Tuesday 19 de March de 2024
TURISMO | 27-02-2020 17:40

4 destinos para viajar contra la corriente

Elegimos lugares poco difundidos, pero con atractivos que merecen una visita: El Chocón, en Neuquén; Tafí del Valle, en Tucumán; Cabo Polonio, en Uruguay, y Cascada Santa Bárbara, en Brasil.
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En épocas de Internet es muy sencillo saber adónde va o deja de ir la gente a vacacionar. Los metabuscadores analizan y entrecruzan millones de datos sobre la base de las consultas que reciben, y así arrojan las estadísticas. En busca de buenos destinos poco consultados solicitamos información a TurismoCity. Los cuatro mencionados a continuación son el resultado de esa búsqueda. Una oportunidad de disfrutar lugares paradisíacos con poca afluencia de gente, al menos durante estos meses.

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Brasil, Cascada Santa Bárbara. En el estado de Goiás y dentro del Parque Nacional Chapada dos Guimarães, está uno de los rincones más ocultos y prístinos de Brasil: la cascada Santa Bárbara. El aeropuerto más cercano es el de la deslumbrante Brasilia –por su arquitectura moderna– y en el parque hay dos mil cascadas: uno puede estar una semana entera haciendo trekking y excursiones en vehículo. La estrella es la cascada Santa Bárbara por la transparencia turquesa de sus aguas con un lecho de cuarzo en plena selva –se llega caminando un kilómetro–, dando la sensación a quienes hacen allí la plancha de levitar en lugar de flotar. Para cuidarla hay un cupo diario de personas y el control está a cargo de la comunidad afrodescendiente Kalunga: solo se la visita con guía oficial. La ciudad base suele ser Alto Paraíso por sus hoteles, pero más cercano aún es el poblado de San Jorge, donde hay un camping. El parque se visita todo el año pero lo ideal es ir en la época que no llueve, desde mayo a septiembre.

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Neuquén y El Chocón. La primera de estas dos ciudades suele ser lugar de paso hacia sitios menos desérticos de la Patagonia. Pero un viajero curioso y con tiempo se detendrá en ella para visitar Villa El Chocón, a una hora de esa capital por las rutas nacionales 22 y 237. Por un lado, en El Chocón está el lago Exequiel Ramos Mejía, generado por el embalse del río Limay, donde hay playas y se practica windsurf, canotaje, esquí acuático y pesca. Lo más interesante es que aquí hay dinosaurios de pie: en el Museo Ernesto Bachmann. Porque la erosión de la estepa trajo a la superficie el período Cretácico con su fauna petrificada, entre ella el dinosaurio herbívoro más grande jamás encontrado. 

El Chocón era un pueblo casi olvidado de la Patagonia, de esos donde “nunca pasa nada”. Hasta que un día de 1993 apareció un dinosaurio casi completo y fue noticia mundial. Luego llegaron las cámaras de National Geographic y Discovery Channel y, a partir de entonces, comenzaron a venir miles de visitantes por año a ver los huesos –el 80 por ciento– del Gigantosaurus carolini. El hallazgo se le atribuye a Rubén Carolini, un mecánico que salía a buscar dinosaurios –el evento no fue fortuito–, quien informó a la Universidad del Comahue que se había topado con un animal prehistórico. Sus paleontólogos comprobaron que en el terreno sobresalía una tibia enorme. Un mes después desenterraron un ejemplar de 95 millones de años. Así renació el Gigantosaurus, una especie desconocida que caminaba erguida sobre sus patas traseras y medía 14 metros de alto. Hoy se exhiben en el museo sus huesos originales y también una réplica perfecta de fibra de vidrio. Este no es el más grande del mundo: los carnívoros son aún mayores. Pero para ver al “rey de los dinosaurios” no hace falta ir lejos: 86 kilómetros separan El Chocón de Plaza Huincul, donde se exhibe el Argentinosaurus huinculensis, que medía 40 metros de largo y pesaba 100 toneladas. Gran parte de los pobladores de El Chocón partieron al concluirse la represa, en 1977, pero la villa ha sido repoblada por dinosaurios que se ven a modo de escultura en la calle, así como sus huellas falsas. Lo impresionante es que también las hay verdaderas, petrificadas a orillas del lago. Centro de información turística: Tel.: (0299) 4218336,

