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PESCA | 16-10-2017 09:26

Fauces que son de temer

En plena veda de pejerreyes, visitamos Mar Chiquita de Agustina, la laguna cercana a Junín para dar cuenta de sus tarariras, con cebos naturales y artificiales. Galería de imágenes.
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Muchos aficionados al llegar la veda de la especie pejerrey, dejan de visitar ámbitos muy populares que atesoran muchas otras emociones. Es solo cuestión de animarse a hacer una “pesca de estación”. Y primavera es sinónimo del despertar de la tararira, que comienza a activarse fuertemente de cara a su período reproductivo. Por eso esta vez la idea fue relevar una de las lagunas pejerreyceras más importantes de la provincia, pero para dar cuenta de sus magníficas tarariras. Esas que aparecían ocasionalmente en las líneas de pejes, en especial cuando los pescábamos en aguas bajas a principios del otoño. Pues bien, pudimos dar cuenta de que Agustina, este ámbito estratégico que siempre convoca pescadores del sur de Santa Fe, de Córdoba y de toda la provincia de Buenos Aires, cuenta con una excelente población de taruchas. Eso sí, hay que encontrarlas. Porque los límites de este ámbito se modifican constantemente. De allí que haya sido invalorable la baquía del guía Diego Madariaga, nacido en Arenales, con quien en su cómoda trucker propulsada por un motor de 90 HP, partimos del pesquero Llovet y las buscamos por diversos espejos clásicos hasta que dimos con ellas.

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Precaución para navegar

La laguna originalmente tiene un espejo de entre 8 y 11 mil hectáreas. Hoy ocupa el doble, llegando a 20 o 22 mil has. Generalmente su profundidad media no pasa de 1,80 m, pero hoy encontramos zonas de hasta 3 m. Esta laguna, duplicada en tamaño, generó zonas inundadas que antes eran campos alambrados con palos que hace 4 años quedaron sumergidos. Esto obliga a conocer muy bien el espejo para poder navegarlo. El guía vive reflejando en su GPS cada accidente nuevo que descubre y la presencia de estos obstáculos han generado innumerables accidentes entre nautas que desconocen el ámbito. Por esa razón hay que navegar esta laguna con suma precaución.

La dinámica acuática que alimenta semejante espejo comienza a tomar forma en el sur de Santa Fe, en el Chañar, Teodelina, que da nacimiento al Salado. Este río es uno de los principales aportantes de agua al ámbito, al igual que un canal aliviador que trae líquido de la laguna de Coronel Granada, llamado Canal de las Horquetas. Ambos cursos se juntan en la naciente de Mar Chiquita, laguna que embalsa agua a la altura de Agustina y Arenales, y sale a Las Encadenadas de Junín, Gómez y El Carpincho, continuando el drenaje a través del Salado aguas abajo.

Mañana de búsqueda

La primera parada la hicimos navegando hacia el oeste del pesquero Llovet, casi llegando a la desembocadura del Salado, en un lugar conocido como El Ranchito. Precisamente el curso del Salado, aunque desdibujado e integrado a la laguna, pasa por esa zona, donde hay bajos con bancos en medio del espejo de agua. Estas aguas se calientan rápidamente al sol, convocando taruchas que normalmente producen cortes en las brazoladas destinadas a la pesca de pejerreyes.

Armamos equipos convencionales de spinning con cañas de 2,10 m y de baitcast, con reeles tipo 201, con multifilamento de 30 libras (1 libra = 0,453592 kilo) de resistencia. Nos esparcimos haciendo un trabajo de equipo para cubrir un área vasta. En mi caso, con Lucas Dini nos fuimos a la derecha del bote, mientras el guía Diego Madariaga se alejó 200 metros y Claudio Macagno pescó desde el bote, con línea de dos boyas, con carnada natural. Javier Hermann partió en dirección opuesta a nosotros, para barrer así un frente de unos 500 metros y avisarle al resto del grupo si había suerte. El resultado fue de 0 pique. Tras una hora de intentos, decidimos cambiar. Luego nos fuimos al desborde de la laguna que tapó el camino que va al centro de Arenales, llamado El Molino, un sitio muy popular de pesca orillera para los lugareños. Aquí también, pescando pejes, son habituales los cortes o capturas de tarariras. El viento pegaba muy fuerte en esta zona, donde no vadeamos, y el bote garreaba permanentemente. Tras lograr detenerlo como pudimos, hicimos otra horita de pruebas sin resultados positivos.

