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PESCA | 12-11-2020 07:25

Laguna El Abuelo: un lugar donde las tarariras al vadeo no fallan

Tras siete meses de cuarentena, la sensación de volver a pescar contada en primera persona por un pescador fanático de la actividad, quien fue en busca de sus primeras tarariras del año.
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Este arranque fue casi un cuento chino. Después de estar 7 meses sin poder pescar (actividad que amo y es mi pasión) me había imaginando cómo sería el regreso de la actividad. Muchísimos destinos en la cabeza, hasta qué equipo y señuelos iba a usar imaginando los ataques. A medida que iban pasando los meses dejé de imaginarme cuál sería esa pesca del regreso. Sin dudas, sería alguna y vendría de forma natural.

Los permisos para viajar no aparecían y la pesca me seguía pareciendo muy lejana. Hasta que recibo un mensaje con una invitación para ir a pescar a Baradero un martes 13, y acepté sin titubear. Era sábado, solo faltaban tres días. No quise preparar nada hasta el lunes pero la cabeza me volaba, hacia rato que no sentía ese grado de ansiedad.

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El lunes temprano me puse a preparar todo para ese lugar en particular, un arroyo no muy profundo y angosto por la sequía que está atravesando la zona. Estaba a horas de volver a sentirme vivo y en plenitud, porque yo pesco y luego existo, y después vuelvo a pescar. Faltando horas me llama quien me invitó para comunicarme, muy afligido, que estaba con un pico de presión, lo habían medicado y mandado reposo. La pesca quedaba suspendida.

Saqué fuerza de mi interior para no montar en cólera. Conté no sé hasta cuánto y le dije que no se preocupara, que la salud estaba primero y que la pesca podía esperar. Lo cual para él era cierto, pero yo no podía esperar, hubiese muerto esa misma noche. Así que apoyé mi cabeza en la almohada y pensé por unos momentos en desactivar la alarma de las 4 am, pero la dejé.

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Sonó, me levanté, agarré lo que ya estaba preparado y lo subí al auto. Lo puse en marcha y mientras se calentaba pensaba dónde ir. Cuando el reloj de temperatura del auto llegó a los rectos 90º, había decidido ir a la laguna El Abuelo. Me acordé que todos los años en octubre le doy el puntapié inicial a la temporada como buen augurio a la Laguna. Lo único que no me percaté es que era martes 13. Por suerte no soy supersticioso y me puse rumbo a la laguna.

Al salir a la ruta ya empecé a recobrar la vida que perdí en estos 7 eternos y duros meses. Al llegar, los Petegoli, dueños del lugar, me recibieron con todo el afecto característico, y después de todo el protocolo me dispuse a caminar el campo. Necesitaba ver la laguna, su fauna, cisnes de cuello negro, patos, gallaretas, gaviotas, avutardas, chajás, teros, nutrias...

Pero me faltaba lo más importante, lo que está debajo del agua. Para eso tenía que recurrir a mis dotes pesqueriles. ¿Se habrá ido la magia?, me pregunté y me puse manos a la obra. Después de unas horas de peinar toda la costa sin respuesta era hora de entrar al agua. Evidentemente, las tarariras todavía estaban en lo más profundo, así que empecé a entrar al agua y recordé lo que es temblar de frío después de tanto tiempo en la comodidad del hogar. Es parte de la esencia de esta actividad. El frío valió la pena, se empezaron a dar los ataques y las capturas, todos ejemplares muy juveniles que son más activos.

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La verdad que fueron muchas capturas, pero chicas, los ataques se daban muy lejos y con el agua por sobre la cintura, bastante incómodo trabajar bien los señuelos, aun con una caña corta como la que uso. Así que decidí salir del agua. Mi plan era secarme en la tibieza del sol que aún estaba alto (serían las 15 hs) y descansar un poco. Acá también recordé lo que es caminar el barro vadeando. Como a las 17 hs busqué una zona propicia para pescar no tan metido en el agua y ver si lograba algo de superficie más de cerca de mi campo visual, para disfrutar a pleno los ataques en superficie de las taruchas y sacar algunos ejemplares más lindos aprovechando a pleno la ventana de las horas mágicas.

Caminando y caminando encontré ese lugar que me permitió pescar con el agua no más de la rodilla y que estuvieran comiendo a 10 o 15 m de donde me encontrara. Ahí empecé como a la mañana, ranas de goma trabajándolas despacio (en cuanto a velocidad) pero ándole mucha acción y vibración, un movimiento que lleva tiempo perfeccionar. Es como si al brazo le diera electricidad, eso genera un temblor en el artificial que se trasmite al agua de forma particular pero la recuperación con el reel es muy suave. Los ataques no se hicieron esperar. Así lo pensé y así se me dio: “¡Qué lindo cuando un plan se cumple!”, decía Aníbal de Brigada A.

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Uno es arquitecto de su destino, siempre puede elegir. De una pesca suspendida salió este puntapié inicial de temporada en esta laguna, y la vuelta a la pesca después de tanto tiempo, que no me siento capaz de describir con palabras y eso que escribo bastante, pero también tengo mis limitaciones y hay que reconocerlas. Feliz de haber vuelto a la vida y a la pesca además de recordar que no es fácil la tarea del señuelero: caminar por el barro, estar en el agua helada y que al caer el sol te comen los mosquitos, ya casi que me olvidaba de esa parte después de tantos meses en la comodidad del hogar, pero lo sigo y seguiré eligiendo.

Gentileza de Walter Gastaldi.

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Daniel Rodríguez

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