Friday 29 de March de 2024
TURISMO | 22-09-2015 12:06

Pipa & Natal: un oasis donde nunca llueve

Con 360 días de sol por año, estas dos ciudades del nordeste brasileño redoblan sus atractivos para el verano, pensando tanto en las familias como en los jóvenes aventureros.
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Una banda tributo a Joaquín Sabina entona con voz ronca: "Fue en un pueblo con mar, una noche, después de un concierto...". El clima parece perfecto para seguir con el estribillo, tal vez porque en las callejuelas de Pipa se respira esa mistura de mar, música y bares viciados de buena onda y sonrisas cautivantes. Así de sencillo y sin muchas vueltas. Descubierta primero por los portugueses y redescubierta por los surfistas a principios de los 90 del siglo pasado, esta pequeña y casi artesanal aldea de unos 5.000 habitantes ubicada a 85 km de Natal tiene: sol todo el año, 100% de ocupación, aguas a 28 grados, posadas de primer nivel, simpáticos pubs, una peatonal rústica y un tinte que roza con lo bohemio, lo slow y lo descontracturado.

Ese no sé qué 

Dicen que “Pipa” proviene de una piedra en forma de tonel de ron cuando se la avista desde el mar, o al menos que eso imaginaron sus descubridores. Y que los primeros turistas fueron alemanes. Mucho antes de Facebook, el boca en boca hizo el resto, al extremo de que mucha gente vino de vacaciones y, cautivada, no regresó nunca más a

su lugar de origen. Es probable: hay emprendimientos cosmopolitas y un crisol de amores ocasionales que perduran, como el de Jean Carlos, un instructor de surf nativo en pareja con una argentina de Pergamino, cuyas banderas flamean al unísono en su escuela de la costa (60 reales los 40 minutos de clase). En la playa también se ven familias con hijos, pero no abundan; es más bien tierra de jóvenes corsarios.

En el zigzag de praias se destacan las de Do Amor (en forma de corazón vista con imaginación desde los acantilados), Dos Golfinhos (con delfines que se arriman a la costa a comer) y Do Madeiro (la preferida por los surfistas). Las tres con al menos dos características en común: 1) para llegar a la playa hay que bajar unos 140 escalones promedio; 2) una vez abajo, de espaldas al agua la arena se funde contra unos acantilados rojizos recubiertos por vegetación en distintos tonos de verde, generando una sensación de selva en el mar. Do Madeiro fue nominada una de las 10 playas más lindas de Brasil, y aun sin conocer el resto resulta difícil no coincidir con los jueces.

La Barraca do Jegue es el punto de reunión por estos lares. Y el trago que le dio fama –de nombre poco convincente traducido al español–, un elixir hecho en base a leche condensada y frutas, al que se le puede agregar cashaza o vodka.

El ritual de la cashaza 

Antiguamente, la cashaza (aguardiente de caña de azúcar con una concentración de alcohol de entre el 38 y 51%) era la bebida de los pobres y esclavos. Hoy, en cambio, beber cashaza tem onda, por eso se la toma sola (cuando es de muy buena calidad) o se preparan cócteles, como la famosa caipirinha, elaborada con lima, azúcar, hielo y – obvio– una buena dosis de cashaza. Quienes tienen paladar diferencian muy bien las industriales de las artesanales. Y quienes no, rápidamente se dan cuenta por su precio: una buena cashaza fermentada en forma natural puede llegar a costar hasta 2.000 reales la botella.

Nota publicada en la edición 516 de Weekend, septiembre de 2015. Si querés adquirir el ejemplar, pedíselo a tu canillita o llamá al Tel.: (011) 5985-4224. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

22 de septiembre de 2015

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Marcelo Ferro

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