Bahía rendidora

Finalmente terminamos la jornada en la punta norte de la laguna, en la bahía de la entrada de la estancia Santa Ana, otra zona popular de pesca de taruchas al vadeo. Este era el as en la manga del guía, que –sabiendo seguro el pique aquí– quiso mostrarnos otras variantes. Nuevamente dejamos el bote anclado en 80 cm de agua, con Claudio haciendo los lances desde allí y nosotros partiendo en exploración al vadeo por toda la bahía. De aguas que iban del metro de profundidad a cero en la costa, la constante era la de ver pasto abundante sumergido, que brindaba adecuada protección y camuflaje a las tarus, además de constituirse en buen espacio para sus camas de nidificación ante el inminente período de desove.

Con los pescadores al vadeo fuera de la lancha, Alejandro pudo tirar dos o tres líneas simultáneamente y fue el primero en cantar “¡pique!”, aunque sus capturas iniciales se trataron de suculentos bagres laguneros que se tentaron en el filet de pejerrey que encarnamos en las boyas plop Doble T y en la línea de dos boyas para trabajar con caña larga de 2,70 m. Finalmente llegó la tarucha tan ansiada, un ejemplar de 3 kg que ofreció una tremenda lucha. Los resultados con los señuelos puros no llegaban y así las cosas, en medio del vadeo, optamos por suspender un rato los intentos con artificiales y probar con boyas plop. Tuvimos idénticos resultados que Alejandro, algunos bagres hasta que se tentaron las tarariras. Nos llamó la atención el tamaño de ellas, como si el lugar no tuviese ninguna por debajo de los dos kilos.

De la carnada al señuelo

Finalmente, tras mucho insistir en una jornada ventosa y fría, pasado largamente el mediodía llegaron los ataques a los artificiales. Los primeros éxitos se dieron en gomas montadas en anzuelos offset, con una cuchara o hélice delante. Rindieron muy bien los señuelos Highlander de Spinit en sus dos tamaños, la rana GozioSoft, un señuelo blando de Hopliass –el Turbo– que permite adosarle un anzuelo simple al doble encorvado en el lomo, y también un pequeño crank de Marine Sports, el modelo 50 de apenas 5 cm, que parecía irritar particularmente a la especie. Las batallas con tan regias tarariras, vividas en su propio medio, son sencillamente inolvidables: por momentos se vienen hacia el pescador, en otros parecen entregarse y luego salen disparadas... todo el compendio de emociones que nos puede dar la pesca de taruchas es mágico y se ve reflejado en ámbitos así.

Será cuestión de volver por la revancha en unas semanitas más, cuando el calor convierta en caldo esta bahía, y el metabolismo de las tarus –sumado a su instinto territorial– las lleve a atacar todo lo que pase cerca de su hábitat, sea comida natural o artificial. Baitcast y spinning serán las técnicas más adecuadas, aunque esperaremos el frenesí de la especie para llevar los equipos de fly y probar suerte también con esta técnica. Por lo pronto, podemos confirmarle que pese a la veda del pejerrey, Mar Chiquita de Agustina (o Arenales) tiene muchas más emociones por descubrir. Basta  ir con un  conocedor como Diego Madariaga –con quien solo se hace pesca con devolución de tarariras– y animarse a dar batalla en el reino de las dientonas. Vaya y disfrute.

Nota completa publicada en revista Weekend 541, octubre 2017.

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Wilmar Merino

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