Con cierta frecuencia, cazadores y tiradores relatan problemas con vainas metálicas: cartuchos recargados, munición antigua o en mal estado. Existen vainas metálicas y no metálicas, tanto para ánima estriada como lisa; aquí hablaremos sólo de las metálicas, que pueden ser de aluminio, acero o latón militar (aleación cobre-zinc, aproximadamente 70/30, según el fabricante).
Un cartucho metálico está compuesto por la bala –que, al separarse en el disparo, se convierte en proyectil– y la vaina, que contiene el propelente (mal llamado pólvora). Los propelentes actuales pueden ser de base única (nitrocelulosa), doble base (nitrocelulosa-nitroglicerina) o triple base (nitrocelulosa-nitroglicerina-nitroguanidina). Se fabrican por procesos de nitración que también se usan en pinturas, plásticos y ciertos explosivos (TNT, nitroglicerina, PETN, etc.). La vaina incluye, además, la cápsula iniciadora, con la mezcla pirotécnica que enciende el propelente a través del orificio del oído. Históricamente, se usó fulminato de mercurio; hoy se emplean compuestos como el estifnato de plomo, menos corrosivos y tóxicos.

Durante el disparo, la pólvora confinada en la vaina se descompone rápidamente y se comporta como un explosivo: genera una onda de choque por la expansión de gases a muy alta presión que empuja la bala por el ánima. El primer pico de presión ocurre al inicio de la explosión dentro de la recámara, y un segundo pico suele registrarse en el cono de forzamiento donde comienzan las estrías; luego la presión disminuye a medida que el proyectil avanza.
Esa explosión controlada provoca que la vaina se expanda y contraiga con rapidez: se despegue de las paredes de la recámara, y permita la extracción y eyección. Pero si la recámara o la vaina presentan problemas –dilataciones por sobrepresiones, corrosión o defectos materiales– pueden aparecer fallas. Las causas más habituales de dilatación y rotura de vainas son: cargas excesivas (sobrepresión), material defectuoso o corroído y fatiga por recargas reiteradas. Las vainas sometidas a múltiples ciclos de recarga pueden sufrir dilatación plástica permanente; recargarlas y aumentar la carga es un riesgo serio: pueden romperse por explosión y dañar la recámara.

Para identificar una vaina con sobrepresión conviene observar irregularidades en el cuerpo o la base, rajaduras y el estado de la cápsula iniciadora: si sus bordes están muy comprimidos y planos, probablemente hubo un impacto violento contra el espaldón por una explosión descontrolada. Ese choque reiterado y con gran presión puede dejar una marca circular visible y preceptible al tacto. Asimismo, a contraluz puede verse una sombra en la recámara –un bajorrelieve– que indica deformación plástica. En casos extremos la vaina puede fracturarse en el culote. Aunque a veces se asocia a una carga exagerada, también puede deberse a un headspace excesivo: falta de apoyo del culote contra la cara frontal del cerrojo, la corredera o el armazón del revólver, hecho que pone en riesgo la seguridad del arma y del tirador durante el disparo, y afecta negativamente la precisión. Por otro lado, un espacio de cabeza demasiado justo puede también aumentar la presión en la recámara.


Los fabricantes prueban sus armas y suelen garantizar un margen de seguridad –habitualmente alrededor de un 20 % sobre la presión de munición factory–, lo que deja un rango de resistencia al desgaste y fatiga. Ese margen depende del tipo de acero y del tratamiento térmico o termoquímico aplicado a cada pieza.
Conclusión breve: vigile el origen y estado de las vainas; evite recargas interminables y nunca aumente cargas sin controles y datos fiables; inspeccione cápsulas, culotes y recámaras; y ante la mínima duda, deseche la vaina. La prevención evita accidentes y preserva el arma.





























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