrella de la gastronomía local. Pero la oferta culinaria va más allá. Aquí se elaboran quesos artesanales de altísima calidad, como el Jabaíno de leche de cabra cruda, producto con el que la simpática Remedios, una ex veterinaria, ganó el campeonato de los mejores quesos de España. Su creación se puede encontrar en Jarropa y Sita, un pequeño y encantador local atendido por su propia dueña muy cerca de la Plaza Chica.
La cocina zafrense también deleita con platos contundentes como el gazpacho extremeño, la chanfaina (un guiso de menudillos), y carnes de caza como la liebre con arroz o las perdices estofadas. Los postres tradicionales como las perrunillas y las roscas de anís son el broche de oro. Todo maridado con los excelentes vinos D.O. Ribera del Guadiana, completa una experiencia gastronómica inolvidable.

La cena de esa jornada fue en el imponente Parador de Zafra, cuyo patio está cubierto por telas como es costumbre en la zona, y alberga mesas esparcidas por el cuadrado, para comer bien atendidos por el personal de cocina. Aquí elegimos pluma ibérica co salsa, una verdadera delicia inesperada. También aquí se sirve el desayuno y hay que aprovechar para recorrer otros rincones del palacio y así llevarse un recuerdo imborrable de cómo era la vida ducal allí. El edificio bien vale la pena tomarse el tiempo para hacerlo.






























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