Tarariras: el juego de los colores
Descubrimos un arroyo al cual ir por esta especie difícil de hallar en estos tiempos de sequía y bajante: el Ñancay, en Villa Paranacito, Entre Ríos. Hay tarariras criollas y tornasoles. Una paleta cromática espectacular.
Por Julio Pollero
Veníamos charlando entre pescadores, hablando con varios guías amigos y todos coincidíamos en que había que trabajar, andar, gastar nafta para poder lograr –principalmente– una buena jornada de piques, después si las pescamos es otra cosa. David del Valle, amigo y guía de Villa Paranacito venía haciendo diferentes scoutings en su zona de confort y todas las noches me pasaba el reporte, hasta que me convenció de que era el lugar para ir a visitar.
Scouting telefónico
Este pueblo es un lugar muy tranquilo. Vamos a encontrar todo lo necesario para pasar días muy agradables en todos sus campings o bien a orillas del río. También posee muchas cabañas en alquiler y se pueden contratar lanchas para paseos en las islas o, bien, guías de pesca para practicar nuestro deporte favorito, entre otras cosas.
Obviamente conocemos muy bien la zona y a su gente, y no dudé en llamarlo a David para organizar nuestra próxima salida. Como siempre, tres palabritas y ya teníamos día y hora para nuestro relevamiento. Para este tipo de pesca deberíamos llevar equipos de spinning y baitcasting compuestos por cañas de uno o dos tramos de entre 1,80 y 2,10 m de largo, reeles frontales o rotativos cargados con hilo multifilamento de 30 lb (1 lb = 0,453 kg) y una buena variedad de señuelos duros y de látex. También cargamos algunos anzuelos y plomitos corredizos por si probábamos con carnada natural.
En esta oportunidad nos iba a acompañar Eduardo Soria, excelente pescador que debutaría en una nota para la revista. Arreglamos un horario acorde para llegar con las primeras luces del día, pero las ansias y ganas del debutante nos traicionaron: él se despertó antes que el gallo y yo me quedé con una hora menos de sueño. Nada importaba, todos estábamos ansiosos para ir por esas taruchas que quitan el sueño de varios pescadores deportivos.
Partimos desde el sureño barrio de Quilmes y fuimos desandando los kilómetros que nos separaban de la Villa entre anécdotas personales y –seguro– agrandando algún pescado capturado ocasionalmente. Cuando nos quisimos acordar ya estábamos en el peaje antes de cruzar los puentes de Zárate. Las luces del día empezaron a hacerse ver y el camino de ripio de la entrada a Villa Paranacito nos depositaba en las cabañas Annemarie, donde Ana, su propietaria, nos esperaba con el desayuno y unas galletitas con nueces de pecan, exquisitas. La vista de este complejo de cabañas es fabulosa y sus instalaciones, mejores aún.
En marcha por el agua
Entre mate y mate llegó nuestro guía David, quien amarró su lancha en el muelle y bajó a compartir el desayuno. Saludamos a nuestra anfitriona y nos fuimos con la clara esperanza de lograr una buena pesca. Mientras navegábamos por el arroyo Sagastume hasta salir al Martínez, íbamos revisando y armando los equipos para llegar plenos, o bien ir probando donde el guía nos marcaba.
Salimos al río Uruguay y, aguas arriba, fuimos calentando las muñecas haciendo los primeros casteos en busca de algún dorado. Un viento suave del sudeste nos jugaba una mala pasada, pero así y todo tuvimos algunos ataques de dorados medianos, y hasta logramos uno para subirlo a bordo, fotografiarlo, y devolverlo sano y salvo al río. Después fue el turno de David, quien lo trajo hasta la lancha y en uno de los saltos logró desprenderse del engaño. Edu no se quedaba atrás, y en un tiro eficaz logró clavar otro buen dorado. Lo peleó, lo acercó y chistosamente el guía quería que lo perdiera. Hacía todo lo posible para que eso suceda y… sucedió. Todo quedó en otra de las risas del día.
Dejamos tranquilos los dorados y navegando aguas arriba, llegamos hasta el arroyo Ñancay, el que surcamos durante unos 10 minutos hasta anclar en una costa baja que proponía un escalón para caer a unos 3 m de profundidad. Acomodados en la popa del trucker, comenzamos a castear con diferentes tipos de señuelos, algunos del tipo globito con paleta, otros articulados y algunas gomas con cuchara giratoria. De repente, una frenada, una corrida lateral, cañazo y a pelearla. Unos minutos después una tarucha de las gruesas, como dicen los lugareños, colgaba del bogagrip para la foto y fue devuelta al agua. Así se fueron sucediendo algunos piques más que efectivos y otros malogrados, pero seguíamos insistiendo.
Por la tarde
El sol se puso arriba y marcó la mitad del día: el hambre se hacía sentir. Nos movimos unos cientos de metros en busca de otra estructura y, anclados nuevamente, optamos por probar con carnada natural: postas de sábalo. Líneas fondeadas sobre la costa y a esperar mientras disfrutábamos del almuerzo. Picaron algunas taruchas más, no muy grandes, pero estaban difíciles para clavarlas. Así y todo, varias fueron fotografiadas y devueltas al arroyo. Acomodamos las cosas, volvimos a los equipos para la pesca con señuelos y nos metimos bien adentro del Ñancay. Es un paraíso ese lugar.
De repente, un pique distinto: más fuerte, más fuerza, más corridas y toda la tripulación en silencio. Nadie hablaba, nadie opinaba pero los tres sabíamos lo que podía ser, y fue: una hermosa tararira azul o tornasol se había prendido del engaño. Cuando se acercó a la lancha tuvimos un salto y pudimos confirmar lo que pensábamos, pero hasta que no estuvo en el copo no celebramos. ¡Qué hermoso ejemplar! Superó ampliamente los 4 kg de peso, la figurita difícil, todos nos fotografiamos y enseguida al agua para que siga con su vida, casi normal.
Cuando uno va por una nota periodística y se le dan estas sorpresas, que a veces son casualidades, se da por terminada la sesión. Pero como aparte de esos somos pescadores empedernidos, seguimos en la búsqueda, porque si pica una, debería haber más. Cambiamos de lugar y en una costa con algunos camalotales volvimos con los intentos. Dos o tres casteos y pique nuevamente, hermosa pelea y otra de las criollas que había tomado un soft con cuchara ondulante. Fueron seis o siete piques más de los cuales concretamos cuatro y dimos por terminada la pesca para volver muy felices a las cabañas Annemarie, lugar de nuestra partida. Sin duda, recomendamos Villa Paranacito durante todo le año, pero en este momento la pesca de taruchas y dorados está pasando una situación ejemplar que, en lo posible, debemos aprovechar.
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