Friday 13 de December de 2024
TURISMO | 10-03-2023 07:00

Asado e historia se combinan los domingos en La Raquel

A menos de 200 km de CABA está el “castillito de Guerrero” que todos admiramos desde la Autovía 2. Allí diferentes asadores preparan sus especialidades al carbón o a leña. Después del almuerzo: una recorrida por el nutrido parque y el relato de la historia de la familia Guerrero contado por uno de sus integrantes.
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Patricia Daniele
Patricia Daniele

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Editora Ejecutiva de revista Weekend y su web, Editora General de Vivo.Perfil.com y de Luna teen.perfil.com. Columnista de espectáculos en Perfil.com y Reperfilar. Especializada en turismo y servicios al turista, gastronomía y lifestyle, series y TV paga, teatro y recitales, tendencias del mundo joven. TW e IG. @pato_daniele

En la estancia La Raquel se respira un ambiente familiar. Ese hermoso castillo que se ve en la Autovía 2 al cruzar el río Salado por dos pasillos estratégicamente pensados siempre tienta a hacerle una visita, conocer su historia y disfrutar de su presente. Pensando en estas cosas es que los actuales representantes de la Fundación Russo Guerrero, Cecilia Guerrero y Juan Pablo Russo, organizan un Día de Campo los domingos que vale la pena disfrutar.
Cada fin de semana convocan a un especialista diferente para que, en el hermoso parque del predio, preparen a la vista de todos sus especialidades cárnicas, así como verduras y ensaladas de autor. El postre siempre es el de la casa: flan casero con dulce de leche y crema. Pero antes hubo empanadas fritas, choripán, mollejas y provoleta, una colaboración entre el asador de ese día, Luciano Hernández de Quebracho & Hierro, y el personal habitual de La Raquel. Una tradición flamante: comenzó en diciembre pasado.  

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Antes de seguir con el relato hay que hacer una aclaración: la Fundación Manuel Guerrero, Juan Pablo Russo y Valeria Guerrero Cárdenas de Russo es una Institución sin fines de lucro comprometida con el desarrollo de la cultura, las actividades solidarias y la producción agrícola sostenible. Los ingresos que se generan por las actividades y eventos sociales que se hacen en la estancia le permiten afrontar esos objetivos y las obras de conservación de su casco histórico. Y justamente eso es lo que están haciendo: restaurando el “castillito de Guerrero” desde hace siete años, para que sea habitable y pronto sumar los encantadores dormis que están a un costado del edificio principal, para volver a ofrecer el servicio de pernocte. Mientras tanto, todo lo que se hace es al aire libre, tanto el almuerzo y la merienda como las charlas históricas y botánicas que completan la tarde. No, no se puede entrar al casco ubicado en el Km. 168 de la Ruta 2 y el río Salado (Estación Guerrero) porque todavía está en proceso de reparación.

Una historia bien nuestra

Como los grandes anfitriones que son Cecilia y Juan Pablo organizan junto a sus hijos una jornada ideal: ponen las mesas debajo de los árboles con la casona y el río como fondo. A partir de las 11.30, cuando se abre la tranquera, la gente va llegando de a poco en su propio vehículo, que quedará a la sombra de añosos árboles. Quizás los mismos  que también le brindaron su sombra a Martín de Alzaga y a su esposa, Felicitas Guerrero. La estancia formaba parte de la cuantiosa herencia que recibió la joven viuda y que comprendía muchas localidades de la costa de hoy.

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Cecilia Guerrero cuenta la historia de su familia.


Pero si bien la vecina estancia La Postrera fue una de las sedes que Felicitas usaba en su tiempo (y que fue el motivo por el que conoció a su gran amor Samuel Sáenz Valiente) el edificio de La Raquel es posterior a la muerte de la vecina más ilustre de Barracas: cuando Manuel Guerrero (hermano de Felicitas) hereda estas tierras, decide hacer una edificación sobre un antiguo puesto de carretas y le pone ese nombre en homenaje a su esposa. Así nació el castillito, en 1894, con un parque diseñador por Frederic Forkel (discípulo de Thays), quien pensó estratégicamente esos cinco caminos que desembocan en la casa para favorecer su aireación. Puso plantas de todo el mundo y hasta les dijo dónde debían ubicar una pileta o un estanque con el secreto interés de que reflejara la casa tal como se ve hoy.
Este relato, junto con el desafortunado desenlace de Felicitas en 1872 “que nos duele como familia aún hoy”, es parte de lo que les cuenta Cecilia a los espectadores de esa jornadas, los comensales. Y también rescata el amor que toda la familia tiene por este predio, algo que se nota pues sus hijos y los de Juan Pablo también son parte del proyecto. Con el dinero recaudado terminaron de equipar hace poco el ala de neonatología del hospital de Castelli, y ese quizás sea su mayor orgullo: “Es mi vida –dice Cecilia-. Formo parte de esto y no me veo en otra situación. Crecí acá, fui a la primaria en Castelli, manejé el tambo que teníamos. Soy la cuarta generación y estar acá me llena”. 

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Ella es la encargada de recibir a los visitantes, ofrecerles un vaso de limonada y ayudarlos a instalarse en las mesas. Está siempre atenta a cualquier necesidad. Y Juan Pablo es el que va mesa por mesa revelando las historias de sus ancestros. Como la de la Valeria que figura en el nombre de la Fundación, que no es otra que la creadora de Valeria del Mar.

Experiencia con todos los sentidos

Pero vayamos a la comida: mientras el viento agita las copas de los árboles y se escucha el murmullo de las hojas que se van volando, desde lo lejos llega una música festiva. Pero la fiesta la tenemos delante de los ojos, pues cerca de las mesas está el asador donde Luciano y su equipo van cocinando de manera exquisita lo que luego se probará. Hay opción vegana: un delicioso boniato con salsa de naranjas, miel y jenjibre, y ensaladas muy originales o reversionadas del clásico. Todo es acercado a las mesas por el personal de la estancia, muy amable y sonriente, así como agua, gaseosas limonadas o las bebidas alcohólicas (de la gama Salentein, que se pagan aparte). Todo es rico, todo es atractivo para disfrutar en mesas preparadas con toques rústicos y florales por la dueña de casa.

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Acá los chicos (que tienen un menú infantil con pastas) pueden correr a sus anchas sin peligro alguno, jugar con los perros, embarrarse o tirarse a dormir en lonas con almohadones que están esparcidos por las cercanías, debajo de los árboles. La siesta es una opción que está incluida ya que el libre albedrío reina en el lugar. Después de comer algunos salen a recorrer el parque o a sacar fotos. Y alrededor de las 16, justo antes de la merienda con tortas fritas y pastafrola, Daniel (encargado también de hacer el relleno de las empandas de carne, cuyo secreto no revela) lleva a los visitantes a recorrer el parque contando otra parte de su historia, la botánica, que es tan rica como la del edificio. Culminada la merienda, de a poco los comensales se van yendo, estirando la partida por lo cómodos que se sintieron en La Raquel, quizás esperando a ver el atardecer que llegará sobre el campo. Han pasado un día hermoso, ameno, comieron rico y fueron bien atendidos. Hasta puede que estèn pensando con quiénes van al volver.
Precio por persona: $ 15.000, menú infantil: $ 3.500. 

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Editora Ejecutiva de revista Weekend y su web, Editora General de Vivo.Perfil.com y de Luna teen.perfil.com. Columnista de espectáculos en Perfil.com y Reperfilar. Especializada en turismo y servicios al turista, gastronomía y lifestyle, series y TV paga, teatro y recitales, tendencias del mundo joven. TW e IG. @pato_daniele

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