Si hay algo que no se deja domesticar en la pesca, son las lisas. Nunca se sabe cuándo, cómo ni por qué, pero cuando entran en actividad pueden transformar un día gris en una jornada inolvidable. Son peces de caprichos propios, tan esquivos como fascinantes. Quien las busca con pasión, los llamados liseros, son una tribu aparte: obsesivos, pacientes, atentos a cada burbuja, a cada movimiento de boya.
Las lisas llegan desde el mar y remontan los ríos del Plata hacia las lagunas y arroyos interiores. Su capacidad eurihalina les permite adaptarse a diferentes grados de salinidad, instalándose en espejos de agua dulce donde el calor despierta su voracidad. Por eso, cuando el sol empieza a templar la superficie y el verano se asoma, los mejores días están por venir. Así lo anunció Esteban Tofanni, guía y lisero de pura cepa, que nos dio el aviso: “Están activas en el Camarón”. No hizo falta más. Con Gastón Cimmino, Alberto Frontoni y Gabriel Claro preparamos el equipo y partimos hacia la Laguna La Boca, en Pila.
El agua, el clima y la paciencia
El día amaneció ideal, pero el clima tuvo otros planes. Las nubes, el frío y el pasto arrastrado por la corriente cambiaron el humor del arroyo. Las lisas se desvanecieron del sector, dejando apenas algunos bulos y movimientos dispersos. Pero la pesca, como la amistad, tiene su propio valor en los silencios: charla, asado, risas y promesas de revancha.


Lisas Barrancas arriba en Lezama
Por la tarde el sol volvió a calentar el agua y las lisas empezaron a mostrarse. Nos movimos con cautela, lanzando lejos y recuperando despacio, con líneas bien alineadas para no perturbar el lugar. Vadeamos casi toda la jornada: el wader fue más que un accesorio, una herramienta de resistencia ante el agua fresca y el tiempo cambiante.

Tarariras en Maipú: desbordes, piques y acción
El toque rojo
La lisa es omnívora, pero prefiere los pequeños tesoros del fondo: plancton, algas, detritos, larvas y gusanos. Tal vez por eso su atracción por el rojo, color que parece despertarle el apetito. Lombriz colorada, corazón vacuno teñido o panza de lisa pintada de rojo son cebos infalibles. Muchos agregan lanillas o mostacillas de ese tono a la brazolada, como si un destello pudiera tentar a la duda.
El pique, cuando llega, es sutil. Una vibración mínima, apenas una insinuación. Hay que estar alerta, leer la boya con paciencia y, a veces, darle vida al cebo moviendo el hilo con un dedo, como si uno tocara una cuerda invisible.

Cuando se clava, la pelea empieza: la lisa es fuerte, veloz, incansable. Conviene tener el freno bien regulado y no forzarla. Su boca protráctil es frágil y un tirón brusco puede hacer que todo se pierda en un segundo. La clave: paciencia y delicadeza. Siempre un copo al final.
Tarde, pero seguro
Recién pasadas las cinco de la tarde comenzó la fiesta. Entre bulos y saltos, los piques se volvieron constantes hasta el atardecer. Las lisas medianas dominaron la jornada, con alguna más generosa que se animó a la foto. Entre las 17 y las 18:30 logramos 18 ejemplares que oscilaron entre 1 y 3,5 kg. Un cierre perfecto para una jornada que había empezado incierta. La enseñanza quedó clara: la lisa no se rinde ante la impaciencia. Es una pesca que exige tiempo, observación y humildad.
Hay que leer el agua, seguir los consejos del guía y aceptar que el río tiene su propio ritmo. Pescar lisas es aprender a esperar. Es dejar que el tiempo fluya con el agua, aceptar que el silencio también habla y entender que, a veces, la recompensa no está en la cantidad, sino en el instante en el que una boya se inclina y el corazón se acelera.

Resta decir que en La Boca, como en tantos ámbitos del sudeste bonaerense, las condiciones del entorno mandan. El arroyo Camarón, con su fondo barroso y abundante vegetación sumergida, ofrece alimento y refugio para cardúmenes errantes que se desplazan según la temperatura y el nivel de oxígeno disuelto. Las lisas, sensibles a cualquier variación, se concentran en los sectores donde el agua corre lenta y tibia, especialmente con vientos suaves del norte que empujan el plancton hacia las orillas. En esas horas clave, la línea aérea con boya aceitunada y brazoladas largas (1,20 a 1,50 m) se vuelve infalible, siempre que la carnada derive libre, sin tensión. Los aparejos livianos -cañas de 4 a 4,30 m, reeles frontales medianos y nylon fino 0,17/0,22 mm- permiten sentir cada roce, cada beso en la boya. Quien domina esos detalles sabe que no hay pesca más técnica ni más adictiva que la de la esquiva lisa bonaerense.




























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