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TRAVESíAS | 27-02-2018 09:08

San Guillermo: El parque nacional más difícil

En plena Cordillera de los Andes, recorrimos un territorio desconocido y casi virgen de la provincia sanjuanina, tan hostil como maravilloso. Galería de imágenes.
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Mi padre una vez me explicó la diferencia entre ser un aventurero y ser expedicionario. El primero se tira al vacío así sin más, con la adrenalina de no saber qué deparará el camino e improvisando soluciones ante cada eventualidad. El expedicionario, en cambio, se caracteriza por ser un gran previsor. Estudia el itinerario, analiza posibles inconvenientes y se provee de todo lo necesario antes de emprender el viaje.

Definitivamente, el Parque Nacional San Guillermo (PNSG) es para los segundos, y tampoco para cualquiera. A más de 3.200 m de altura, con tardes estivales que rozan los 35 grados y noches con ráfagas superiores a los 120 km/h, temperaturas de -15 ºC, sin calefacción y con señal nula, puede no ser un viaje soñado para quien disfruta de las comodidades, pero será una de las mejores experiencias en la vida de almas inquietas.

Área protegida

Ubicado al norte de San Juan, el PNSG se creó en 1998 luego de que la provincia le donara 166 mil hectáreas de la Reserva de Biosfera San Guillermo a Parques Nacionales. “No teníamos los recursos suficientes para sostener todo”, explica José Luis Ontivero, alias Vivi, agente de conservación de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de San Juan. En total son casi un millón de hectáreas que, desde 1972, se protegieron como reserva natural y que ocho años más tarde adquirieron estatus de Reserva de Biosfera con la bendición de la UNESCO.

Allí se concentra la mayor población de camélidos de Sudamérica y es uno de los pocos lugares del mundo en el que conviven vicuñas y camellos (unos 12 mil ejemplares entre ambos). En los grandes llanos y las quebradas también frecuenta el puma, acechando a sus presas y evitando el olor humano. Es normal ver huesos desperdigados o cadáveres a medio comer. “Cuando están llenos pero pueden conseguir una presa fácil, la atacan y tapan el cadáver para volver cuando tengan hambre”, cuenta Vivi. La fauna del lugar la completan los cóndores, el suri (ñandú), los chinchillones o vizcachas de las sierras, el gato andino, el zorro colorado y una gran cantidad de lagartijas, como el chelco de San Guillermo y el cola piche, que suelen asolearse en las rocas.

Las aves son un capítulo aparte. Hay más de 59 especies y se siguen descubriendo. Muchos de los turistas van exclusivamente a hacer avistaje de la pisaca, la gallareta cornuda, la agachona, el piuquén, las coloridas bandadas del jilguero andino y el flamenco, que abunda en el río Macho Muerto y en las lagunas Huaicas. Se han encontrado también piezas arqueológicas precolombinas y coloniales que datan de hace más de ocho mil años.

Por ser el Parque Nacional de más difícil acceso y de condiciones ambientales más extremas del país, toda actividad se encuentra regulada por la intendencia del PNSG. Hay que avisar con una anticipación mínima de 20 días mediante correo ([email protected]) o telefónicamente (02647-493214) para chequear la disponibilidad del centro operativo Agua del Godo, un refugio inaugurado en el año 2010 que se encuentra a 3.400 msnm y tiene capacidad para 12 personas. Su uso es gratuito. Funciona con energía solar, cuenta con servicio de internet, cocina comedor y baños. Pero no incluye ropa de cama, vajilla, comida o bebida y se debe llevar leña para la calefacción.

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El ingreso al Parque sólo es posible contratando un guía habilitado ($ 2.500 por día, aprox.) y con vehículo propio de doble tracción. Si es un auto rentado, debe presentarse el contrato. Además, es obligatorio llevar un certificado de buena salud. No se recomienda el ascenso a menores de 12 años, embarazadas y personas con problemas cardíacos.

El camino es un traqueteo constante siguiendo la huella. Desde la intendencia son unas 5 horas hasta el parador, transitando caminos de cornisa y mucho ripio. Durante el trayecto se atraviesan enormes llanos que cubren más de una tercera parte de la biosfera, rodeados de quebradas y montañas multicolores, algunas porosas, otras con picos nevados que parecen merengue. La vegetación es dura, baja y achaparrada, a veces interrumpida por grandes superficies de verde oscuro denominadas vegas, donde se concentran a pastar las vicuñas.

Vistas increíbles

A más de 4.000 msnm están las lagunas de altura, con aguas verdes y turquesas. La mejor vista panorámica es desde el mirador sobre el llano de los Leones. También vale la pena esperar la puesta del sol en el circuito Los Caserones, entre afloramientos basálticos de formas redondeadas. Hay mucho por ver, pero se debe ir con calma, administrando el oxígeno, procurando estar siempre bien hidratado y dando alerta ante cualquier indisposición.

Existe una alternativa a ir por cuenta propia, que es contratar al único prestador privado con autorización oficial para circular dentro del parque y de la biosfera. Se trata de Pablo Nielsen, un joven sanjuanino de 36 años, metro noventa y sangre vikinga, tercera generación de exploradores mineros y con gran conocimiento del territorio. Pablo tiene su propio refugio, La Brea, que se encuentra fuera del parque, pero dentro de la biosfera, a casi 4.000 msnm. Allí no hay señal, ni internet pero las instalaciones son muy completas con capacidad para 20 personas, ropa de cama, comida, bebida, baños con agua caliente, electricidad (por energía solar), grupo electrógeno diésel y hasta un pequeño pozo de agua termal. Además, tiene ropa técnica, tubos de oxígeno, sueros y un desfibrilador automático. “Si alguien se siente mal y no puede recuperarse lo bajamos de inmediato”, asegura.

El paquete básico ($ 5.500) es de tres días y dos noches, e incluye todo menos el pasaje a San Juan. El más completo sale $10.000 y combina Laguna Brava, Talampaya e Ischigualasto. Una vez al año también organiza salidas de cinco días para avistaje de aves en conjunto con una agencia de Capital Federal. Ideal para expedicionarios y también para aventureros, porque el regreso está asegurado.

Nota completa publicada en revista Weekend 545. febrero 2018.

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Marcelo Ferro

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