Cómo ya es norma hace algún tiempo, para los últimos meses de la temporada viajamos hacia el Limay Medio. A veces lo hacemos en abril, y otras en mayo como en esta ocasión, aunque en los últimos cuatro años nuestro destino es siempre la localidad de Naupa Huen, un pueblito alejado sobre la costa de Rio Negro que cada vez que visitamos va tomando más auge por la propulsión que genera la pesca deportiva. Alejado de todo y hasta un tanto hostil con los visitantes, no por sus habitantes, al contrario, pero si por sus paisajes agrestes en dónde vamos a pescar. Allí encontramos estancias que otorgan su permiso para entrar a sus campos a cambio de un pequeño arancel que pagamos gustosos para poder estar prácticamente solos y disfrutar de lo que más nos gusta. Es ahí en esas latitudes donde nos enfrentamos cara a cara con el rio en toda su plenitud y entablamos una lucha por poder sacarle uno de sus más preciados tesoros, al menos para nosotros, las truchas, y en especial las marrones migratorias que en su camino de cumplir con el ciclo reproductivo remontan el Limay en busca de los mejores lugares para reproducirse.
La salida prevista sufrió algunos contratiempos iniciales: Ricardo Ponce, nuestro conductor habitual, se vio afectado por un fuerte dolor muscular que lo dejó en cama y peligró el viaje. Nicolás Andrés, otro miembro del equipo, inicialmente estuvo impedido por compromisos laborales, pero finalmente confirmó su asistencia. Tras varios amagues, la fecha se fijó para el 17 de mayo, con un equipo de cuatro participantes: Nicolás Andrés, su hermano Juani, Luis y Jorge (quien escribe este relato).
El viaje
Temprano me pasaron a buscar los hermanos y poco habían pasado de las cinco de la mañana que ya estábamos en camino. Hicimos una parada en una estación de servicio en Daireaux para recoger a Luis, que vive en La Colina, a cien kilómetros de distancia. Una vez reunidos, continuamos el viaje. Recorrimos diversas rutas, pero al llegar al cruce con la Ruta 151 en 25 de Mayo, encontramos un tramo completamente destruido, lo que dificultó el paso y representaba un riesgo de daños al vehículo. Seguimos nuestro camino y, sin darnos cuenta, llegamos a Piedra del Águila para repostar y tomar un café. Luego, retrocedimos unos quince kilómetros hasta la entrada de la represa Pichi Picun Leufu. Allí nos desviamos, tomando el camino vecinal que pasa por el complejo de los Martínez (Nano y su familia), que estaba repleto. Tras recorrer cincuenta kilómetros más, llegamos a nuestro destino: Naupa Huen. Yolanda, a quien llamamos previamente, nos esperaba a la entrada del pueblo para llevarnos a sus cabañas.

Exitosa campaña de desove en lago Engaño
El comienzo
Preparamos agua para el mate y nos dirigimos al balneario, donde hay un camping y una bajada para balsas. El río presenta dos zonas bien diferenciadas: cerca de la bajada, forma grandes remolinos donde se alimentan las truchas arcoíris; un poco más allá, hacia el centro, hay un profundo pozo que, a unos cuarenta metros, se eleva, ideal para pescar truchas marrones. Poco después, un buen pique me sorprendió al recoger la línea. Un par de saltos revelaron una hermosa marrón, y la pelea comenzó. La fui acercando mientras Nico y Juani filmaban y fotografiaban. Nico tomó la red, pero la trucha, que parecía rendida, hizo un par de movimientos y se soltó, para sorpresa de ambos. Sin embargo, atento, Nico logró enredarla en la red en el último instante, antes de que escapara. Fue una tarde tranquila y, al caer el sol, cansados del viaje, regresamos a casa.

Experiencia truchera en el Limay Superior
La segunda jornada
Esa mañana, nos dirigimos a la primera estancia que encontramos río arriba. Tras pagar el arancel, tomamos una huella que nos llevó hasta la costa, cruzando varios arroyos con la camioneta 4x4. Instalamos un pequeño campamento, cambiamos de ropa y nos preparamos para cocinar. La sorpresa llegó enseguida: al darme vuelta, vi a Nico, ya cambiado, pero con el aspecto de alguien que había pasado por el agua. Me contó que, al acercarse a la costa, se había caído al río sin que nadie lo viera. Recuperó su ropa y la tendió para que se secara. Mientras tanto, Luis se acercó al profundo pozo donde Nico se había caído, y comenzó a pescar arcoíris. En poco tiempo, ya había capturado una de buen tamaño. Yo seguí a Juani río arriba. Lo alcancé a unos mil metros; ya había pescado una trucha pequeña. Le dije que seguiría hacia unas correderas que conocíamos de una visita anterior a Naupa, donde habíamos tenido buena suerte. Continué solo por la costa, perdiendo mi copo en el camino y debiendo retroceder para recuperarlo. Esa zona tiene una gran corredera que desemboca en un pozo; allí es donde suelen atacar las truchas. Entré al río con cautela, lanzando mi línea lo más lejos posible. Al llegar a la zona más prometedora, vi a Juani acercarse. Un par de lances después, enganché una gran trucha marrón. Los gritos que di al clavarla apresuraron a Juani, quien pudo tomar algunas fotos de la hermosa pieza que luchó con fuerza hasta el final. Al regresar, Luis nos mostró con orgullo la mosca que había utilizado para pescar unas quince arcoíris de buen tamaño. Así concluyó nuestra segunda jornada de pesca.
