Friday 19 de December de 2025
TURISMO | 02-10-2025 16:00

Dos templos de la India que son verdaderos libros de piedra

Ubicados en sendas aldeas al oeste de Bangalore, la capital del estado de Karnataka, fueron tallados hasta el infinito para contar la historia de la región. Ofician de botón de muestra de una cultura y una religión excepcionalmente original. Galería de fotos.
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Las sorpresas se amontonan camino a Hampi, el tesoro del sur indio que rodea con jardines, mercados y verdes colinas a los 360 palacios y esculturas que aún estudia la Archaeological Survey of India. En esta tierra donde lo imaginario y lo real muestra límites difusos, se viaja embelesado ante los colores, los aromas y los rincones que, como quien no tiene más que hacer, vamos descubriendo. Es el caso de dos pequeños parajes muy al oeste de Bangalore, la capital provincial conocida como “la Silicon Valley india” por su colosal producción de software. Además de su belleza, tal vez hoy recuerden a propios y ajenos que lo esencial está en la tradición, en la memoria. Y vaya si es así: con frisos que se extienden hasta lo inimaginable sobre los inmensos muros grises, la historia se relata en los templos de Halebeedu -consagrado a Shiva- y en su vecina Belur -rindiendo culto a Vishnú-, como en ningún otro sitio.

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Hassan es la parada intermedia hacia el destino principal, y su ciudad se ve muy visitada por ser un antiguo centro de la literatura jainista. Gobernado por los hoysalas con toda pompa entre los siglos X y XIV, el distrito fue un centro de arte y música en esa época, cuando se construyeron los legendarios templos de Halebeedu y Belur, momento de mayor esplendor de la dinastía, en que florecieron verdaderos expertos del cincelado. Algunos brahmanes y sadhus, pero también personas comunes de túnicas coloridas emprenden la caminata para llegar al primer templo y ofrecer sus oraciones. Día a día llegan también muchos turistas, e indios de otras regiones y pueblerinos que se quitan los zapatos, se arrodillan y piden, puesto que ambos lugares se mantienen activos y representan un excelente sitio para comprender parte de la mitología hindú, relatada con maestría a través de los grabados. Las múltiples formas y colores que adquieren sus deidades, los curiosos rezos ofrecidos por los fieles, y los mercados montados a todo circo alrededor, son parte de la historia que sigue escribiéndose.

Templo dedicado a Shiva

En el centro de Halebeedu, rodeado de un mercado donde abundan vendedores de telas, inciensos, postales y figuras religiosas en piedra, se vislumbra la principal atracción: el templo consagrado a Shiva, dios guerrero defensor del hombre frente a los demonios. Del otro lado de un inmenso jardín, precedido de una angosta vereda de piedra, el edificio va mostrando sus contornos, con escenas y personajes que adquieren tamaños de privilegio y una duración según haya sido la contienda que los involucró. Ladeando esculturas, firmes ante el humo tibio del sándalo que surge de las ermitas seduciendo fieles, esas batallas épicas sobre elefantes, los amores de dioses y hombres, y varios hitos de la religión hindú se describen en tiras y tiras de molduras que forman asimismo las paredes del templo. 

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En medio está el santuario, activo permanentemente y razón por la cual entramos descalzos, como en todos los templos de la India. Cerca, un pequeño pabellón enseña la enorme figura sentada de Nadi, el toro sagrado y vehículo de Shiva, asociado también con la fertilidad. Cuentan que la construcción del complejo comenzó en el siglo XII y requirió 86 años, pero nunca se terminó. Pese a que en el interior hay ornamentos bellísimos y adentro una continuidad de rezos en variadas formas (parados, con las manos elevadas al cielo, de rodillas, dando saltos), el atractivo lo establecen los muros exteriores. Todos están cubiertos con una variedad sin fin de diosas y dioses, reyes y bailarinas, animales, pájaros y plazas naturales donde se libran las principales batallas retratadas con carros y monstruos de varias cabezas luchando frente a hombres con arcos, flechas y otras armas. “Estos trabajos son para muchos los más detallados del mundo, por eso atraen a estudiosos del arte, la música y la fotografía, pues guardan los secretos de una historia inconclusa. En sus millones de figuras y relatos no hay dos esculturas iguales, y ése es otro gran tesoro”, asegura el guía.

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Más discreta que Halebeedu, la aldea de Belur descansa a los pies del río Yagachi y sus callecitas quedan atrás ante el arco de entrada al templo que le rinde honores a Vishnú. En él predomina un portal de acceso dorado y empinado, tallado hasta lo imposible y cuyo final simboliza los cuernos de una vaca. Mencionado por muchos textos como un sitio religioso dedicado al dios Krishna, no se aclara que para muchos (en el hinduismo hay varios millones de dioses) Vishnú es visto como dios, mientras Krishna sería una de sus encarnaciones. A diferencia del de Halebeedu, el de Belur está completo, y fue levantado por orden del rey hoysala Vishnuvardhana, su nieto y su bisnieto, que emprendieron una tarea de 103 años –desde 1116 a 1219– para terminarlo. 

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Su plataforma en forma de estrella está rodeada por otras construcciones y un lago sagrado. Los muros también se llenan de intrincadas esculturas y no queda un solo espacio libre, sea por una larga fila de elefantes, por caballos o leones asociados a episodios gloriosos y poéticos, aunque tampoco faltan escenas eróticas y virtuosos danzantes de cuatro manos. Aquí parece haber más fieles que visitantes y las intensas muestras de devoción se extienden ante el friso más humilde o las figuras de rostros y proporciones humanas. El edificio tiene muchos avatares y reencarnaciones de este dios, y da cuenta de una religión que carece de una doctrina única, por tanto está sujeta a interpretaciones parciales, relativas y propias de una u otra rama.

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Frente al salón central está la estatua de Garuda, ave y vehículo celestial de Vishnú, y hacia las afueras, una serie de puestitos y vendedores ambulantes que intentan convencer a cada visitante de lo importante de llevarse una de estas figuras a casa. Sea para rezarle o simplemente para colaborar con su subsistencia, porque en estas lejanas tierras también hay que vivir de algo.

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Pablo Donadío

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