Uruguay, Cabo Polonio. Una cosa es Punta del Este y muy otra Cabo Polonio, dos playas opuestas y complementarias como el yin y el yang. La primera es una gran ciudad puro glamour, la otra un pueblito de casas bajas espaciadas en una saliente rocosa donde reina la rusticidad en la costa de Rocha, dentro de un Parque Nacional. Por eso no se puede entrar en auto: se lo estaciona en la terminal y se va en 4x4 por las dunas y la playa. No hay grandes hoteles sino hostels y posadas desparramados sin orden aparente, dado que no tienen calles. Tampoco hay luz eléctrica: en la noche las estrellas brillan como en ningún otro lugar del país (algunas posadas tienen grupo electrógeno o paneles solares y el agua es de pozo). Frente a la playa sur con su faro, se ve a simple vista un islote habitado por lobos marinos. Las opciones nocturnas no son muchas, pero tampoco hacen falta más: barcitos donde tomar cerveza bien fría desde la hora del rojo atardecer, acaso a la espera de la luna llena con el mar a derecha e izquierda, escuchando a Manu Chao. Más información Tel.: (+ 598) 1955 3100.

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Tucumán. Entre las provincias más turísticas del país, tiene tres hitos del noroeste: la Casa Histórica de la Independencia, las ruinas de la ciudad de los Quilmes y Tafí del Valle. Este último, un pueblo en lo alto de la montaña a 110 km de la capital. A Tafí se llega desde San Miguel por la RP 307, a través de un camino de cornisa que atraviesa el monte tucumano, con cañaverales y cascadas. Cada tanto aparecen lapachos florecidos de fucsia y, a medida que se sube, la vegetación es más tupida: a cierta altura el verdor selvático estalla en una profusión de helechos, lianas y árboles con plantas colgantes característico de la yunga.

Ya cerca de los 2.000 msnm la vegetación decae: desaparecen los árboles pero los suplantan espinosos cardones con brazos de candelabro. La ruta avanza entre altas montañas cubiertas por un suave manto verde y cada tanto se ven en la lejanía baqueanos a caballo que, a uno se le antoja, son El Arriero de Atahualpa Yupanqui. A las dos horas el valle de Tafí se abre tras una curva, al fondo muy abajo: el sol encandila rebotando en el espejo de agua de un embalse en el centro de un anfiteatro descomunal. En tiempos de los calchaquíes, este poblado se llamaba Taktillakta: “pueblo de entrada espléndida”. Al ingresar a Tafí aparecen entre las casas cardones gigantes con sus dedos hacia el cielo por encima de los techos. Hay caballos pastando a una cuadra del centro y llamas en los patios. A unos minutos de auto está el Parque de los Menhires, una serie de piedras aborígenes talladas como petroglifos. Y se visitan la capilla jesuítica de La Banda y un mercado artesanal; se organizan cabalgatas de muy cortas a varios días, paseos en 4x4, mountain bike, kayak, canotaje y trekking. 

Casi nadie visita solo Tafí: se suele seguir hacia el norte pasando por Amaicha del Valle para recorrer el Museo Pachamama, un parque temático de piedra con piezas arqueológicas. Aquí se puede dormir o continuar hacia la legendaria ciudad de los indios Quilmes, una fortaleza con terrazas escalonadas en los faldeos del cerro Alto Rey. De sus casas se distingue la estructura circular. El segmento restaurado es parte de lo que fue una ciudad habitada por 10.000 personas a partir del siglo IX d.C. Desde lo alto se la ve como un laberinto de cuadrículas de 70 metros de largo: eran andenes de cultivo, depósitos y corrales. Y sobre todo se capta su carácter de fortaleza. Los Quilmes fueron el hueso más duro de roer para los españoles: resistieron 130 años la conquista en su morada infranqueable, donde no los doblegaron militarmente sino por hambre y sed, la única manera de sacarlos de su ciudad a 120 metros del suelo. Más información Tel.: (0381) 5941039.

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Julián Varsavsky

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