Al otro día
La lluvia matutina nos regaló una mañana tranquila. Nos levantamos tarde y nos dirigimos río arriba hasta la segunda estancia. En este sitio es donde conocimos hace un par de años a nuestro amigo y guía Agustín de la Hoz, con quien nos encontraríamos al día siguiente. Tras abonar el arancel en la estancia, nos encaminamos hacia el río. El acceso es algo laberíntico, con varios senderos, algunos de los cuales conducen a lugares poco convenientes; pero finalmente llegamos con el disco de lentejas que habíamos preparado el día anterior. Solo tuvimos que calentarlo para disfrutar de un almuerzo exquisito.
La mañana transcurrió sin sobrasaltos hasta la hora del almuerzo. Tras comer, decidimos remontar el río hasta una zona donde formaba una hermosa corredera. Intentamos pescar allí, sin éxito. Nuestros zapatos de vadeo, sin fieltro, dificultaron el avance, ya que la vegetación resbaladiza impedía vadear con comodidad. Por ello, bajé río abajo hasta un tramo más calmo, donde el río se acercaba a la margen, formando una amplia playa donde pudimos vadear sin problemas. La tarde, con un viento casi inexistente, permitió lances precisos. Juani, que había tomado clases de lanzado, demostró su destreza al capturar una buena marrón macho, residente en la zona, que ofreció una lucha espectacular que todos disfrutamos. Yo, por mi parte, tuve dos toques sin éxito, aunque al final del día los peces se mostraban activos.
Cuarta jornada
A las 8:30 de la mañana contactamos a Agustín, quien acababa de llegar. Después de los saludos, nuestro guía nos condujo río abajo, unos quince kilómetros, hasta una estancia. Éramos siete pescadores, así que nos dispersamos. Juani y yo caminamos hacia Sebastián, alumno del guía, encontrando una corredera que desembocaba en un pozo con una suave pendiente de unos trescientos metros. Poco después, Agustín, Nico y Carlos nos alcanzaron. Juani salió del agua y yo avancé hasta el final del pozo. Entonces, se escuchó el grito característico de un pescador que ha clavado un pez: Nico había enganchado una trucha enorme. A unos cuarenta metros, percibí que algo luchaba cerca de mí. Dejamos de pescar para ayudarlo, aunque nuestra intervención fue mínima. Tras varios minutos, sin poder siquiera verla, Nico la acercó al comienzo del pozo. Dudó, temeroso de que el nudo se trabará en algún pasahilo y rompiera la línea; la trucha seguía luchando. Cuando parecía que escaparía, comenzó a alejarse varios metros. Era indudablemente grande, probablemente la primera trucha migratoria que Nico capturaba. El tiempo pareció detenerse. La sorpresa fue mayúscula: ¡la trucha era demasiado grande para el copo del guía! Tras varios intentos infructuosos, Agustín finalmente logró capturar un enorme ejemplar, tras cansarlo considerablemente con el copo. Los gritos de alegría y los abrazos celebraron el éxito de nuestro compañero. Inmortalizamos el momento con numerosas fotografías. Estimamos su peso en más de seis kilos; su tamaño, impresionante en realidad, quizá no se aprecie del todo en las imágenes, pero asombró a todos en el lugar. Después de algunas fotos más, y constatando que se trataba de un macho, lo devolvimos al agua entre vítores generales.
Tras la captura anterior, realizamos otra pasada. Esta vez le tocó a Juani, y la escena se repitió. Un grito nos hizo volvernos para ver al pescador con la caña doblada hasta el límite, como si hubiera enganchado un tronco. La lucha comenzó. Fuimos a ayudarle, esperando a que el pez cediera. Es asombroso cómo se aferran al fondo, inamovibles. Hay que aguantar, hasta que, exhaustos nosotros mismos, comienzan a aflojar. Entonces, poco a poco, logramos acercarla. Finalmente, se rindió, mostrando su imponente belleza: una hembra majestuosa que ofreció una dura pelea. El resto del día continuamos pescando, con algunos piques sin éxito, aunque Luis sí capturó varias Arcos que se alimentaban cerca, demostrando la abundancia de peces en la zona.
¡Último día!
El día culminó con una emocionante escena. Agustín y sus alumnos se encontraban balseando río arriba, así que Juani y yo fuimos a encontrarlos al embarcadero. Esta vez nos aventuramos más allá del balneario, donde inesperadamente nos cruzamos con Fabián Espinoza, reconocido fabricante de moscas BHD. Acabábamos de ver cómo devolvía una gran trucha marrón. Conversamos brevemente hasta que él y sus compañeros embarcaron. A escasos 150 metros, vimos a uno de ellos capturar otra hermosa marrón. Nos acercamos, admiramos el ejemplar en el copo, le tomamos fotos y lo devolvimos al río. Después de despedirnos, regresamos a buscar a Agustín. Nuestro destino era el mismo del día anterior, por lo que recorrimos los 15 km, estacionando el vehículo más alejado de la costa. Nos sorprendió el considerable aumento del caudal del río durante la noche, con desbordes en algunos tramos. Aunque el nivel seguía alto, el río aún era vadeable. Recorrimos unos cientos de metros hasta el lugar de pesca del día anterior y comenzamos a lanzar. Juani iba primero, yo le seguía y Nico cerraba la marcha. A mitad del recorrido, enganché una enorme trucha que se hundió en el fondo, inmóvil. En esos momentos, la mente repasa cada detalle: nudos, desde el bajo de línea hasta el tippet, rezando para que no haya ningún nudo de viento. Todo ello sin descuidar la superficie del agua. Nico y Juani se acercaron, atentos a la situación. La trucha, aferrada al fondo, cedió gradualmente hasta que pudimos acercarla, admirando su esplendor: una hembra grande, gorda y sana, similar a las anteriores capturas. Como siempre, fotos y de vuelta al agua. Reanudamos la pesca, pero esta vez yo iba de último. Casi en el mismo lugar, clavé otra trucha. Mis compañeros me miraban con admiración. Sin embargo, esta resultó más astuta y, con un par de movimientos, se soltó. Minutos después, Juani tuvo su oportunidad, logrando una excelente captura: otra excepcional trucha que se había enclavado en el fondo. Con paciencia, la fuimos acercando hasta sacarla con el copo. Otra pieza magnífica, inmortalizada en una fotografía. El mediodía nos sorprendió, así que almorzamos unos sabrosos fideos con salsa de tomate al disco, que disfrutamos hasta la última cucharada.
Tras guardar nuestro equipo, descansamos un rato antes de regresar al lugar de pesca. El río había comenzado a crecer, pero eso no nos desanimó. Tuve la suerte de capturar otra trucha. Nico también enganchó una, y aunque varios peces picaron, muchos se escaparon o cortaron la línea. Uno, en particular, me dio una pelea increíble: clavé un ejemplar enorme que arrastró la línea sin parar, me enredó la línea en dos dedos y, con un tirón, cortó la línea. Finalmente, se libró, mostrándonos solo un destello de su aleta caudal como despedida. Fue un día memorable; entre los tres tuvimos doce piques, concretando solo cuatro capturas. El resto se escaparon o cortaron la línea, dejándonos con ganas de más. Poco después, la creciente del río se volvió demasiado fuerte, obligándonos a retirarnos debido a la intensa corriente. Así finalizó nuestra jornada de pesca en el Limay.
El final
Fue una jornada inolvidable, un recuerdo imborrable para todos los que participamos. El Limay, río exigente que rara vez se muestra tan generoso, nos regaló una experiencia excepcional. Agradecemos profundamente a Agustín de la Hoz, quien, con su vasto conocimiento y dedicación incondicional, nos guía y apoya en cada expedición; a Yolanda, por su cálida hospitalidad en su cabaña; a los propietarios de los campos por permitirnos el acceso al río; y al pueblo de Naupa Huen por su amable atención. El Limay, con sus desafiantes rápidos, sus cambiantes paisajes – desde barrancas áridas hasta imponentes desniveles – y la dificultad que siempre presenta, nos sorprende y cautiva, alimentando nuestro deseo de volver una y otra vez. Su pesca, incomparable, es solo una de sus muchas recompensas.
Servicios:
- Agustín de la Hoz. Guía en Limay. Tel.: (0298) 437 5760.
- Yolanda Alojamiento en cabañas en Naupa Huen. Tel.: (0298) 469 9457.
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